“He visto/no has visto el horror”. Una reflexión a partir de «Hiroshima, mon amour» (1959)

Hiroshima, mon amour, es una película dirigida en 1959 por Alain Resnais (Palma de oro en Cannes ese mismo año). El guion (Oscar de 1961) es de Margerite Duras y se publicará en 1960 de manera autónoma.

Dos cuerpos abrazados, cubiertos de ceniza, de arena, de sudor.

No has visto nada en Hiroshima. Nada.

Lo he visto todo, todo.

Con estos escasos diez segundos iniciales, Resnais ya nos deja ver que este film es diferente, que vamos a vivir emociones desde una perspectiva nada usual… (tomado de Arantxa Acosta en su crítica de la película).

Premiada en su día y muy bien valorada por la crítica, la película va ganando peso con el tiempo. La singularidad de su estructura narrativa, su uso de voz en off, el montaje (del cual era un maestro), se unen al lirismo que lo impregna todo a pesar del trasfondo horrible (la bomba atómica y sus consecuencias).

La historia de tono poético une el amor y el dolor. El amor de la pareja protagonista (una actriz francesa, un arquitecto japonés cuyos nombres son los de sus ciudades de origen: Nevers e Hiroshima), es un amor efímero que nos lleva a una historia de amor anterior, una historia dolorosa que ella vivió en la guerra.

La dialéctica he visto/no has visto define uno de los temas de la película. Expresada de manera tan contundente como lo hace en el diálogo inicial, esta oposición nos sugiere la idea de que lo horrible tiene algo de irrepresentable, algo de invisible, que no se puede mostrar.

Solo se verá, según el protagonista, si se ha vivido (cosa que él mismo no hizo). Pero aun habiéndolo vivido, cabe pensar que la experiencia es imposible de transmitir de manera acabada. No se puede decir, pero tampoco se puede llegar a pensar, a poner nombre. Parece que la tesis nihilista y escéptica del sofista Gorgias (c.460- c.380 a. C.) se cumple en el horror. Gorgias afirmaba que el ser no existe, que si existe no es cognoscible, que si es cognoscible no se puede decir. Respecto del horror, esta cascada de negaciones es útil para expresar el fondo incomunicable del sinsentido.

Experiencias

Las experiencias son vivencias en primera persona. Casi todas ellas pueden ser vividas de manera parecida por muchos otros, por todos: comer, viajar, pasear, conversar…. Cuando contamos una experiencia, un viaje, por ejemplo, otros nos entienden porque han vivido algo parecido. Por eso decimos que no nos pueden entender quienes no hayan vivido algo parecido: “hasta que no vayas a la India, no comprenderás…”.

En ese sentido, la dialéctica he visto/no he visto se aplica a muchas experiencias vitales. Basta que no las hayan vivido nuestros interlocutores para no saber del todo de lo que estamos hablando. Puede ser algo hoy ordinario, viajar, o algo más singular: cómo describir lo que se siente al ver el mar a quien nunca lo ha visto, explicar lo que supone en una vida realizar un trabajo penoso durante muchos años, como muchos tipos de pesca, la minería…

No entendemos porque no lo hemos vivido, porque no lo hemos experimentado. Acabar de entender una experiencia requiere no solo comprender los conceptos expresados (viaje, trabajo, masa grande de agua -mar-), sino sentir de una determinada manera, vivirlo en primera persona.

Se da, por lo tanto, en las experiencias vitales, una co-implicación entre razón y afectividad. No basta solo con la razón. Las artes dramáticas como el cine, el teatro o la novela, pueden imaginar muy bien situaciones y caracteres y ser capaces de transmitir algo de esa vivencia al espectador, hacerle partícipe de esas vivencias. Narran una historia singular, y muchas veces lo hacen muy bien. La visión de una película no sustituye, claro está, la vivencia, pero sí la hace más comunicable, como experiencia, que un discurso abstracto. Nos identificamos con los personajes y participamos de su experiencia. Lo mismo pasa cuando una persona cuenta bien una historia: transmite mejor su experiencia, nos hace partícipes de ella (“nos lleva a…” decimos).

