Cinema Paradiso es una película de 1988 con guion y dirección de Giuseppe Tornatore. Una película que no tuvo apenas eco en su estreno en Italia y que, tras recortarla una media hora, empezó su andadura internacional con un enorme éxito. Muy premiada, es una película muy querida por el gran público por su bonita y emotiva historia. Estuvo protagonizada por Philippe Noiret en el papel de Alfredo, un proyectista de cine, y por varios actores que encarnan en distintas edades a Totó: el niño Salvatore Cascio, el joven Marco Leonardi y el adulto Jacques Perrin.
La película narra en forma de recuerdo la infancia y primera juventud de Totó en los años 50 en Italia, en un pueblo de Sicilia. Es un niño alegre y revoltoso que tiene una gran pasión por el cine, que logra “colarse” en la sala de proyección del cine de la ciudad y ayuda en su labor al proyectista. Se establecerá entre ellos una relación de cariño y amistad paterno/filial. Es una relación que nos agrada ver por su pureza y carácter entrañable, por la sinceridad y autenticidad con la que está contada.
La historia recordada está dividida en dos partes. La infancia hasta el incendio en el cine, y la juventud en la que Totó proyecta las películas, vive su primer amor con una muchacha, y deja al pueblo “sin mirar atrás” dadas las limitadas oportunidades de vida que le ofrece. En su vida adulta llegará a ser director de cine y volverá a su pueblo natal para asistir al funeral de su gran amigo y mentor décadas después de marcharse. Es con ocasión de la noticia de la muerte de Alfredo que Totó recordará su infancia y juventud.
El papel del cine en la vida humana
Esta película tiene como uno de sus ingredientes argumentales centrales el papel que el cine jugaba en la vida de los vecinos de una pequeña localidad italiana de los años 50. Era la única diversión regular para los lugareños en una época de grandes carestías para la mayoría. El cine se llenaba con gente de todas las edades y de todas las condiciones. Se veían las películas con risas, lágrimas, gritos, carcajadas… Era un acto social y comunitario muy esperado por todos ellos. Era el tiempo en el que “todo el mundo iba al cine”, en el que había sesiones dobles…
Hay películas cuyo tema es el narrar cómo se hace una película. Es el “cine dentro del cine” (por ejemplo, La noche americana dirigida por Truffaut en 1973). En Cinema Paradiso uno de los temas es el cine pero visto desde la perspectiva del espectador, y más en concreto, del conjunto de los espectadores de una comunidad pequeña. Esta película es un reflejo de cómo se veía el cine antes de la televisión y el vídeo, donde apenas había más distracciones que la de las películas.
Esta película proyecta su mirada sobre una forma de ser que ya ha acabado. Cuando vuelve al pueblo para ir al funeral y ver a su familia y antiguos vecinos, el protagonista asiste a la demolición del “Cinema Paradiso”. Es la constatación de lo irremediable, del final de una época que, tras un largo declive, acaba. Es verdad que el cine no ha desaparecido, pero sí la forma en la que se disfrutaba de él en este tipo de localidades (y en las ciudades con otros matices). La película expresa un tono de nostalgia y de añoranza por una época pasada que se recuerda con cariño. En este sentido es un homenaje al papel que cumplió en estas décadas. Ya lo jugó el teatro o la ópera, en el barroco y en siglos posteriores, que fueron bastante populares, sobre todo el teatro con sus corrales de comedias. Pero el cine llegó a ser el arte verdaderamente popular. Este homenaje recuerda al que hizo Martin Scosese en La invención de Hugo (2011) a George Méliès, pionero de cine mudo popular y que también vivió el final de una época (basada en un relato de Brian Selznick de 2007).
Durante toda la película asistimos a proyecciones de las películas que se veían por aquel entonces. Están, claro está, las películas americanas con las estrellas que todos hemos conocido, y también las películas italianas de su época. Los carteles que cuelgan de algunas paredes son de actrices y actores que protagonizan grandes películas y que se convierten en estrellas que encarnan un modo de ser, de vestir y comportarse, algo que tiene mucho que ver con los sueños, como tan bien describió Woody Allen en La rosa púrpura de El Cairo (1985). Las películas y sus protagonistas encarnan el mundo de lo soñado y de lo anhelado pero sin experimentar tristeza por sentir la necesidad de vivir como en las películas. Durante unas horas, se asiste a una representación de la vida en la que nos distraemos, nos enajenamos, disfrutamos con la historia contada. Muchas veces pasamos un buen rato y al tener la atención tan fuera de nosotros mismos parece que por un momento hemos estado totalmente fuera de este mundo.
Pero no todo es fantasía y diversión. Una de las películas proyectadas de la que vemos alguna escena es la dirigida por Visconti, La tierra tiembla (1948), en la que se narra la dureza de las condiciones de vida, la impotencia de los pescadores y trabajadores que dependen de los “jefes de personal” que contratan a diario a las personas del lugar. Los asistentes a la proyección de esta película se han visto reflejados en esa historia, y algunos aprenden que es difícil hacer valer exigencias de justicia en un mundo donde el dominio de los contratadores es tan brutal.
