“Burning Bush” (2013): la lucha por la verdad y la libertad

Burning Bush (“Hořící keř”, “zarza ardiente») es una miniserie de tres episodios de producción checa realizada en 2013. Fue dirigida por la polaca Agnieszka Holland (Europa Europa, 1990; Copying Beethoven, 2006). La historia comienza con la impactante protesta del estudiante Jan Palach, quien se quemó a lo bonzo en la plaza Venceslao en 1969 como signo de protesta política contra la ocupación soviética que aplastó la apertura del régimen comunista checo en la llamada “primavera de Praga” de 1968. Sobrevivió tres días a sus quemaduras, muriendo el 19 de enero de 1969.

El político y dirigente Alexander Dubček impulsó en 1968 reformas del sistema comunista cerrado con el lema “socialismo de rostro humano». Defendía libertades civiles como la aparición de otros partidos o la libertad de prensa, lo que fue refrendado por una gran parte de la sociedad. A este movimiento sociopolítico se le conoce como “primavera de Praga”. Tuvo una fuerza atractiva en países socialistas de su entorno, lo que acabó por decidir la respuesta de la URSS que quiso paralizar esos cambios. Para ello, envió tropas del ejército, y promovió el cambio en la dirección del país. Esta presencia se mantuvo durante 20 años, hasta la caída del muro en 1989. A ese período se le conoce como período de “normalización”.

Ciudadanos no armados les gritan "Fascistas" y "¡Regresen a sus casas!" a los militares soviéticos.
Ciudadanos no armados les gritan «Fascistas» y «¡Regresen a sus casas!» a los militares soviéticos,
Los diversos mecanismos de sometimiento fueron eficaces. El miedo a las represalias se fue extendiendo, y eso produjo el adormecimiento de esos anhelos despertados en la “primavera”. En esta situación de parálisis social, que se alcanzó en muy poco tiempo, se produjeron las inmolaciones del estudiante de filosofía Jan Palach y las de otros jóvenes universitarios.

Jan Palach, en medio de su agonía, comunicó al personal sanitario sus intenciones:

Quise expresar mi desacuerdo con lo que ocurre aquí y despertar a las personas, abrirles los ojos, sí. Lo hablé con un grupo de amigos, así fue, sí.

El servicio funerario de Jan Palach, estudiante checo que se inmoló para protestar la invasión, en la plaza Wenceslas
El servicio funerario de Jan Palach por las calles de Praga, al que acudieron unas 600.000 personas.

La ciudadanía respondió de manera masiva a este impactante hecho.  Acudieron de manera multitudinaria a los ritos funerarios, prosiguieron sus protestas en un gélido invierno asentándose en tiendas de campaña en la misma plaza central, donde algunos de ellos hicieron huelga de hambre. Los universitarios querían promover huelgas en el país, cosa que no llegaron a conseguir. Otro estudiante, Jan Zajíc, también se quemó el 25 de febrero de 1969, aunque este hecho tuvo muchísima menos repercusión: el poder controló más la información, ya había más miedo en la ciudadanía y su capilla ardiente se instaló lejos de la capital, en el pueblo natal del fallecido. En abril de 1969, otro estudiante se quemó, Evzen Plocek. Fue la tercera “antorcha humana”.

La serie, una larga película hecha para la televisión (casi 4 horas, 234 minutos), relata algunos acontecimientos posteriores, principalmente, las actividades del poder contra la memoria de ese acto y el juicio contra un político, que fue demandado por la madre de Palach, al haber mancillado su memoria en un acto público. La miniserie es una excelente descripción de los mecanismos del poder capaz de imponer, a corto plazo, su interpretación de los hechos, su “verdad”.

La muerte de Jan Palach fue un acto de naturaleza política. La forma de matarse, los restos de la carta que se encontró en su poder, dejaron muy claro su significado. En esta primera muerte, la prensa hizo de altavoz, por lo que fue un acontecimiento conocido por la ciudadanía. En estas circunstancias, como tantas otras veces en el ámbito político, se estableció una batalla a nivel social por el significado de esos actos.

¿Qué tipo de bien vale una vida?

Un acto tan terrible como el suicidio público realizado de forma espectacular es forzosamente llamativo. Desde el principio, aunque sea un suicidio, se interpretó el acto como un “dar la vida” por algo mayor, en este caso, por la libertad frente al despotismo.

En la imagen, la madre y el hermano de Jan Palach (interpretados por Jaroslava Pokorná y Petr Stach) al entrar al hospital para acompañar a Jan Palach (Burning Bush, Agnieszka Holland, 2013).

