Es muy curioso cuando el arte toma como tema su propio arte. El propio arte (pintura, cine, teatro…) es una de las realidades de la vida humana y las artes tratan, sobre todo, temas humanos. No es extraño que uno de los temas sea el mismo quehacer artístico. Pero la peculiaridad está en el carácter reflexivo de este tratamiento que puede ir desde el mismo retrato de la actividad al entrecruzamiento de planos, el ficticio y el real, en un juego de espejos que se puede multiplicar. En entradas anteriores reflexionaba sobre el teatro dentro del teatro a partir de Pirandello y Lope de Vega.
En esta entrada el tema es la pintura. Hace unos años (2016-2017), el Museo del Prado organizó una exposición sobre este tema que llevaba por título Metapintura. Un viaje a la idea del arte. A día de hoy se puede encontrar en su web información sobre la misma además de mucho contenido multimedia. A partir de esta exposición y una conferencia de su comisario, Javier Portús, realizó estas reflexiones que van más allá de una recensión de las mismas.
Portús enumera tres modos de ser de la pintura: frontera, espejo y ventana. La exposición y la referencia a estas tres metáforas sirven para adentrarnos en algunas dimensiones de la naturaleza de la pintura en el marco de esta exposición que versa sobre “la pintura dentro de la pintura”.
La pintura como frontera y ventana
La referencia del cuadro pintado como frontera es Leon Battista Alberti y su Tratado de la pintura (1435). Alberti hace esta consideración en el marco de la reflexión de los elementos geométricos básicos: punto, línea, plano. En cuanto que plano, el cuadro marca un límite con el mundo real. Lo pintado marca en sus límites (sea un cuadrado, un rectángulo o un círculo, por mencionar las tres más utilizadas) una frontera entre el mundo pintado y el mundo real. Ese carácter fronterizo evoca la imagen de pasar de un mundo a otro, de dividir dos zonas de la realidad. El estatuto de imagen que versa sobre lo visible del cuadro pintado -materia del pintor como afirma Alberti- queda afirmado con estas sencillas observaciones geométricas.
Otra metáfora utilizada se une a esta reflexión. El cuadro puede ser una ventana abierta al mundo. Caben dos tratamientos de este tema. El primero se realiza cuando se crea la ilusión de traspasar la frontera del plano, del marco, y acceder al mundo real. Un cuadro fantástico que se usó como cartel de la exposición lo expresa muy bien.
El trampantojo que crea la ilusión de entrecruzamiento de planos de realidad es soberbio. Si la idea de frontera subraya el carácter de límite que separa la imagen pintada de la realidad, aquí se traspasa la frontera (aparentemente) y se crea la ilusión de un entrecruzamiento de planos de realidad. A su manera, es lo que se hace en el teatro cuando los actores/personajes se dirigen directamente al público “atravesando la cuarta pared” y que a veces en el cine o serie de televisión se logra cuando actrices y actores miran a la cámara como forma de dirigirse a los espectadores. Una película especial a mencionar es La rosa púrpura de El Cairo (Woody Allen, 1985) donde un personaje atraviesa la pantalla de cine y vive en el mundo real.
El segundo tratamiento de la pintura como ventana se realiza en aquellas pinturas en las que se pintan ventanas abiertas. Se pinta la habitación y lo que se ve desde la habitación o la habitación vista desde fuera (tema muy querido por Hopper, por ejemplo). El marco de la ventana se asemeja al marco del cuadro. Con este artificio, el carácter de imagen de lo visto desde la habitación se acerca al carácter de imagen del mismo cuadro que se ve.
Un ejemplo extremo es el que propone Magritte quien reflexionó mucho sobre el carácter de imagen de la pintura. En este cuadro, Magritte crea un sencillo enigma que divierte al espectador. Visto desde fuera, muchas veces hemos visto reflejado en el cristal de la ventana lo que vemos a través de ella cuando estamos en el interior. El cristal de la ventana, desde fuera, es como un cuadro que refleja lo visible como lo hace un cuadro.
Todo ello son variaciones sobre un mismo tema: la pintura es una imagen. A veces los pintores pintan cuadros donde ese carácter de imagen queda subrayado. Ya lo dijo muy bien, otra vez, Magritte con su famoso cuadro Ceci n’est pas une pipe (1929).
La famosa pipa. ¡Cómo me reprochó la gente por ello! Y sin embargo, ¿podría usted rellenarla? No, claro, es una mera representación. ¡Si hubiera escrito en el cuadro «Esto es una pipa», habría estado mintiendo!
La pintura como espejo del arte de la pintura
La otra gran metáfora utilizada para esta revisión de la “pintura dentro de la pintura” es la de espejo. El cuadro sería un espejo. No tanto ahora espejo de la realidad visible que el pintor quiere representar sino, más en concreto, de la actividad del pintar y de su persona.
En primer lugar, los autorretratos. Hay infinidad de ejemplos. Veamos algunas facetas de este inmenso tema.
El pintor elige la manera de representarse. Las vestimentas elegantes de Durero indican un nivel económico, un prestigio social. Eso parece importarle poco a Picasso en el autorretrato copiado aquí. Además, se pinta con el objeto más claramente representativo: la paleta. Uno es un señor, otro un artista. En estos autorretratos, por lo tanto, se refleja la consideración que los pintores tenían de sí mismos. Artesanos, artistas, señores, creadores… Los cuadros son aquí “espejo” del estatuto social del artista.
A este respecto, siempre se cita el ejemplo de Velázquez que se pinta a sí mismo en “Las meninas”: limpio, vestido como caballero, con mirada señorial… Comparar, como hace Miguel Morán en esta conferencia este cuadro con el del retrato de la familia de Carlos IV pintado por Goya es muy instructivo.
