La diligencia (“Stagecoach”) es una película de 1939 dirigida por John Ford, director prolífico y muy respetado por crítica, compañeros y público. Considerada como uno de los mejores westerns de la historia del cine, La diligencia es la primera película de este género que rodó con sonido, tras 13 años sin rodar westerns. Consiguió rehabilitar las películas del oeste al ser una película de muy alta calidad cinematográfica.
Hacia 1880, un grupo variopinto de personas viaja en una diligencia atravesando un territorio apache. Se cierne sobre el viaje la amenaza constante de Gerónimo (1829-1909), cuyo nombre pronunciado en voz alta ya produce miedo. Les acompaña el ejército durante una parte del trayecto. Paran en diversas postas, les atacan los apaches cuando van solos… Es una película muy dinámica, de “acción y aventuras” se podría decir, aunque, sobre todo, es una película de personajes de los que se hace una excelente descripción. Todos son protagonistas, aunque los carteles hayan destacado a menudo a Claire Trevor, como Dallas, y a John Wayne, en el papel que le convertiría en una estrella, Ringo Kid.
Los personajes viajan por motivos diversos que quedan claros desde muy pronto para nosotros. Son personalidades muy diferentes entre sí, como lo es también su pertenencia a estamentos sociales diferentes. Estas diferencias son nítidas, lo cual indica que su idiosincrasia está muy bien dibujada con las reacciones espontáneas, los comportamientos, o las decisiones que van tomando.
En La diligencia siete pasajeros tienen que convivir en un muy reducido espacio durante muchas horas. Es un viaje incómodo y, sobre todo, peligroso por la amenaza continua de un ataque de los apaches. Las sucesivas paradas para comer o cambiar los caballos son ocasión para un cierto sosiego. Queda, de este modo, muy subrayado el carácter viaje de la historia.
Viajar
Viajar es una actividad lúdica o laboral, voluntaria o forzosa… Son muchas las circunstancias que configuran esta importante actividad humana.
El viaje se contrapone al vivir en casa. Caben formas de vida nómadas, pero actualmente son poco numerosas. La casa es “vivienda”, nombre que expresa lo relativo al vivir, al lugar en el que se vive. A la vivienda o casa también la llamamos, o nos gustaría hacerlo, “hogar”. Estar en casa, en “mi casa”, es una experiencia básica para el ser humano. Mi casa es el lugar de la familiaridad, de la privacidad, que se contrapone al vivir “de paso”, al vivir alojado por otros, al vivir en un lugar inhóspito.
Los personajes de esta película viven esto de formas variadas. Está el “viajante”, el comercial que vende whisky; el conductor de la diligencia cuyo oficio es hacer posible el viaje de otros. La mujer embarazada que va en busca de su marido, militar, cuya vida está definida por ir de un destino a otro. El forajido, el que ha estado recluso y huye, y que es el que mejor manifiesta la importancia del hogar como meta en la que descansar. Los que han sido expulsados de la ciudad en la que vivían, los que se quedan, por lo tanto, sin casa: Dallas y el doctor Boone. Un banquero que huye se contrapone al sheriff que también viaja y que parece ser el de forma de vida más estable y asentada. Y un jugador de cartas profesional que suponemos va de un sitio a otro.
Los personajes realizan este viaje pero, a su vez, son, casi todos, personas sin hogar o con la movilidad como forma de vida. Casi todos ellos transmiten, por lo tanto, una forma de vida inestable en diversos grados. Su movilidad se opone al asentamiento que es común y que se presenta para la mayoría como deseable. La estabilidad, por lo tanto, parece ser una característica de la vida que valoramos positivamente al ser condición para muchos de desarrollo personal. Tiene el peligro, claro, de facilitar el apalancamiento, la rutina mortecina, el estatismo, formas contrarias a la lógica de la vida, que es una realidad dinámica. Pero tener un lugar al que volver, es también una necesidad generalmente admitida al procurar seguridad, cobijo, comodidad. Viene a la memoria el famoso “mi casa” del tierno E.T. señalando con su dedo un lugar al que no puede llegar (S. Spielberg, 1982).
Desde otro punto de vista, esta película es una especie de road movie. Este género se desarrolló a partir de los años 50 del siglo XX, una vez que el coche se popularizó. Hay buenas películas en este género que merecen una reflexión: Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967), Alicia en las ciudades (Win Wanders, 1974), Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), Pequeña Miss Sunshine (Dayton y Faris, 2006), Thelma y Louis (Ridley Scott, 1993) o Una historia verdadera (David Lynch, 1999), entre otras muchas. En estas películas, como en la que nos ocupa, el viaje es la situación donde se desarrolla el drama narrado. Es la situación en la que los personajes se encuentran “encerrados”, muy juntos, hasta que acaben el trayecto. Al moverse durante largo tiempo, los personajes están obligados a interactuar. La situación fuerza a conversar, a sacar cosas a la luz muchas veces guardadas durante largo tiempo, o a empezar a conocerse. Las dificultades ponen a prueba la paciencia y el compañerismo. El viaje se convierte en una experiencia intensa de conocimiento personal: de uno mismo, de los compañeros.
Esta dimensión es la más subrayada en las películas citadas, convirtiéndo el viaje en un fragmento denso de vida, en una vida comprimida, una metáfora de la vida. Si en estos viajes se produce un cambio de vida, un giro que lleva a tomar decisiones vitales que le dan otro rumbo a la vida, el viaje adquiere un carácter iniciático ya que con él se inicia una nueva trayectoria vital.
Los escenarios de Monument Valley, en el que no había caminos asfaltados, fue elegido por Ford como escenario natural para la película. Aquí tuvieron que soportar bajas temperaturas durante los casi cincuenta días de rodaje. Fue escenario de otras películas del mismo director.
La grandeza
A pesar del acento puesto en el proceso vital de los personajes, estas películas se desarrollan en espacios normalmente muy bellos. En La diligencia, las formaciones rocosas en este paisaje desértico son espectaculares. Es otro beneficio añadido para nosotros, los espectadores.
En el western, estos entornos espectaculares tienen un cierto peso dramático. Las películas de cualquier género se desarrollan normalmente dentro de casas o en ciudades. Cuando es al aire libre, el entorno natural puede influir en el mismo desarrollo de la historia. Los cineastas tendrán cuidado en mostrar el paisaje como un ingrediente argumental mostrando muchas veces su fuerza estética con el peligro de convertirse en una sucesión de postales. Eso pasa en estas películas del oeste en las que, como género, se comunica la idea de la gran extensión por conquistar, lo que favorece el tono épico del género en su período clásico. Ese tono épico ligado al entorno natural se une al carácter, también épico, de las acciones realizadas. Los hechos narrados en estas películas tienen muchas veces carácter de hazaña, y sus protagonistas, de héroe. Todo es grande, tanto la naturaleza como la acción. Horizontes de grandeza (W. Wyler, 1958; comentada aquí) comunica con fuerza esta idea o impresión.
También está muy presente en estas historias la idea de descubrimiento. La unión de lo grandioso y el descubrir se une en esa sensación propia de este género de unir el entorno con lo paradisíaco: una naturaleza en la que el ser humano apenas ha puesto el pie y que se muestra en su belleza original, edénica y en la que se quiere transmitir la idea de un nuevo comienzo, de la organización de una comunidad sin historia. Esta asociación a lo paradisíaco estuvo muy presente en muchos pintores de la época en la que ocurren estas historias, entre los que destacan Thomas Cole (1801-1848) y los pertenecientes a la Escuela del Río Hudson.
Sobre el significado político de La diligencia
El filósofo norteamericano Robert B. Pippin disertó sobre la contribución de algunas de estas películas a la filosofía política (Hollywood Westerns and American Myth: The Importance of Howard Hawks and John Ford for Political Philosophy, Yale University Press, 2010). En la introducción a este libro, el autor analiza brevemente esta película, destacando algunos aspectos que paso a comentar.
En primer lugar, destaca que los pasajeros de la diligencia son siete personas muy diferentes pero que, prestando un poco de atención, se detecta que forman parejas antagónicas con un fuerte sentido simbólico.
- Por un lado, están el banquero, del que sospechamos pronto que es un ladrón, y el esquivo jugador de cartas que se revelará como un caballero honorable.
- Otra pareja dramática está formada por el viajante de whisky, algo mayor y de personalidad, en principio débil, pero que al final revelará tener una gran fortaleza. Su oponente, el doctor Boone (encarnado por Thomas Mitchell) borrachín y simpático, también dará la talla cuando sea necesario.
- Y la pareja femenina. La prostituta Dallas, una nerviosa y delicada mujer que ha sido expulsada del pueblo por un grupo de señoras “muy rectas”, comparte vehículo con la dama embarazada quien pasa de la altanería al agradecimiento hacia la primera tras recibir su ayuda.
Son retratos de personas individuales posibles pero, como bien dice Pippin, tienen valor arquetípico. El carácter polar de las parejas dará ocasiones para la confrontación y el humor.
Por un lado, son tres los personajes que simbolizan lo burgués bien considerado, y otros tres los que están en las antípodas de lo aceptado por ellos como civilizado. Pero esta historia hace ver con eficacia que esta tipificación social de lo que es ser buen ciudadano es simplista y empobrecedora. La altura moral que demostrarán los tres personajes que se suponen están en los lindes de lo “correcto” ponen en entredicho esta supuesta corrección. También los demás, salvo el banquero, curiosamente, demostrarán ser buenos ciudadanos. Es, por lo tanto, una fina reflexión sobre la condición moral de la ciudadanía.
Esta cuidadosa reflexión se pone a prueba con la relación entre el séptimo viajero, el prófugo Ringo, y el sheriff que quiere detenerle y que viaja en el pescante. Ringo quiere vengarse. Ayudará en la lucha contra los apaches, pero cuando lleguen a su destino, se vengará en duelo dando muerte a los tres hermanos que mataron a su padre y hermano, y de cuya muerte él fue injustamente acusado. El sheriff no solo le dejará hacerlo, sino que también le facilitará irse a México. Fuera del país, eso sí.
Estamos acostumbrados a ver duelos en estas películas. A disparar para defenderse de los agresores. La violencia está muy presente. El mismo sistema judicial, organizado o no, utilizará la horca como pena de muerte con facilidad. La violencia, por lo tanto, es tanto agresora, injusta, como medio para restaurar la justicia. Esta ambivalencia habla de que el “imperio de la ley” no es algo del todo asentado.
Ejemplos de películas del Oeste en las que la ley no está presente son, por ejemplo, El árbol del ahorcado (Delmer Davis, 1959). Los mismos ciudadanos juzgan y cumplen la sentencia de muerte. Lo primero que ve el protagonista es la horca que cuelga de un árbol: “Todo campamento debe tener un árbol para ahorcar. Eso infunde respeto”. O El forastero (Wiliam Wyler, 1940) en la que un “juez”, dueño de un bar, impone de manera arbitraria su ley con un simulacro de juicio y jurado.
Parece que estas situaciones donde la ley todavía no goson, en películas de esta época, lugares apartados, de difícil acceso, donde los vecinos se van organizando, utilizando la fuerza como forma primera de imponer el criterio a seguir. Estos lugares se oponen a la ciudad, donde la ley sí estará más presente hasta el punto de ser una propiedad esencial de la organización política.
Estas películas presentan la coexistencia, las diferencias y las tensiones entre la violencia y la ley. A la ley, para que “impere” se unirá el uso de la fuerza, lo cual la acercará a la violencia. La omnipresente violencia en estas películas se enfrenta a ese otro pilar citado, la ley, personificada tanto en el sheriff como en el juez. El hombre que mató a Liberty Valance (J. Ford, 1962; comentada aquí) es un gran ejemplo de la presencia de la ley, personificada por James Stewart, y de la fuerza, por John Wayne.
Aceptamos el final de La diligencia porque se trata de una película del oeste, como aceptamos que en las obras de Shakespeare se maten con facilidad unos a otros y la ley parezca no cumplir un gran papel. Hace años pude asistir a una representación teatral de una versión hispánica que ambientaba Macbeth en nuestro presente (Los Mácbez, 2014). Más allá del intento de querer ser una reflexión sobre el carácter perenne de algunos usos del poder, no era creíble que hubiera tanta muerte y la policía no interviniera.
Aceptamos, estamos acostumbrados a verlo, que la violencia esté muy presente, que la línea entre venganza y justicia sea fina. Pero si pensamos en ese comportamiento en el día de hoy, no lo veríamos igual. Más allá de la posible identificación emocional con el espíritu de venganza de una víctima inocente que, además, ha demostrado tener un noble carácter, la venganza ejercida por la víctima no puede sustituir el papel del aparato judicial. En este sentido, La diligencia es una descripción de un estado de cosas propio de tiempos pasados, aunque la película parece justificar ese comportamiento y nosotros al verla no condenamos este comportamiento, por lo menos, en la película. En este sentido, la reflexión política es digna de debate, y plantea el importante tema del papel de la violencia en el mundo social y político. Puede venir bien recordar la clara y contundente tesis de Arendt (1906-1975) quien afirma que la violencia es lo contrario a la política, definida esta como actividad fruto del debate público racional.
Pippin comenta otra idea. La película parece poner como ideal la igualdad moral de todos los ciudadanos. El valor de la persona es igual de base y, por otro lado, el buen comportamiento moral nos iguala. La nobleza moral nos iguala por “arriba”, lo cual podría romper la supuesta jerarquía entre las personas. Pero, a la vez, queda claro en la película, que eso no llegará a pasar, que es un ideal noble, pero no realista.
Creo que es una sugerente clave que nos permite profundizar en el significado político de la película.