Acontecimientos

Vivimos a veces experiencias intensas, de un significado y relevancia muy grandes. Vivimos lo que llamamos “acontecimientos”. Los acontecimientos, como normalmente se entiende, son hechos dotados de una significación muy grande, por sí mismos y/o por lo que suponen para cada uno. La relevancia del significado, la densidad vital e histórica del acontecimiento puede provocar un giro en la trayectoria vital de las personas y de las comunidades. Hay acontecimientos que provocan una conversión de vida: son acontecimientos fundantes que originan giros personales importantes. Cambio de convicciones morales, conversiones religiosas, giro voluntario o radical en las trayectorias profesionales… Los acontecimientos muchas veces iluminan una vocación, término tan usado por el personalismo, Ortega, Marías o Marcel, para nombrar la estructura dinámica, dramática de la vida humana

Pero algunos acontecimientos pueden ser traumáticos. El giro vital al que obligan puede ser un detenerse, un truncar proyectos. ¿Qué tipo de acontecimiento es la explosión de las bombas en Hiroshima y Nagasaki? El horror que despiertan las bombas, el horror que se va intensificando conforme alcanzamos a ver la magnitud del hecho, de sus consecuencias… El rechazo moral que despierta este hecho y que se podría llegar a sentir corporalmente.

El sentimiento del horror

En un excelente artículo, el sociólogo Eduardo Bericat, analiza el sentimiento del horror en el marco social de un aumento de presencia de noticias “horrorosas” en los medios de comunicación. Voy a seguir su análisis del horror para comentar la afirmación sobre su carácter de irrepresentable.

El horror es una emoción intensa y compleja. Son tres los ingredientes principales que la constituyen.

El terror. Es un elemento importante del horror que explica que usemos a menudo como sinónimos “horror” y “terror”. Algo nos causa un miedo muy intenso. Algo horrible origina en nosotros una absoluta falta de seguridad ante un peligro desbordante inminente.

Esto se cumple cuando hay amenaza sabida de un mal inminente. Una bomba atómica es una causa de destrucción inmensa y provoca horror. En Hiroshima y Nagasaki no se cumplió: no se sabía de la inminencia de este mal. Se vivió la destrucción y la mortandad que sí causó horror: no la amenaza de la destrucción, sino la destrucción misma. Y ¿qué males inmediatos seguirán a la bomba? En las décadas posteriores asistimos horrorizados a veces a la multiplicación del potencial destructivo de las armas. Nos tranquiliza la doctrina de la “destrucción mutua asegurada”, aunque ahora son más de dos los actores…

Bericat señala que la diferencia entre el terror y el horror es la consideración de que en el horror se juzga que hay responsabilidad personal en la comisión de ese mal enorme, no así en el terror que es causado por una amenaza totalmente exterior a la responsabilidad humana (se podría aplicar esto a la historia de la película Melancolía). Está claro que una bomba es una creación humana. ¿Cómo puede ser posible que el ser humano sea capaz de causar una destrucción tan brutal en un solo momento y con las consecuencias tan letales y largas? ¿Cómo la guerra puede envilecer tanto el corazón humano? ¿De qué pasta estamos hechos para obrar así? ¿Cómo hemos llegado a esto?

El segundo ingrediente del horror sería el asco, el rechazo visceral que provoca lo horroroso. Nussbaum analizó con detalle el sentimiento del asco en la vida moral llegando a la conclusión de que era una emoción poco confiable para un juicio moral acertado dada la visceralidad con la que se vive y que nubla la capacidad de juicio. Ella lo estudia, sobre todo, en el ámbito de los juicios con jurado. El asco que nos puede provocar determinadas conductas nos lleva a juzgar muchas veces con precipitación e injusticia.

En nuestra vida moral, y en las vigencias sociales al respecto, vamos delimitando los ámbitos de lo puro e impuro. Tenemos una especie de “mapa” con fronteras sobre lo tolerable e intolerable. ¿Dónde está la línea que no deberíamos traspasar? En el ámbito de la guerra parece que estas líneas cada vez están menos claras: la confusión que se da, muchas veces, entre los ejércitos y la población civil dificulta totalmente la visión de estas líneas. Se nos dice que antes combatían los ejércitos en el campo de batalla, dejando a la población civil al margen de la acción bélica directa.  Quemar y saquear ciudades tras vencer a los ejércitos era una línea muchas veces traspasada, aunque era algo considerado indebido, inmoral, cuando se pensaba sobre ello. Pero cuando se lanzan bombas atómicas contra las ciudades, contra la población civil, con la intención de doblegar a los gobernantes de un país, antes de vencer a los ejércitos, estamos en otro escenario.

