Conjuros (1958) es el segundo poemario de Claudio Rodríguez. Una idea directriz, expresión de una actitud y de una experiencia, se repite en la obra: “soy vuestro”, que se refiere tanto a la naturaleza como a las demás personas.
Tened calma
los que me respiráis, hombres y cosas,
Soy vuestro.
(A la respiración en la llanura, Libro I)
Claudio Rodríguez (Zamora 1934 – Madrid 1999) es uno de los grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX, autor de una obra corta y muy valorada. Son cinco los poemarios que publicó: Don de la ebriedad (1953, comentado aquí y aquí), Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991).
Además de poeta, fue traductor. Ya en el bachillerato leía a Rimbaud en su idioma original y tras sus estudios universitarios fue lector de español en Nottingham y Cambridge. Recibió varios premios, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía (1983), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1993) y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (también en 1993). En 1992 tomó posesión de su sillón como académico de la lengua (fue elegido miembro en 1987).
Conjuros está compuesto por 26 poemas divididos en 4 libros. Son poemas “sueltos», lo que lo diferencia de El don de la ebriedad, que él mismo consideraba como un libro que constaba de un único poema. Aunque sean poemas autónomos, Conjuros está dotado de unidad temática: todo habla de unión íntima con lo demás, de comunión con el lugar considerado como propio.
Todos los poemas están titulados. Son los siguientes:
Libro I: A la respiración en la llanura, A las estrellas, Día de sol, A las puertas de la ciudad, El canto de los linos (Salida a la labranza), Con media azumbre de vino, Cosecha eterna, Al ruido del Duero, A mi ropa tendida (El alma)
Libro II: A una viga de mesón, A las golondrinas, Ante una pared de adobe, Al fuego del hogar, Dando una vuelta por mi calle, Primeros fríos, Alto jornal, Lluvia de verano
Libro III: El cerro de Montamarta dice, A la nube aquella
Libro IV: Visión a la hora de la siesta, Incidente en los Jerónimos, La contrata de mozos, Siempre será mi amigo, Un ramo por el río, Caza mayor, El baile de Águedas, Pinar amanecido
Pertenencia y cobijo
De los 26 poemas que conforman el poemario, 10 llevan un título de dedicación: “A la nube… a la estrella…”. Son cantos a realidades cotidianas, en principio, que tienen para él una significación especial, ya que su presencia ha configurado una experiencia densa de vida. Son cantos líricos que no se detienen en una descripción del objeto del canto, sino que analizan el significado de la experiencia vital.
El poemario canta diferentes facetas del lugar al que vuelve o en el que vivió, lugar que considera propio, donde encuentra el descanso y la conexión íntima entre el yo y la circunstancia, entre los que se da una relación de co-pertenencia. Ese lugar propio será aquel en el que el sujeto halla una armonía emocional positiva, donde descanse el deseo cimentado en la memoria de vida. Decimos: “no estoy hecho para vivir en el campo”, “en esta ciudad me encuentro solo, soy como un extranjero”… Estas o parecidas expresiones sirven para decir esa conexión con el lugar, lugar que será tanto una tierra como, sobre todo, un entramado de relaciones y de formas de vida.
Ser de un lugar forma parte de la identidad personal. El desarraigo se vive, normalmente de manera negativa. También el lugar se puede vivir como una suerte de prisión de la que se anhele salir, y el desarraigo como libertad. Aquí el poeta, después de haberse ido y volver, canta el aspecto positivo del arraigo que entiende como unión o comunión con la tierra y los demás. La tierra en la que se trabaja, no un mero paisaje natural. La tierra que tiene la huella humana de la labranza. En el lugar propio, el yo encuentra el sitio donde vivir siendo él mismo, sin engaño. Ortega lo expresó muy bien con la pareja yo/circunstancia para describir el yo. “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914). El ámbito vital (la circunstancia) sin el cual no puedo desarrollar la vida es, también, una llamada a la responsabilidad, al quehacer juntos como subrayará el poeta.
Estas breves reflexiones traen a la memoria el caso opuesto presentado en la novela de Camus, El extranjero, ya comentada aquí. La situación descrita en esta obra nos habla de una falta de conexión casi total del protagonista con lo real, con los demás, con su trabajo, así como una falta de responsabilidad moral… Es un extranjero en el mundo en el que predomina el sentimiento de indiferencia. El canto de Claudio Rodríguez transmite lo opuesto, y la manifestación emocional de la conexión es lo contrario a la indiferencia mencionada. Es el sentimiento gozoso de pertenencia al lugar, que es tanto sentirse miembro como sentirse cobijado.
guarda
todas mis puertas y ventanas como
tú has hecho desde siempre,
tú, a quien estoy oyendo igual que entonces,
tú, río de mi tierra, río Duradero.
(Al ruido del Duero, Libro I)
Pero este cobijo buscado viene después de una etapa vital llena de otro tipo de ruido, del que le resulta difícil desembarazarse ya que le persigue después de haber decidido dejarlo atrás, como nos dice en el poema. Ahora bien, el recuerdo de lo vivido tiempo atrás será más fuerte al estar más arraigado, al conectar íntimamente con su yo propio.
La dedicación de su canto (Al ruido del río Duero) no es lo más importante, sino la petición expresada en términos personales: “guarda todas mis puertas…”. La relación experiencial vivida le permite querer conectar otra vez con todos esos aspectos de su vida que le concitan y le llaman a vivir abierto. Lo que se mantiene, el río “Duradero”, es un factor de estabilidad y de identidad, factor que le permite volver ya que si todo fuese cambiante, novedoso, no podría hacerlo. Ese factor de estabilidad le permite no ser un extranjero en su mundo.
“El corazón del hombre”
El tono positivo de la visión poética de Claudio Rodríguez recuerda el tono de Jorge Guillén. Los dos hablan de manera repetida del aire y de la luz como elementos básicos de lo natural, de la vida. Pero Rodríguez pone el acento en lo otro, no en el yo que respira y experimenta la concordancia que colma, como canta Guillén. Rodríguez exclama en voz pasiva: ser respirado por la naturaleza.
¡Dejad de respirar y que os respire
la tierra, que os incendie en sus pulmones
maravillosos!
(A la respiración en la llanura, Libro I)
Así comienza el libro. El uso de los imperativos que invitan son frecuentes en el poemario, dándole uno de los tonos principales. “Ruego encarecido” es uno de los significados recogido por la RAE en su diccionario en la voz “Conjuro”.
La naturaleza, varias veces calificada de sagrada, es entrega:
Cómo aumentan las rosas
su juventud al entregarse.
(A las estrellas, Libro I)
Aumentar, estallar, crear, levantar, comunicar, son verbos de este primer poema que hablan de vida, de unión, de dejarse invadir, de abrirse para ser acogido (ser respirado). Esos verbos forman el nombrar de esa unión íntima en el que el yo encuentra su lugar. Si la naturaleza se da, la manera congruente de acoger ese don es abrirse, siendo esa apertura, ella misma, entrega al ser acto libre de disposición de sí. El “dejad” habla de una libre disposición a la apertura que busque la unión, la comunión con la naturaleza y los demás.
Que abra la mañana
con vosotras su luz a la que entrego
todo lo mío, todo lo vuestro, todo lo que hermana.
(A las estrellas, Libro I)
Todo este recorrido es una experiencia interior. La experiencia de vida, su carga emocional, todo pasa por “el corazón del hombre”, el sendero de este recorrido, de este trayecto vital que configura la experiencia.
Ah, qué eterno camino se completa
dentro del corazón del hombre.
(A las estrellas, Libro I)
“Corazón” es el nombre tradicional de la interioridad, “sede” de la afectividad.
¡Todos,
pisad todos la sola uva del mundo:
el corazón del hombre! ¡Con su sangre
marcad las puertas!
(Con media azumbre de vino, Libro I)
Rodríguez utiliza la imagen veterotestamentaria de la señal de la primogenitura judía frente a la egipcia que sirve de aviso para no morir, aunque aquí no hay distinción de pueblos, ya que se refiere a todos los hombres. Se trata de salvaguardar lo más preciado de lo humano y del mundo: el corazón. Para hacerlo, todos tenemos que colaborar: “pisad”, que también habla de sacar el mosto con el cual luego elaborar el vino, de trabajar para sacar lo mejor. Como el poeta nos ha dicho antes, el corazón es el lugar donde se escriben y transcurren los trayectos vitales.
El tono positivo incluye aquí lucha, violencia: “con su sangre / marcad las puertas”. En el poemario hay una constante presencia de oposiciones que dotan de dinamismo dramático a la vida, siendo la principal, la oposición entre muerte y vida. El salvar la circunstancia y el yo orteguiano antes mencionado, parecen encontrar aquí un buen reflejo.
La claridad interior
Ah, cuándo
me daré cuenta de que todo es simple.
¿Qué estaba yo mirando
que no lo vi?
(A las puertas de la ciudad, Libro I)
Este poema del que he citado estos versos, ocupa un lugar central en la descripción de este recorrido que se dan en el corazón. Rodríguez opone varias veces la naturaleza “sagrada” y la ciudad, como dando a entender que la naturaleza agrícola es verdadera, sana, limpia, mientras que la ciudad (“la ciudad de mis pecados”) fuese lo contrario. Su paso por la ciudad, de la que menciona el jolgorio, la jarana, parece ser una etapa de disipación, cuyo ruido tarda en dejarse oír como se comentaba más arriba. Su paso por la ciudad, con este juego de engaños y espejismos respecto de su etapa anterior, fue también algo positivo al darse una ganancia. La convicción, el ver claro que los otros también son parte de mi realidad (“soy vuestro”).
Perdón si antes no os quise dar la mano
pero yo qué sabía.
Ya no es el solitario mozalbete que anda por los campos de El don de la ebriedad. Ahora es el joven que ha descubierto la riqueza de los demás en un sitio que no parece ser el suyo: la ciudad.
El poemario narra el volver con esta ganancia en la que descubrió lo que nombrará al final: la solidaridad. El descubrimiento de que la marcha de la vida, aquella que transita por el corazón, es marcha junto a los demás. Reapropiarse del origen con esta ganancia dará a su relación primera con la naturaleza un giro distinto, no solitario, sino en comunión con los demás.
Creo que está bien expresado: para ver, hay que mirar: “¿Qué estaba yo mirando que no lo vi?” La atención suele estar puesta en tal o cual cosa, una atención dirigida por ideas, expectativas, deseos varios… Esa atención permite ver con claridad ciertas cosas, y otras no. Una mirada egocéntrica, centrada en el yo, será menos realista, por definición. Para ver, hay que salir de sí, y eso será mirar. Claudio Rodríguez dice que este mirar y ver está modulado por la intensidad de las necesidades.
Cuánto necesita
mi juventud; mi corazón, qué poco.
(Con media azumbre de vino, Libro I)
Una lucha interna, entre juventud y corazón, que impide ver (“yo qué sabía”). La visión se aclara cuando el equilibrio de necesidades se recupera al pasar esa fogosa etapa juvenil. Aprender que se necesita poco, que la vida verdadera es más esencial de lo que pudiera parecer.
La solidaridad
¡Todos juntos,
pared contra pared, todos del brazo
por las calles
esperando las bodas
de corazón(…)
Es solidaridad.
(Pinar amanecido, Libro IV)
Este es el último poema del libro que, junto con el primero, enmarca el sentido de todo el poemario. El corazón, central como comentaba arriba, busca ahora las “bodas” con los otros corazones. Es este poema otro canto de unión como lo es el primer poema comentado al principio.
Las “bodas de corazón”, la solidaridad y unión con los demás y con la naturaleza, tienen como motor el amor.
cantemos:
que el amor nos ha unido
(Pinar amanecido, Libro IV)
Todo el aire me ama
y se abre en torno mío, y no reposa.
(El cerro de Montamarta dice, Libro III)
Pero el libro acaba con una sombra que se rechaza. Además del amor, está el miedo.
Pobre de aquel que vea
que lo que une es la defensa, el miedo.
(Pinar amanecido, Libro IV)
Lo cual recuerda la famosa tesis de Hobbes con la que quiere explicar el origen de la política: el miedo es el rector de las relaciones sociales. ¿Miedo a qué en este poema? No está explicitado, lo que convierte el peligro al que se tiene miedo en algo anónimo y extendido. También puede ser una alusión a España (“estas tierras”) en esa etapa histórica particular, cuando se publicó el poemario (1958).
La oposición vida/muerte mencionada antes se complementa aquí con la de amor/miedo, dando a entender que no hay, o no puede haber, un amor pleno que extirpe el miedo.
Nunca
creas esto que he dicho:
canta y canta. Tú, nunca
digas por estas tierras
que hay poco amor y mucho miedo siempre.
(Pinar amanecido, Libro IV)
Conjuros, un poemario en el que el yo lírico reflexiona sobre su itinerario vital. La claridad ganada con la inclusión de los demás en el proyecto vital, la reapropiación del origen, de su lugar nativo.
Conjuros es un canto de unión, pero el final nombra una hendidura en esta comunión. Bajo el ideal de la unión a la que se aspira, frente al descubrimiento de la unión con los demás, la afirmación del miedo que separa, que acongoja. Frente al cobijo inicial, el desamparo.