“Invasión de la realidad” (1962), de Carlos Bousoño. El entusiasmo trágico

Carlos Bousoño -Boal (Asturias), 1923 / Madrid, 2015- es uno de los grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX. Profesor de Literatura Española en varias universidades y de Estilística en la Complutense de Madrid, fue autor de una amplia obra poética y teórica sobre el lenguaje poético. En este campo destacan sus muy prestigiosas investigaciones, también a nivel internacional, Teoría de la expresión poética (1952-1976) y sus estudios sobre el simbolismo de El irracionalismo poético (1977). El primero de sus trabajos de investigación fue su tesis doctoral sobre la poesía de Vicente Aleixandre (1950), con quien mantuvo una larga amistad. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1980 hasta su muerte, la cual dedica una página a su figura y en la que se reúnen materiales de interés. También considero recomendable ver esta breve entrevista para profundizar en el conocimiento de su figura.

Carlos Bousoño

Es autor de una obra poética amplia por la que recibió varios premios, tanto por libros en particular, como por su obra completa. Entre estos últimos destacan, el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1993 y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1995. Sus libros de poesía son los siguientes: Subida al amor (1945), Primavera de la muerte (1946), Noche del sentido (1957), Invasión de la realidad (1962), Oda a la ceniza (1967), Las monedas contra la losa (1973), Metáfora del desafuero (1988), El ojo de la aguja (1993), Canto de salvación (1993), El martillo en el yunque (1996). En 1998 reúne en un solo volumen su obra poética  completa y revisada con el título de uno de sus primeros libros, Primavera de la muerte (En esta entrada utilizo esta edición con el título del poema seguido de la página).

Invasión de la realidad es su cuarto poemario, publicado en 1962, a sus 39 años. Tras la crisis religiosa expresada en las obras inmediatamente anteriores, el autor describe un cambio de actitud al expresar su aceptación gozosa de la realidad a la que el yo lírico se abre tras la “noche de sentido” vivida en esa profunda experiencia de crisis mencionada. El talante existencial de este libro y que mantendrá a lo largo de su vida se resume en el título de su segundo libro, Primavera de la muerte. Esta actitud también fue nombrada por él como “entusiasmo trágico”, por ejemplo, en este acto público disponible aquí.

Una poesía expresivista y autobiográfica

La primera reflexión de esta entrada  tiene por objeto la dimensión “narrativa” de su poesía. Es usual la distinción entre el “yo lírico” o “yo poético” que habla en los poemas, y el o la poeta que los escribe. No se tienen por qué identificar. En los poemas estrictamente narrativos, épicos o mitológicos, el poeta apenas se muestra en los poemas: es una especie de narrador omnisciente, como en gran parte de la novela clásica. Otras veces, este mismo tipo de obras poéticas tienen un yo que cuenta. Y ese yo puede ser un personaje creado por el autor o identificarse con él.

De izquierda a derecha, José Antonio Muñoz Rojas, Vicente Aleixandre, Leopoldo Panero, Dámaso Alonso, Carlos Bousoño y José Luis Cano, en 1943

Esta distinción o identificación no queda tan clara en obras poéticas de carácter más intimista, en esas obras donde un yo expresa sus vivencias, sus sentimientos e ideas. Ser consciente de la distinción yo lírico / poeta puede ayudarnos a comprender que no es la persona del poeta la que habla, que su intención al escribir no es mostrar su propia interioridad, sino hacer un retrato humano de un personaje o hablar desde la humanidad que todos compartimos. Aunque toda obra siempre deje una impronta personal, el o la poeta puede escribir desde una posición existencial ficticia, imaginada, soñada, y que no se identifica con su verdadero yo. En esta ocasión, en Invasión de la realidad, sabemos que el yo lírico y el poeta se identifican. Testimonios suyos nos lo confirman. Su poesía expresa su visión, sus sentimientos, sus ansias, sus dudas. Es, por lo tanto, un libro de naturaleza expresivista en el sentido de que los poemas son expresión de la intimidad de quien habla.