El tercer elemento del horror analizado en el artículo citado es la conmoción, la sorpresa. Lo horrible tiene carácter de extrema sorpresa.  El hecho produce una ruptura radical de la normalidad, dice Bericat. Es fácil pensar que esto se produjo sobremanera con la bomba. Y la sorpresa lleva a pensar que, como decimos “no me cabe en la cabeza”; es un hecho para el que no tenemos categorías que nos permitan pensarlo. Hay algo de no conceptualizable en un mal tan grande; en todos esos males donde la crueldad se exhibe y que pueden provocar la duda que resquebraje certezas sobre las que construíamos nuestro mundo.

He visto/no has visto. Solo se puede decir que se ha visto si se ha sido testigo y contarlo si se ha sido superviviente. Y, a pesar de ello, tal vez no se pueda contar porque no hay palabras para el horror. Estamos en la barbarie.

La película de Resnais muestra fotogramas de los momentos inmediatamente posteriores. Unos pocos. Luego queda la sombra. Esa sombra no conceptualizable ni incluso por los que la vivieron y que se nos traslada a través de una historia lírica de amor. Dice Alain Resnais (en Carlos Brown, Alain Resnais y la Nueva Ola del ’68):

Yo trato de poner al espectador en un estado mental crítico, incluso considerando que el impacto puede no ser inmediato. Mi objetivo es poner al espectador en un estado mental en el que en una semana, o seis meses, o incluso un año después, confrontados con un problema, él o ella puedan evitar la trampa, se sientan impulsados a actuar libremente… La gente necesita que la sacudan de sus certezas, que la despierten, que cuestionen la intangibilidad de sus valores convencionales.

Kurosawa, Rapsodia en agosto

Y ¿qué hacer? ¿Recordar u olvidar? Recordar, para no volver a hacer lo mismo, recordar a los difuntos… aunque sepamos que puede haber abusos de memoria y olvido, que puede haber manipulación interesada en los ritos de recuerdo.

Una bonita y fecunda forma de recuerdo es la que nos narra Kurosawa en la película de 1991 Rapsodia en agosto. Una anciana acoge a sus nietos en su casa en Nagasaki. Su marido murió en el bombardeo de 1945. En la película se narra cómo esos niños toman conciencia de lo que sucedió, van a Nagasaki… También vemos una ceremonia de recuerdo el día del aniversario. La película entera es una forma de recuerdo para sanar heridas en la intención del director. Dice Kurosawa: (Entrevista de 1991 de García Márquez a Akira Kurosawa):

No. Se trata simplemente de una anciana de Nagasaki que sobrevivió a la bomba atómica y cuyos nietos fueron a visitarla el pasado verano. No he filmado escenas sorprendentemente realistas que se muestren insoportables y que explicarían por sí mismas el horror del drama. Lo que me gustaría transmitir es el tipo de heridas que la bomba atómica dejó en el corazón de nuestro pueblo, y cómo poco a poco comenzó a sanar. Recuerdo el día del atentado con claridad, y hasta ahora, todavía no puedo creer que haya podido suceder en el mundo real. Pero lo peor de todo es que los japoneses ya lo han echado al olvido.

Ante el horror de la bomba atómica Hiroshima, mon amour, nos conduce a la idea de que lo horrible no se puede representar de manera acabada. El horror no puede ser captado con categorías “claras y distintas”. Cabe sugerir, dirigir la mirada a través de imágenes simbólicas, de reflexiones metafóricas como las de la película de Resnais.

Pero el hecho horrible debería ser recordado por la población como nos recuerda Kurosawa. Lo horrible deja huellas, heridas. Son esas heridas las que no hay que olvidar si queremos sanar. Y estas películas (sobre este y tantos otros temas horribles) pueden jugar un papel sanador, un papel de responsabilidad y justicia. Poder entrever lo que no se puede ver del todo. Este papel lo ha jugado muy bien el cine.

image_pdfCrear PDF de este artículoimage_printImprime el artículo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio