Reflexiones personales partir de Tim Blanning, El triunfo de la música. Los compositores, los intérpretes y el público desde 1700 hasta la actualidad (Acantilado, 2011).
En este brillante estudio, el autor nos conduce por la historia y nos explica el triunfo social de la música. Su prestigio en la vida social, su presencia creciente en la vida diaria de las gentes. En las iglesias, desde antiguo; el paso de la corte a las salas de concierto y ahora, estadios de fútbol con grandes estrellas del rock o, incluso, con algunos tenores.
La música grabada posibilita hoy la imponente presencia de la música en nuestras vidas. Se puede afirmar que su prestigio es alto y constante a lo largo de la historia aunque la diferencia con la época actual es la enorme presencia de la música en la vida social, la descomunal facilidad de acceso a la música de cualquier tipo.
¿Cuáles son las bases de este prestigio perenne? Parece que el prestigio de la música proviene, en primer lugar, de su atractivo. La música está bien valorada socialmente porque gusta a muchos. Como hay muchos estilos y formas musicales, se puede decir que hay un tipo de música atractivo para cada persona, que nadie se queda sin alguna música con la que disfrutar. Sería interesante reflexionar sobre la existencia de dos tipos de música: música popular y música de corte más elaborado. Esta doble realización musical y sus interferencias, merecen una reflexión aparte.
El prestigio proviene también de la alta valoración ligada a la invención de obras musicales. La inventiva y la creatividad musicales parecen ser un don que llega a pocos. La música, arte de las musas, es una actividad elevada que tiene algo de “inspiración”, de regalo que siempre llega, claro está, al que está preparado y trabajando.
La música compuesta es una invención feliz y la obra resultante está atravesada de creatividad, de originalidad. Ese factor creador del arte es también altísimamente valorado. Esta alta valoración también la reciben otras personas en otras disciplinas: los inventores (creadores de ingenios, ingenieros), los que saben hallar una terapia adecuada en casos médicos difíciles, los educadores que aciertan con el consejo… Aunque la creatividad parece ser una cualidad más presente, más visible en el arte que otros tipos de actividades.
El prestigio, en tercer lugar, viene también cuando se percibe un virtuosismo destacado. “Qué bien canta esa soprano”, “qué bien toca el piano”, “cuántas obras compuso Vivaldi”. Es esta una cuestión en parte técnica. Una destreza dominada causa admiración. Nos gusta ver hacer bien cosas muy difíciles.
Se admira la destreza en la interpretación y composición, pero también que está al servicio de algo más alto: la expresividad plena del arte. El arte es un lenguaje. Y la música, arte del sonido, es un lenguaje que comunica. Esta comunicación de sentido, como hemos mencionado en otras entradas, es coexistente con el despertar afectos, con el conmover. El sentido se comunica a la par que se despierta la emoción. Es el lenguaje poético un lenguaje expresivo que comunica un mensaje que conmueve, que ilumina la sensibilidad, la vida activa.
Por eso, en quinto lugar, la música se valora porque cumple una función beneficiosa. El atractivo mencionado en primer lugar, es benéfico: hace bien. Me relaja (algunas de las músicas, no todas, amansan a las fieras), disfruto, expreso estos sentimientos o ideas… La música en un ámbito social también puede congregar, unir: fiestas, celebraciones de todo tipo, himnos…
Y unida a la valoración de la música está la valoración social de los músicos. Y esta, como nos explica Blaning, no ha sido tan uniforme. Los músicos, compositores e intérpretes, no eran bien valorados. Hoy podríamos entenderlo si comparamos a los compositores e intérpretes como si fuesen trabajadores, necesarios, pero a los que pagamos y ya está. Y eso, con menos sensibilidad que la actual, se traducía en relaciones de vasallaje, exigencias máximas de productividad… Y poco a poco se va produciendo una transformación en la consideración social. Como a veces se dice de los pintores y escultores: pasaron de ser tratados como artesanos a ser reconocidos como artistas. Fue Leonardo, parece ser, el primero que tuvo autoconciencia de ser artista, de ser creador. Y poco a poco fue extendiéndose y aceptándose esta consideración.
Conocemos los contratos de Haydn, de Bach, de las exigencias tremendas de trabajo (que hoy nos permiten disfrutar de una gran cantidad de obras). Es en el paso del clasicismo al romanticismo, con el nacimiento de una nueva estética, con el triunfo de los salones y las salas de conciertos, cuando los músicos, bien valorados en cierto sentido siempre, ganan en prestigio social. El caso de Wagner y su reconocimiento por parte de Luis II de Baviera es el exponente clásico máximo de este cambio de percepción.
Parece ser Beethoven el símbolo del cambio. Y con él, la sinfonía. Parece ser la sinfonía el símbolo del nuevo estatus del músico creador y genial. Los músicos empiezan a ser considerados personalmente con las características de sus obras: creadores, inspirados, capaces de hacer algo que gusta a muchos y que pocos pueden realizar. O sea, son tratados como seres excepcionales.