Este “dar la vida” por otros, por ideales, se ha realizado tradicionalmente de varias maneras. Sin pretender ser exhaustivo:

  • Arriesgar la propia vida al intentar salvar la vida de otro/s.
  • Mantenerse en una convicción, seguir defendiendo públicamente una verdad en una situación de amenaza que pretende que las personas abjuren de su creencia.
  • Ofrecer la propia vida, disponerse a morir, para que otros no mueran a manos de otros.

Todas estas situaciones nos hablan de que podemos llegar a considerar algunas realidades como altísimos bienes por los que merezca la pena luchar corriendo el riesgo de perder la propia vida. También, al defender la buena fama de otra persona  o una convicción alguien puede poner en peligro su imagen pública.

¿Qué tipo de bien vale una vida? Parece bastante claro que ese bien pueda ser la vida de otro/s, más claro todavía si son allegados: familiares, amigos, compatriotas  que pueden estar en grave peligro. Se habla habitualmente de “heroísmo” en estas situaciones. Puede costar más entender que el bien que vale una vida sea algo más intangible: no traicionar la verdad o la fe (lo que se asocia al martirio); luchar por la libertad, por la abolición de la esclavitud, por el reconocimeinto de derechos básicos… Parece que, en definitiva, son bienes altísimos la vida de otros, la verdad y la justicia.

¿Qué tipo de bien  vale lo que una vida? En el caso que nos ocupa, además, se extrema la cuestión. No solo se está dispuesto a morir, a que la vida le sea quitada por peligros físicos o por violencia. Aquí, en este caso, es uno mismo el que se quita la vida, y no matando a otros como en algunos actos de guerra o terroristas. Se quita la vida como acto de protesta.

Es una acción de una significación clarísima, con un impacto emocional enorme, capaz de movilizar a una sociedad entera. La sociedad juzgó que este suicidio era heroico ya que era una forma de dar la vida por el bien común, por la libertad anhelada, algo que el poder, a través de una violencia institucionalizada, negaba de raíz. Una muerte así, con un carácter político tan claro, ponía en evidencia la pobreza social causada por un sistema opresor contra el que había que luchar.

La “construcción de la verdad”

Para desactivar la fuerza social de este acto, el poder fue silenciando y tergiversando el significado del acto. La acción era pública, el hecho no se podía negar. Para mantenerse en el poder, este se vio obligado a dar una interpretación alternativa afirmando que las motivaciones de Jan Palach eran otras a las hechas públicas en un primer momento, que fue engañado, que fue un títere de la extrema derecha… Todo esto provocó tanto la demanda de la familia presentada contra un político como la desactivación de las huelgas obreras. A la par, se perseguían los actos de reivindicación estudiantil,  e incluso se llegó a sacar el cadáver de la tumba, algo que ocurrió unos años más tarde, en 1973,  para que no hubiera un lugar que visitar, un lugar de encuentro que favoreciese el fortalecimiento del movimiento de protesta. Se trataba de construir un argumentario que desactivase la movilización ciudadana y la disidencia, prohibiendo, a su vez, cualquier manifestación discrepante y expulsando del Partido Comunista a todos los simpatizantes de la “primavera de Praga” (algo a lo que no se alude en la serie). Todo esto recibió el nombre de “normalización”.

En el centro, Tatiana Pauhofová, como la abogada, Dagmar Burešová quien sería ministra de Justicia en la república checa después de la “revolución de terciopelo”, tras la caída del muro de Berlín.

El centro argumental de la serie está en el juicio al político demandado por la madre de Jan Palach donde se describen con detalle los mecanismos de opresión a los testigos, la jueza, los abogados, etc. quedando en evidencia la capacidad de presión del poder ejecutivo sobre el aparato judicial.

Todos estos procedimientos revelan la estrategia conducente a construir la verdad por parte del poder, un  poder que tiene en sus manos la capacidad de imponer su visión de las cosas, que es capaz de chantajear, de forzar la firma de autorizaciones, manipular conciencias y personas… Se va introduciendo el miedo a la disidencia y, con él, la pérdida de frescura de los ideales. La verdad se convierte en algo molesto hasta el punto de que los familiares de Jan Palach empiezan a incomodar a sus vecinos al presentar e insistir con la demanda. La verdad oficial es poco creíble, pero va siendo aceptada.

– ¿Qué busca ahora? (le pregunta Dagmar Burešová al político enjuiciado).

– La verdad.

– Pero sabe que nada de esto es cierto.