Por otro lado. La técnica del autorretrato se basa en el uso del espejo. El pintor pinta la imagen de una imagen, la del espejo. Si el pintor pinta la imagen de un espejo, pinta la imagen invertida, que es la que cada uno conoce de sí, siendo los demás. los que conocen nuestra “cara real”. Sin superficies que reflejen la imagen, no conoceríamos nuestra cara.
Otro caso extremo es Dalí pintándose a sí mismo en una especie de juego de espejos. Hay que pensar un poco, pero podemos deducir fácilmente que lo que pinta el Dalí que vemos de espaldas es lo que vemos en el espejo (a Gala y a Dalí). Si es así, la imagen del espejo es la misma imagen del cuadro que pinta el Dalí pintado que vemos de espaldas. O puede estar pintando lo que vemos en el espejo más el retrato de Gala desde atrás. La gracia está en imaginar quién pinta lo que vemos en la totalidad del cuadro. Sabemos que es Dalí, claro, aunque parece haber otro espejo que no vemos… Si siguiéramos así, sería como esos espejos que reflejan espejos, cuyo reflejo se multiplica hasta el infinito. Esta relación entre retrato y espejo alude directamente al estatuto de imagen de la pintura y la del espejo.
Cuando hay fotografías con las que comparar, podemos comprobar el parecido. Cosa que con los antiguos es más difícil, claro está. Pero si un antiguo se ha pintado a sí mismo varias veces, lo tomamos como señal de fidelidad a lo real. Van Gogh, Rembrandt… son ejemplos famosos de pintores que se han pintado muchas veces a sí mismos.
Otra variante es que se pueda comparar un autorretrato y un retrato del mismo pintor pintado por otro (como hicieron también Van Gogh y Gauguin). En esta ocasión resaltan los rasgos estilísticos propios de cada pintor que hace que cada retrato tenga el sello del que pinta. Esto introduce otro elemento importante que debe ser tenido en cuenta. Los cuadros, y también la fotografía, suponen una “lectura” del artista que fotografía o pinta. Esto se ve más claro en la pintura ya que la fotografía nos parece más “objetiva”. El sello que pone el artista que retrata sabe sacar a la luz la idiosincrasia del retratado. Su arte está al servicio de la verdad del retratado aunque veamos en sus obras rasgos “inconfundibles” de un estilo personal.
Otros motivos recurrentes en este ejercicio reflexivo de la “pintura dentro de la pintura” son. Pueden verse ejemplos aquí.
- Cuadros que pintan la labor en academias y talleres de pintores.
- El pintor y la modelo, variante de lo anterior, y que es un tema muy presente en la obra de Picasso, por ejemplo.
- Cuadros que representan salones donde se exponían cuadros.
- Cuadros famosos (o reproducciones) que cuelgan de las paredes de una estancia, tema del cuadro.
- Una variante digna de estudio y en la que Picasso también destacó: hacer versiones propias de cuadros relevantes de la historia de la pintura.
El poder de las imágenes
Otro tema que la exposición de Prado trata es el uso que se ha hecho de las imágenes y que algunas pinturas reflejan. Podemos mencionar algunos de esos usos. “Una imagen vale más que mil palabras” es un eslogan que es verdadero muchas veces (aunque no siempre ni mucho menos, no exageremos).
- Conocemos ejemplos de retratos pequeños que servían de carta de presentación a los futuros cónyuges monarcas. El hecho de que el cuadro idealice a la persona retratada, habla de la importancia de la buena imagen como carta de presentación.
- Monedas, cuadros, grabados, estandartes… portan la imagen de los gobernantes en épocas donde la reproducción de las imágenes era muy limitada. A veces parece que la intención era que la imagen hiciera presente a la persona representada y, así, participar de las cualidades. Cuando pensamos que la cualidad es el poder, la imagen se torna en algo poderoso, como si el mismo gobernante estuviera presente.
- En el ámbito religioso, el uso de las imágenes es un tema sobresaliente que varía según tradiciones religiosas. En el cristianismo, Cristo mismo se presenta como “imagen visible de Dios invisible” (Col 1, 15), como icono, como verdad. Si la persona de Cristo es imagen que presenta a Dios (Padre), se abre el uso de las imágenes en el ámbito de la religión para representar a Dios. Pensemos en las imágenes catequéticas y de devoción, hasta llegar a los iconos que según la tradición ortodoxa tienen carácter sacramental.
Más allá de estas menciones que merecen cada una de ellas una reflexión autónoma, podemos pensar en el uso que hacemos hoy de las imágenes, de su poder persuasivo. El tema del poder de las imágenes no se queda en algo pasado, sino que tiene variaciones propias en una época en la que la reproducción de las imágenes parece no tener límite.
Se siguen utilizando imágenes (fotografía y filmaciones sobre todo) en el ámbito de la política. Campañas electorales o de otro tipo, presencia de fotografías de los diferentes jefes de estado en los ámbitos públicos de los territorios respectivos. Se siguen pintando retratos de presidentes, rectores… Y por supuesto, la presencia de imágenes en la publicidad de bienes consumibles.
En todos estos usos, antiguos y modernos, parece que se trabaja el efecto persuasivo de las imágenes que pretenden incitar a sentir, pensar y actuar de una determinada manera. Se pretende conmover, impactar, dar a conocer personas y situaciones. Las imágenes pueden ser poderosas, conectan directamente con la imaginación (visual) y con ello, con los afectos e ideas.
La historia de la pintura también ha reflejado este uso persuasivo de las imágenes realizando así un ejercicio de “pintura dentro de la pintura”.