Carlos Bousoño nos transmite su visión del mundo a través de la expresión de su interioridad. No nos traslada hechos biográficos, sino su alma, sus dudas y convicciones. Por eso se puede afirmar que es una obra de naturaleza autobiográfica aunque no es un relato de sus acciones ni de sus trayectorias vitales. Abstraer de su biografía estos gritos y alegrías, estos deseos y dudas, es dar una visión de su yo íntimo alejada de los hechos y, a pesar de ello, ser un retrato personal profundo. Si hay o no una coherencia total entre el yo lírico de los poemas y la persona poeta que los escribe no lo podemos juzgar, ni es de interés para entender este poemario.

Por otro lado, la escritura de los poemas, pausada y revisada, va poniendo nombre a su experiencia, y al hacerlo, la va configurando. Todo esto supone un análisis de la interioridad, un poner nombre a sus vivencias, a sus interpretaciones, a sus ideas. Al hacer poema de su vida, esta se nombra, se aclara y entrará a formar parte de esa misma experiencia vital.

Invasión de la realidad está dividido en siete partes de desigual longitud. Algunas de estas partes tienen título y otras no. Invasión de la realidad 1 y 2 (I, II), La gran ausencia 1 y 2 (V, VI), Salvación de la vida (VII). Las partes III y IV no tienen título. Son un total de 49 poemas, todos con título y de desigual longitud (algunos con varias partes).

El conjunto tiene un sentido unitario, forma un conjunto de sentido que debe ser tenido en cuenta para la comprensión de cada poema. Es verdad que cada poema es una cierta totalidad de sentido, es relativamente autónomo. Pero creo que es intención del autor el reunirlo en un todo de sentido mostrando en cada poema una faceta, un aspecto del mensaje que quiere comunicarnos.

La visión que Bousoño nos transmite es la de un ser humano definido por una sed de ser que encuentra en la realidad, a la que está abierto con disposición a dejarse invadir por ella, una plenitud de presencia que hace de esta vida algo hermoso. La vida y la realidad muestran muchas veces carácter de don. Esta experiencia gozosa guarda recuerdo de lo que fue, de la fe en Dios que ha desaparecido y de la que queda su ausencia, el agujero. Eso se vive también, no desaparece. Y a la luz de ello, el poeta nos habla de su experiencia de contingencia y culpabilidad. En esta apretada síntesis, se apuntan ideas ricas en matices, se muestra un visión compleja y poliédrica de la condición humana tal como el poeta la vive. Pasemos a analizar brevemente estas ideas.

Entusiasmo: sed de ser y presencia de lo real

Sabemos por su obra poética y por entrevistas y testimonios que Carlos Bousoño consideraba como algo propio del ser humano, y de sí mismo en particular, el estar atravesado por el deseo de Dios. Desde una vida de fe intensa pasa a una situación existencial de increencia. Pero ese paso, esa crisis, no anula el deseo de plenitud, el deseo de ser que está en la base del acto de fe religioso (p. 253):

… plenitud donde calmo

mi sed de ser: salvadme!

El dinamismo de la subjetividad humana está presidido por ese deseo de ser que solo se calma con lo que es pleno. Si hay calma es que en el deseo se vive un ansia, una intranquilidad o, con palabras agustinianas, una inquietud. Un deseo no satisfecho se experimenta en parte como sufrimiento ya que se vive una carencia de algo valioso y que hace falta. La sed de la que habla es radical, es una “sed de ser”. Aquí “ser” puede significar simplemente eso: ser, vivir. “Ser” puede designar también, ser más, ser en plenitud. De hecho, la calma que se encuentre ante la presencia de lo pleno es denominada como salvación. La salvación hace referencia a una vida plena en la que que esa sed de ser esté calmada.

Bousoño utiliza en esta obra un lenguaje de origen religioso para nombrar esta experiencia humana básica: “salvadme”, “elevadme”, “resucitadme” (última parte de este mismo poema). También aparecerá la “creación” (p. 259) cuando describa el amanecer. Ese uso del lenguaje religioso en una situación que propiamente ya no lo es, dada la ausencia de referencia a Dios, es sugerente ya que le permite nombrar experiencias humanas básicas para las que esas palabras parecen adecuadas. Este uso no solo se explica por el bagaje cultural y biográfico del autor, sino porque contienen en sí una riqueza semántica que le permiten decir lo humano de una manera intensa y radical. Claudio Rodríguez comparte esta característica con él.

La experiencia positiva que Bousoño nos transmite con tanta finura es el encuentro con las cosas, con la realidad (p. 251).

Dejadme con las cosas

también. Son realidades

súbitas que se crean

duras a cada instante.

Emergen con firmeza

cruel. Se satisfacen

con su presencia misma.

Dice: “¡Toma, regálate!”

Es llamativa la referencia al tacto. De hecho, todo el poemario está presidido por una cita de un verso de un soneto de Lope de Vega de Rimas humanas y divinas (61):

    …sino esencia real que al tacto obliga.

Parece que el tacto es el más físico de los sentidos, ya que permite sentir con evidencia la materialidad de la realidad, su presencia real. Cuando no sabemos si estamos dormidos o despiertos nos palpamos, como muestra de que consideramos el tacto como un sentido muy “realista”. Las cosas son “duras”, dice Bousoño en este poema, “emergen con firmeza”. Tal es su grado de realidad que ”se satisfacen” (a sí mismas) en su presencia misma.

La fisicidad de lo real en las cosas es emblema de su presencia ante el poeta. Es esa presencia la que se le ofrece: “¡Toma, regálate!”. Lo real invita al contemplador a aceptar su presencia y muestra su carácter de regalo, de don que, como todo regalo, debe ser aceptado, acogido en una actitud de apertura. La realidad invade según el poeta, pero es una invasión que puede no ser tal ya que para ser invadido por la realidad esta debe ser acogida. Hace falta una disposición para recibir lo que se ofrece como regalo la presencia de lo que es, hay que dejarse invadir por lo real que le lleva al poeta vivir de una manera más intensa (“elevadme”, “resucitadme”). Su presencia no impone su recepción (p. 264).

Aquí tenéis un alma abierta al mundo

Lo que se complementa con (p. 265):

¡Entrad, entrad, el alma se despierta.

Quiere la vida con su noche cierta,

su amenaza terrible y cierta: ¡entrad!

Aceptar la presencia de lo real como don es darse a uno mismo un regalo (“regálate”). Puede sonar muy auto-referencial el «regálate», oscureciendo así su carácter de don. El uso que hacemos de esa palabra muchas veces tiene este sentido referido. Aquí, teniendo en cuenta el conjunto, parece tener el sentido de la necesidad de abrirse para entender lo real como regalo y de abrirse para saber aceptar un don. Hay un trabajo sobre uno mismo en vistas a modular la apertura a lo real, apertura en la cual el poeta hallará la vía para encontrar la serenidad y la alegría se ser (p.250):

Tu don de serte vivo,

tu realidad, me baste.

 Queda una cierta fe residual que remite a una memoria esperanzada (IV, La piedad de Dios (Habla Éste) pp.299-300)):

Tras la luz del día sereno,

en la tenaz inmensidad,

me escondo a tus ojos más pleno

que la mentira y la verdad.

Humano: quisieras hablarme,

Mira el mundo ante todo, cobra

conciencia de la realidad.

Hermoso es el mundo. Mi mano,

continuamente viva, prende

una hoguera en cada temprano

clavel que acaricia o enciende.

El carácter trágico de la vida

No todo es positividad en la vida, en la realidad a cuya presencia se abre. También hay noche, oscuridad, muerte. Es esta «coincidencia de opuestos», la que estamos llamados a aceptar. La presencia de lo real es un regalo que satisface. Y eso es lo que causa entusiasmo. Pero la noche, la muerte, la nada, forman parte de lo real. Por eso, ese entusiasmo es calificado como “trágico” por nuestro autor. La huella de la fe mencionada arriba presenta su cara opuesta: un cierto resquemor que nos abre a la cara opuesta, a lo trágico de la condición humana  (V, El agujero, p. 319):

Oh historia extinta. Abierto el sumidero

el agua se escapó,

el cielo se escapó. Mal agujero

ese que en ti quedó.

Aunque no la nombra de modo literal, esta obra versa sobre la finitud humana. El carácter trágico del ser humano se debe a que en nosotros habita una desproporción que tenemos que aprender a sobrellevar. Una sed de ser que apela a la infinitud que una mirada religiosa reconocía en Dios, y que ahora reconoce en lo real. Pero lo real, capaz de invadir, es también noche. Es una amenaza terrible y cierta. En el fondo, la finitud es la palabra que define lo humano y lo trágico está en la desproporción, en el anhelo de infinitud que solo puede ser satisfecho parcialmente.

Hay momentos en los que experimentamos sin fisuras la plenitud de lo real: el amanecer (p. 258), el olivo (p. 302), la montaña (p. 304), el jarro (p. 342) son muestra de ello. Pero en otros se experimenta la culpa, la nada. La “verdad, mentira” (título del primer poema del libro) de la vida humana, hermosa y frágil incluye la luz del amanecer y la oscuridad de la noche. Esta ambivalencia mencionada se concentra en la visión del ser humano con acentos propios. En  Culpable (p. 269):

He aquí que nosotros nos preguntamos si acaso

somos verdaderamente necesarios

hechos mitad de fango y mitad de madera pobrísima,

casi putrefacta, pero tal vez con recuerdos del bosque,

de verdísima luz, de senderos de luz conducida

“Si acaso somos necesarios” y lo que sigue, nos habla de un ser humano inmerso en un cosmos donde no todo es orden. Se introduce la duda sobre el hecho de ser necesarios, de que estemos aquí con un sentido, queridos por nosotros mismos. Esto alude a la contingencia profunda que define nuestra condición: somos pero atravesados por la posibilidad de no ser. Una contingencia no fundada: no somos necesarios en un mundo que tampoco lo es. Pero ser es algo positivo a pesar de ello. Todo lo anterior es válido ahora también. La vida merece la pena como él mismo dice en A pesar de todo (p. 278). No todo es luz, pero “hermoso es el vivir” (p. 293). Eso es lo que provoca entusiasmo.

Fotograma de la película Melancolía (Lars von Trier, 2011), en la que la protagonista, en esta imagen onírica, arrastra el fango por el que ha pasado.

Lo trágico ya mencionado se da en unión con lo luminoso. Está la contingencia y la finitud ya mencionadas y que definen nuestra condición. A eso se añade una visión expresada en términos duros que hablan de la condición humana: fango y luz como síntesis peculiar con las que se expresa nuestra culpabilidad que para nuestro autor también nos define. La oposición fango/luz es fuerte y rica en imágenes. Ciertamente el fango nos lo imaginamos como oscuro, pero también como algo pesado, que nos atrapa y que dificulta nuestro caminar, así como también evoca la suciedad y, con todo ello, la maldad, el vilipendio. Frente a ello, el carácter “aéreo” de la luz, su sutilidad, su transparencia.

En esta faceta no aparece el tema de la salvación que sí aparecía cuando se cantaba la presencia de lo real. Salvación hace referencia no solo a una vida colmada sino a la acción que permite sortear los peligros que dificultan y que alejan del logro de esa vida plena. Salvar es también, salvarse de. El carácter trágico aquí se reducrece ya que se menciona una culpabilidad que no está orientada a la salvación y que queda como palabra definitiva sobre la condición humana.

Culpable, poema del que forman parte estos versos, es el primero de la segunda parte del libro (Invasión de la realidad 2), la otra hoja del díptico, la hoja sombría. Si en la primera parte el poeta cantaba la realidad (“ser, amor, presencia” p.261), en esta segunda aparece el lado sombrío: la culpabilidad mencionada, la dificultad de “abrir los ojos a la realidad más sombría” (p. 270), el miedo, “poder oculto entre las sombras” (p. 275) que muestran que la vida es breve (cf. p. 277).

Pero «merece la pena» (p. 278). Lo que dice en el último poema de esta parte puede servir de conclusión a esta reflexión ya que en el poema se expresa su síntesis peculiar. Es vida, p. 279:

(Después de todo es vida haber sufrido,

haber estado entre la mar sombría,

haber ganado, obrado, haber perdido;

ir más allá de la melancolía;

haber estado en el dolor, dormido,

sin despertar, cuando llegaba el día.)

Sirva este último poema como cierre de esta entrada sobre este gran estudioso y poeta que nos transmite una posición existencial definida por la ausencia de Dios, y a la vez, atravesada por su deseo. Un poeta que se deja invadir por la gloria de lo real a la vez que experimenta la contingencia, la tiniebla de nuestra condición y de este mundo. Carlos Bousoño, poeta del “entusiasmo trágico”.

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