– Señora Buresova. Usted aún no ha entendido nada. Yo soy político, y en la política la verdad es lo que beneficia al pueblo.

Este breve diálogo de la serie plantea con fuerza el tema de la relación de la verdad con el poder, tema de fondo de esta historia. Los ciudadanos checoslovacos buscaban y luchaban por la libertad. La libertad en el ámbito social es el bien que se persigue al estar sofocado por el poder. Pero para alcanzarlo hace falta que presidan la vida social dos valores máximos: la verdad y la justicia.

Se trata de la verdad que se da en el ámbito de la política. Cuando se plantea este problema perenne, no se habla de la verdad científica, no se pone en cuestión qué sean los átomos o la ley de la gravedad, por poner un ejemplo sencillo. Tampoco se refiere a lo objetivo en el tratamiento de lo humano, como lo hace la medicina o la psicología, por ejemplo. En la política estamos en el ámbito de la acción, y es aquí donde se produce la lucha: si estos hechos han ocurrido o no y, sobre todo, cuál es el significado de los hechos.

Los acontecimientos que inician la historia en esta serie no admiten mayor controversia en realidad. Su significación política, el hecho de ser una forma extrema de protesta, es indiscutible. Lo que se narra es lo que ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia. El poder quiere dar una visión alternativa del significado de lo ocurrido, quiere que se recuerde de otra manera. De hecho, pretende que se olvide. Esto ha ocurrido, y ocurre, muy a menudo. El poder, cuando es despótico, pretende dar la interpretación de los hechos que debe ser aceptada. Aquí se dice que será verdad “lo que le conviene al pueblo”, algo que solo parece saber el poder político, no los miembros del pueblo.

Lo que está en juego es una cuestión hermenéutica de gran trascendencia práctica: si el significado forma parte del hecho o si es algo puesto por el que interpreta el hecho. En este último caso, será vigente la interpretación de la instancia que tenga más mecanismos de hacerla valer.

Las acciones tienen consistencia interna, tienen un significado. Es cierto que los mismos acontecimientos se pueden interpretar de distintas maneras, pero no todas interpretaciones son equivalentes por el hecho de ser interpretaciones. Esto dependerá de si se ajusta mejor a la entidad misma de la acción: a las intenciones declaradas, al conjunto de sentido al que pertenece la acción, a los hechos físicos mismos; el significado simbólico conocido de ciertos actos, el contexto en el que se producen, el proceso social del que forman parte… Todo forma una unidad que nos permite juzgar como mejores o peores las diversas interpretaciones del significado de un mismo hecho.

Cuando alguien en un auditorio levanta la mano, sabemos que expresa la intención de querer hablar sin interrumpir. No está saludando. Este es un gesto convencional y en nuestros ámbitos culturales compartimos ese significado. Cuando alguien llora realmente tras conocer la noticia de la muerte de un ser querido, sabemos que está triste. Cuando alguien protesta con unos modos o actos cuyo significado conocemos en nuestro ámbito social, está protestando. Y ese acto forma parte de un todo de sentido, de un proceso social conocido.

“Vivir sin mentir”

Toda esta problemática recuerda el brillante análisis que otro ilustre disidente checoslovaco, Vaclav Havel (1936-2011) realizó en su breve libro El poder de los sin poder, de 1978. En este ensayo, Havel describe y explica lo que él denomina el “sistema postotalitario” propio de los países de la órbita soviética. Este sistema identifica el centro del poder con el centro de la verdad. Pretende seguir intentando legitimar su proceder con una ideología, con una interpretación de la realidad que constantemente es suministrada por el poder dando a entender que las pretensiones del sistema derivan de las necesidades de la vida, que se está en consonancia con el orden del mundo. En tiempos de incertidumbre es una ideología atractiva que ofrece una “casa”, una orientación. Afirma Havel (p. 17 de la edición en Ediciones Encuentro, 1990).

Por esta modesta “casa” el hombre en general paga un alto precio: la abdicación de su razón, de su conciencia, de su responsabilidad.

Havel resume, dejándose inspirar por Solzhenitsyn (Vivir sin mentir, 1973), esta forma de organización política como un “vivir en la mentira”, siendo esta falsa forma de vivir lo que sostiene este régimen. El único antídoto, según Havel, sería “vivir en la verdad”.  Como dijo Solzhenitsyn en el texto citado:

De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente –por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira–, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos.

A los 20 años de la muerte de Jan Palach, los checoslovacos (poco después se separarían los dos países) salieron a la calle para recordarlo. Era el año 1989.

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