En esta entrada continúo con algunas reflexiones sobre este rico y complejo tema. Voy recogiendo y reordenado ideas vistas en entradas de este blog en estos dos años y medio de andadura. Tras introducir el tema (aquí) con consideraciones sobre el significado del sentido, y afirmar una convicción de base (“todo en la vida tiene un propósito”), prosigo en esta segunda entrada sobre otras dimensiones.
Una convicción: poder empezar de cero
Las películas de Malick son visual y narrativamente bellas y llamativas. En algunas de las películas de su último período domina la reflexión que se hace presente en una sosegada voz en off con la que se transmite la reflexión interior de los personajes, que muchas veces están en crisis en sus trayectorias vitales. En Knight of Cups (2015, comentada aquí), Rick, el protagonista, vive una etapa de gran desorientación.
Me he pasado treinta años sin vivir la vida. Más bien, echándola a perder. Y la de los otros. No me acuerdo de lo que aspiraba a ser.
Son expresiones duras: “perder la vida”, “no vivir la vida”. Algo parecido expresa el protagonista de El fuego fatuo (Louis Malle, 1963, comentada aquí):
– No quiero envejecer.
– Echas de menos tu juventud como si la hubieras empleado bien –dejó escapar Dubourg.
– Era una promesa; he vivido de una mentira. Y el mentiroso era yo.
(…)
– Había que desplazarse sin cesar, ir de un lado para otro, no quedarse en ningún sitio. Huir, huir. La embriaguez es el movimiento. Y sin embargo, se permanece en el mismo sitio.
¿Qué significan expresiones como “perder el tiempo” o “malgastar la vida”? Hablan de que habitualmente usamos nuestro tiempo en algo que no es valioso por sí mismo. La vida, solemos decir, se puede perder o ganar, y muchas veces eso tiene que ver con nuestras actitudes vitales con las que olvidamos o alcanzamos nuestros sueños e ideales.
Unido a esto están las tradicionales expresiones de “sentir un vacío” y su correspondiente, “llevar una vida plena”. “Vacío” nombra la sensación profunda de carencia, de falta de sentido y orientación porque no hay nada valioso que haya hecho o por lo que merezca la pena luchar. Plenitud habla de satisfacción al realizar tal proyecto; habla de logro y, por lo tanto, de sentido, de alcanzar la meta propuesta hacia la que me oriento. La valía del tipo de vida por la que consideramos que ganamos la vida es intrínseca, aunque muchas veces no tenga el éxito social que deseábamos, aunque lo que hagamos tenga un círculo de influencia muy pequeño. Esa valía intrínseca también se experimenta en la ilusión por realizar proyectos que nos resultan atractivos por sí mismos y con los que disfrutamos. La ilusión es una forma de la alegría de vivir, y en ella experimentamos el sentido, la validez propia de lo que realizamos.
Pero esta ilusión no aflora muchas veces. En tiempos de desorientación se siente el desajuste con el mundo, con la propia vida. Lo expresa bien el padre de Rick, (Malick, Knight of Cups, 2015):
Hijo mío, eres clavado a mí. ¿No llegas a entender tu vida? ¿No logras encajar las piezas? Clavado a mí. Un peregrino en esta tierra. Un forastero. Fragmentos. Pedazos de un hombre.
Esta película transmite con claridad que en esta situación de pérdida y extrañeza son importantes las referencias existenciales. Aquí, su padre, con el que ha tenido y tiene una relación complicada, pero que es quien le recuerda su interioridad, su deseo de fondo al que puede apelar para encontrar la confianza necesaria para volver a empezar.
Rick: ¿Por dónde empiezo? Padre, dame valor, fuerza. (…) Tú me diste paz. Me diste lo que el miedo no puede dar. Compasión. Amor. Alegría. Todo lo demás es bruma, niebla. Quédate conmigo.