Esto nos abre al otro gran papel que el cine jugaba en la vida humana. Alfredo le va enseñando cosas importantes de la vida a Totó citando frases que él oía en las películas que tantas veces veía en su oficio, relatando pequeñas historias curiosas, bonitas y sorprendentes. Es conmovedor ver cómo el Totó joven hace lo contado en una de esas historias para enamorar a la chica de la que se había prendado. Como muchas veces decía Julián Marías, el cine ensancha nuestra experiencia de la vida al presentarnos vidas posibles (lo que también es válido para la literatura). Se produce una dilatación de nuestra mirada ya que presenta posibilidades existenciales y nos hace caer en la cuenta de nuestra situación.
Pero este papel de dilatación tiene su lado opuesto. Como Alfredo le dice en cierta ocasión,
La vida no es como la has visto en el cine, la vida… es más difícil.
De hecho, esta razón va a ser determinante para decidir su marcha del pueblo. El cine puede ayudar, pero la vida es difícil. Las perspectivas vitales que se abren en una localidad pequeña de posguerra son muy pocas. Si quiere progresar tendrá que irse, y si quiere volver, tendrá que romper con el pasado, romper las relaciones durante largo tiempo. Como le dijo Alfredo a Totó en la despedida:
Cada uno de nosotros tiene una estrella que ha de seguir. Márchate, esta tierra está maldita. Mientras permaneces en ella te sientes en el centro del mundo. Te parece que nunca cambia nada. Luego te vas un año, dos, y cuando vuelves todo ha cambiado, se rompe el hilo conductor. No encuentras a quién querías encontrar. Tus cosas ya no están. Has de ausentarte mucho tiempo, muchos años,para encontrar a tu vuelta a tu gente, la tierra donde naciste.
No volver la vista atrás, romper lazos , alejarse para poder volver. Irse de una tierra que ofrece pocas posibilidades, exige salir, y salir es romper según el consejo de Alfredo que lo presenta como un modo clave de enfrentar la vida para quien pretenda crecer.
El amor como motor vital
La película comienza cuando el protagonista conoce la muerte de Alfredo, su gran mentor y amigo. Esa es la ocasión para volver a su pueblo natal y para recordar su infancia y juventud. Es un recuerdo profundamente agradecido por todo lo bueno que recibió. Una infancia dura por las constantes carencias, pero alegre por las diversiones, su pasión por el cine, la familia, todos los personajes del pueblo a los que recuerda con cariño. Este agradecimiento parece mezclarse con algo de añoranza. Aunque parece haber cumplido algunos de sus sueños, otros parece que no. El recuerdo de su primer amor se le hace muy presente en esta visita a su antiguo pueblo; la dura experiencia de lo que pudo ser y no fue.
La presencia de lo emotivo es grande en la película. La alegría del agradecimiento, la tristeza por la pérdida, y ese sentimiento de añoranza están expresados y subrayados por la bella banda sonora compuesta por Ennio Morricone. Autor de una gran capacidad melódica, interviene en los arreglos del principal tema de la película “el tema del amor” que en realidad fue compuesto por su hijo Andrea. Esta bella melodía forma parte esencial de la película. Es verdad que la música es un añadido a la imagen, pero imagen y música forman un todo para el espectador. ¿Veríamos igual la famosísima escena de la ducha en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) sin la música de Bernard Hermann que acompaña las cuchilladas? El papel de la música en el cine es algo importante que requiere reflexión aparte.
Hagas lo que hagas, ámalo como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño.
Este es otro de los consejos que le da Alfredo a Totó. ¿Lo cumplió? No lo sabemos. No conocemos la historia posterior a su salida del pueblo. Solo que ha llegado a ser director de cine y que no mantiene relaciones afectivas estables. ¿Ha encontrado en su vida esas “cabinas del Paradiso”? Estar abierto a amar es importante, como también lo es encontrar lo amable, lo que despierta el amor, aquello que anhelamos, como lo era el cine en la vida de Totó.
Ha pasado el tiempo suficiente para poder volver y encontrar a los suyos. El final es amable, abierto. La escena final en la que recibe y disfruta del regalo póstumo de su amigo es una escena emotiva que, lo más seguro, impulsará al protagonista en su vida futura.
Como he intentado explicar, la película transmite una ambivalencia afectiva que la hace algo paradójica.
Por un lado, la alegría del protagonista, alegría con la que vivió su infancia. Los recuerdos cariñosos, la vivencia de los distintos amores que fueron su motor vital: amor a Alfredo, a su madre, al cine, a los habitantes del pueblo y a todo lo que vivieron juntos. La tristeza por la pérdida de su amigo está embargada por la alegría del agradecimiento.
Pero por otro lado, la película entera expresa la nostalgia del director y guionista de la película, el dolor por el final de una época en la que la manera de vivir la ilusión del cine resumía una forma de vida que ya acabó.