“Seguro azar” (1929) de Pedro Salinas (1). La poesía, ejercicio del mirar iluminante

Pedro Salinas (1891-1951) es uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. Encuadrado en la “Generación del 27”, es autor de una obra literaria muy leída y valorada. Conocido por su obra poética, es también autor de obras de teatro y de estudios literarios, además de traductor. Se puede encontrar una biografía algo detallada aquí, además de un buen reportaje sobre un estudio biográfico completo.

Pedro Salinas

Sus libros de poesía son los siguientes: Presagios (1924, comentado aquí), Seguro azar (1929), Fábula y signo (1931, con comentario aquí), La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), Largo lamento (1939), El contemplado (1946), Todo más claro y otros poemas (1949) y, con carácter póstumo, Confianza (1952). Se han publicado poemas inéditos y varios epistolarios con posterioridad. Destaca el intercambio de cartas con Jorge Guillén en las que dan cuenta de sus vidas paralelas, sus  ideas sobre la situación de España y Europa, así como sus opiniones sobre sus respectivas obras. Jorge Guillén también es autor de varios estudios sobre el poeta, recogidos en el volumen Obra en prosa que Tusquets publicó en 1999 (pp. 469-480 y 522-590).

 Seguro azar es el segundo poemario de Salinas, publicado en 1928. Son cincuenta poemas escritos entre 1924 y 1928 siendo profesor en Sevilla en su Cátedra de Literatura Española. Un libro breve en su extensión pero denso en su contenido, como todo libro de buena poesía que permite, o mejor, exige, leerlo despacio volviendo a cada poema.

Un tema de fondo que recorre este libro es la misma actividad poética. Como afirma Jorge Guillén en sus estudios, una de las claves de la poética de Salinas es la mirada poética del artista sobre la realidad circundante en la cual “descubre su significado trascendente” (p. 555), lo cual lleva a Guillén  a afirmar de forma repetida (P. 452) que la poesía de Pedro Salinas es

un mundo profundamente acompañado por un alma. Más aún: un mundo convertido en alma, en posesión espiritual

El mirar inicial: alumbrar, soñar

El primer poema nos habla de la cuartilla blanca sobre la que el poeta escribirá. El color blanco será el dominante en este poema aunque no será el único color nombrado. La blancura del papel, el vacío antes de la escritura es entendido como nada, una nada que impone su presencia, una nada que presenta una dificultad a vencer. Este vacío será vencido por la palabra poética.

Y la que vence es

rosa, azul, sol, el alba:

punta de acero, pluma

contra lo blanco, en blanco,

inicial, tú, palabra.

(1,Cuartilla)

Este poema inicial versa sobre el comienzo, sobre el alumbrar de la escritura: un dar color, un dar vida venciendo el vacío. La experiencia que Salinas nos transmite, nos habla de la poesía como actividad, como forma de estar ante el mundo. No se trata aquí de hablar poéticamente sobre la versificación, las figuras literarias o la historia de la poesía. No es tanto una meditación sobre la técnica poética, sobre el poema como resultado, sino sobre el mismo quehacer, sobre la forma de mirar del poeta que se asombra de lo que es y se deja llevar por la realidad, yendo más allá de las apariencias ampliando así su mirada. (Al hilo de esto, se puede comparar con facilidad la cuartilla en blanco con la tela blanca sobre la que se va a proyectar la película en ese invento todavía nuevo que era el cinematógrafo, poema 26).

La palabra poética va describiendo la realidad que ve. En los primeros poemas se va describiendo el proceso de comienzo, cómo la palabra vence el vacío. Aparecen las figuraciones en el segundo poema, las dudas sobre lo que se ve o no con claridad; en el tercero, se fija en lo visto reflejado, no lo visto directamente,  hasta que llega el 4, Vocación, donde se da una primera elección determinante. Se describe, por lo tanto, el proceso del mirar poético, que paradójicamente acaba con un cerrar los ojos: soñar el mundo para completarlo desde la luz poética, desde la luz de la palabra.

Cerrar y abrir los ojos: hacia el mirar poético

Hay dos poemas (Vocación -4- y Mirar lo invisible -36-) que parecen contraponerse. Salinas afirma que el yo lírico, poeta él, cierra y abre los ojos ante el mundo en decisión consciente para mirar de una determinada manera.

El primero es Vocación (número 4 del poemario). Lo primero es contemplar un mundo iluminado que aparece como perfecto, completo, en sazón. En su pluralidad de matices (pájaro, nube…) se percibe un orden subyacente:

Secretas medidas rigen

gracias sueltas.

(…)

Todo en el fiel. Pero yo…

Tú, de sobra. A mirar,

y nada más que a mirar

la belleza rematada

que ya no te necesita.

Se vive una “belleza rematada” en la que no falta ni sobre nada. Ante esa experiencia de plenitud, el poetizar parece no tener cabida: el mundo es perfecto. Pero Salinas entiende que la mirada poética trasciende la apariencia primera de las cosas. En este poema, Salinas no entiende la poesía  como cántico ante la maravilla de lo real, como lo está haciendo su íntimo amigo Jorge Guillén en esas fechas (Cántico, 1928 en su primera edición).

La poesía, para Salinas, es un ejercicio de mirada. En este poema, el poeta escoge cerrar los ojos. En la memoria, en la imaginación, ve un mundo incompleto, donde  sí tiene cabida la poesía entendida como mirada poética que completa lo que al mundo le falta. Como dirá después, es en el “sueño” donde el poeta siente la llamada que el mundo le hace para ser completado por la palabra. Es el mundo el que llama  al poeta,

necesitado, llamándome

a mí, o a ti, o a cualquiera

que ponga lo que le falta,

que le dé la perfección.

La paradoja está en que el mirar poético de lo real se realiza con los ojos cerrados. Es un ver con la imaginación que dé espacio a la actividad poética. Jorge Guillén dice que este poema es una excepción, que no expresa el ejercicio habitual de Salinas. Sin que sirva de precedente, discrepo con Jorge Guillén sobre esta valoración. Si entendemos el poemario como un proceso en el que el poeta va buscando la mirada propia, este poema expresaría una fase del aprender a mirar.

El poema 13, Los equívocos, hace referencia a la ambivalencia que se produce a veces en este mirar lo real.

Lo cierto es el columpio

vuelos de seda enseña.

El mundo es infinito,

profusión de mentira.

De verdad

recta y curva no más.

Geometría, nieve,

ingrávidas queridas.

En Seguro azar hay una fuerte presencia de paradojas y oposiciones, empezando por la del título. Una de estas oposiciones es la que se establece entre verdad y mentira. Salinas dice que el mundo, infinito, es “profusión de mentira” aunque contiene verdad, la de la recta y la curva. Antes de realizar estas afirmaciones, el poeta nos dice: la tarde otoñal en sazón se escapa al aparecer las primeras nieves. Con las nieves parece terminarse la luz que permite hacer presente lo real con evidencia. La falta de esta evidencia apunta a una infinitud en la que desaparece. De ahí la afirmación de la mentira, de la aparición de  los equívocos, del simulacro, uno de los opuestos de la presencia.

La verdad que se puede ver se concentra aquí en la geometría y la nieve, paradigmas de la recta y la curva. Recta y curva, juntas, aparecen varias veces en el poemario. Parecen nombrar dos formas de ser complementarias. A veces hacen referencia a lo artificial mecánico donde domina lo geométrico, la recta; la curva sería la forma propia de lo vital. Pero no siempre es así, no siempre lo recto hace referencia al artefacto. También hay geometría en el universo, en la naturaleza. Esa geometría es la base inmediata del orden. La pura geometría de la tarde (8), la de la concha (34, “geometría en gracia”) y, sobre todo, la del cosmos, la visión de la noche estrellada, paradigma del orden, en el poema 22 que titula “Números”.

El poema 36, Mirar lo invisible, es el poema opuesto a Vocación. Ahora, el poeta ve con los ojos abiertos lo que antes veía con la imaginación. La actitud del poeta es la opuesta. En principio, porque vive lo real en otra luz. Aquí no estamos en un mayo luminoso como en Vocación, sino en un enero con  niebla. La luz es menor. Y con esa luz ve lo que soñaba en el poema anterior. El poeta ve

vagos mundos desmedidos

de esos que yo antes soñaba,

que hoy ya no quiero.

(36, Mirar lo invisible, fragmento)

La luz que le falta al día ahora la pone el poetizar, la actividad del poeta. Lo que antes aprendió cerrando los ojos, ahora le sirve para ir más allá de lo visible. Se ha intensificado la mirada.

Hay un cambio de actitud: lo que antes quería, poetizar sobre un mundo soñado, ahora no lo quiere. Ahora es un mantenerse con los ojos abiertos para ver detrás de lo visible, para “mirar lo invisible”. Ese mundo al que mira y que está “detrás”, es un mundo sospechado, no evidente. No es la mirada poética la que completa el mundo imperfecto, no es el poetizar como un embellecimiento del mundo. La poesía ahora es un simple mirar un mundo que se deja entrever a una mirada poética.

La tarde me está ofreciendo

en la palma de su mano,

hecha de enero y de niebla,

vagos mundos desmedidos

de esos que yo antes soñaba,

que hoy ya no quiero.

Y cerraría los ojos

para no verlo. Si no

los cierro

no es por lo que veo.

Por un mundo sospechado

concreto y virgen detrás,

por lo que no puedo ver

llevo los ojos abiertos.

(36, Mirar lo invisible)

En los dos casos hay una decisión sobre el modo de mirar que define la actividad poética. La poesía es alumbramiento, un uso iluminante de la razón. La mirada poética de Salinas aprende no a completar un mundo que ya es completo, sino a saber mirar más allá para descubrir nuevas profundidades de lo real. Más allá de la apariencia hay una verdad profunda que el poeta debe mirar. En el poema 6 concreta este más allá en el zumo de la naranja.

¡Tan visible está el secreto!

Es el secreto de la naranja

(6, El zumo)

La reflexión sobre Seguro azar continuará en próximas entradas. Salinas va dando vueltas a su concepción del poetizar como ejercicio del mirar: el alumbramiento inicial por medio de la palabra continuará en ese proceso de aprendizaje del mirar que sigue esa dialéctica entre el cerrar y abrir los ojos. Poetizar será abrir los ojos y ver lo invisible de las cosas. Pero ese ejercicio del mirar siempre dependerá de la luz real con la que la experiencia del yo lírico se encuentre. Si hay poca, la mirada poética será más iluminante.

La paradoja entre verdad y mentira ya señalada se convertirá en la paradoja entre la presencia plena de lo que acontece y este alumbramiento que complementa el mundo; entre la perfección de la evidencia propia de la belleza, y la imperfección de un mundo con poca luz.

Sigue aquí y aquí.

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