(…)
Una voz: ¿Ves las palmeras? Demuestran que todo es posible. (…) Puedes ser lo que quieras, hacer lo que quieras, empezar de cero.
La validez intrínseca de las acciones y de la vida, simbolizadas aquí en las palmeras, muestra que hay coherencia entre lo que soy y lo que puedo ser, entre lo que soy y el mundo que me rodea. La posibilidad existe, “puedes empezar de cero», le dicen al protagonista. Esta posibilidad que se hace visible a una mirada particular, como el ver un propósito antes comentado. El protagonista de El fuego fatuo no se decidió por la salida que vislumbraba: reconocerse niño o morir, como dice en la película, reconocer nuestra posibilidad de vivir, de empezar. Para que se dé este reconocimiento hace falta una confianza, una fe, propia del niño que confía y que no sufre su dependencia, como comentaba en el punto anterior.
Dada la importancia del tipo de mirada, dada la necesidad de una confianza, de una fe, es importante recordar la crítica de Mounier (1905-1950) al corazón aburguesado, así como su pasión por recordarnos que somos personas, que el compromiso por la sociedad y por nosotros mismos nos define. Tener “alma de rico” puede llevar a pensar que todo es posible, alcanzable, disponible por las solas fuerzas. Pero cuando no contamos con nuestros recursos habituales, surge la incapacidad de salir adelante, hace falta que alguien confíe en nosotros.
El protagonista de la interesante Rollerball (Norman Jewison, 1975, comentada aquí) parece tenerlo todo, pero le falta lo más importante. También en él anida una profunda insatisfacción. Las necesidades que cubre esta sociedad supuestamente utópica son básicas. Pero al protagonista le falta su mayor bien: la convivencia con la mujer que amaba. ¿Qué es lo más importante en la vida humana?, ¿cuáles son las necesidades fundamentales? El protagonista tiene dinero y fama, éxito social. Amar y ser amado en una relación yo-tú es lo que le falta.
Todos estos ejemplos nos hablan de la validez intrínseca de la vida humana que se define, entre otras cosas, por ese luchar por lo valioso, por la capacidad de empezar alimentada por el ansia de plenitud y por la apertura a los demás, por la confianza derivada del reconocerse niño, de estar abierto a la novedad.
Una experiencia: recibir un regalo, hacer memoria del bien
La amabilidad de los extraños es una película “pequeña” (Lone Scherfig 2019, comentada aquí), en la que la protagonista, acompañada de sus hijos, huye de su violento marido. En la gran ciudad, ámbito que intensifica su vulnerabilidad, se encontró con la acogida amable de personas extrañas, desconocidas. Estas personas tienen ganas de mejorar, y esa inclinación les hace sensibles a las debilidades de los demás. Quien ha experimentado en su propia carne la fragilidad está mejor situado para reconocer la de los demás. Ante la experiencia de la fragilidad sabemos que necesitamos ayuda para vivir de forma plena. Experimentar ese regalo desinteresado es experimentar un componente decisivo de la vida humana dotada de sentido.
Vivir el ser acogidos en situaciones de indefensión hace surgir en nosotros una deuda intensa de agradecimiento. Es verdad que forma parte de la vida social lo que Plauto y Hobbes hicieran famoso: el hombre es un lobo para el hombre. Cuando los bienes son escasos, la lucha por conseguirlos puede hacernos perder el sentido de lo humano. Pero no toda la vida social es así. También cuando los bienes son escasos puede nacer la generosidad, puede haber estructuras de colaboración para salir juntos de la dificultad. El sufrimiento existe, el “dolor de vivir” se da. Y esas situaciones exigen que “demos la talla”, que se muestre la medida de lo humano. Sin solidaridad la vida social se empobrece. Sin ella no será posible alcanzar cotas deseables de justicia.
Dado nuestro carácter intrínsecamente social, solo en comunidad podremos desarrollar y desplegar nuestras posibilidades más propias. Solo con estructuras de acogida, podremos “empezar de cero” como decíamos más arriba. No todo depende de nosotros. Aunque en la película hay un matiz importante que conviene subrayar. La protagonista decide irse lejos de su marido, se atreve a empezar de cero. Y es en esa situación cuando la vida se le abre.
Aceptar ser acogido puede ser difícil si pensamos que esa necesidad revela nuestra vulnerabilidad, lo que va en contra del legítimo deseo de autonomía. Pero si no aprendemos a recibir, no seremos sensibles al altruismo, a los dones y regalos. Lo que no depende de mí puede posibilitar el desarrollo personal. Ya nos enseñó Platón en el Fedro que solo el entusiasmado, el que se deja embargar por lo bello y bueno, alcanzará su medida más propia.
Un amigo extraordinario (Marielle Heller, 2019; comentada aquí) narra parte de la vida de Fred Rogers, que con su exitoso programa de televisión estuvo presente en la vida de varias generaciones de estadounidenses. Mr. Rogers invitaba a hacer memoria del bien recibido, lo cual posibilita tanto el recordar la necesidad del agradecimiento, como el camino de humanización que debería definir la vida humana.
Luchar por los demás es algo valioso por sí mismo. Tanto en esta película como en la serie que ahora menciono, los protagonistas quieren ayudar a los demás a que encuentren su sentido.
¿Qué tipo de bien vale una vida? La lucha contra el mal, servir a algo superior
La miniserie Burning Bush (A. Holland, 2013; comentada aquí) narra los acontecimientos que siguieron a la inmolación del estudiante Jan Palach con la que quería denunciar el adormecimiento de la ciudadanía ante la invasión soviética de Checoslovaquia tras la “primavera de Praga”. Un acto tan extremo como este plantea la pregunta mencionada: ¿qué tipo de bienes valen una vida? ¿Por qué merece la pena luchar y arriesgar la situación segura en la que se está? Estos altísimos bienes son, entre otros, la vida de los otros, la verdad, la justicia. Luchar por lo que consideramos valioso por sí mismo, por lo que consideramos superior y que empuja a trascendernos, a ir más allá de nosotros mismos.
El ejemplo de esta serie es extremo. En sus películas, el director ruso Tarkovski, quiere expresar la idea de que nuestra naturaleza se define por tender hacia lo absoluto. Para acceder a ese núcleo debemos despertar, nos dicen varias veces sus personajes. Dice Tarkovski, Esculpiendo el tiempo, pp. 233-234:
Del hombre me interesa, sobre todo, su disponibilidad para servir a algo superior, su rechazo, su incapacidad de conformarse con la “moral” normal del aburguesado. Me interesa aquella persona que ve el sentido de su vida en la lucha contra el mal y que, de ese modo, a lo largo de su vida alcanza en su interior un nivel un poquito más alto. La única alternativa al perfeccionamiento interior es la degradación interior, un camino al que parecen invitarnos nuestra vida cotidiana, y el proceso de adaptación a esa vida.
En su película Nostalgia (1983, comentada aquí), un personaje, Domenico, también nos grita para que despertemos a nuestra humanidad. Con él, Tarkovski quiere expresar las palabras citadas aquí arriba. Su crítica al aburguesamiento es firme. Más allá de cuestiones socioeconómicas, lo burgués nombra un tipo de ser conformista, que se contenta con poco. Servir a algo superior da sentido a la vida, indica la medida de nuestro deseo y de lo humano.
El motor: el amor
Como culminación de estas ideas, Tarkovski afirma que el motor de la vida que nos empuja a buscar lo valioso es el amor (Esculpiendo el tiempo, p. 223):
Considero que es un deber mío animar a la reflexión sobre lo específicamente humano y sobre lo eterno que vive dentro de cada uno de nosotros. Pero el hombre ignora una y otra vez lo humano y lo eterno, aunque tenga su destino en sus propias manos. Prefiere ir a la caza de ídolos engañosos, aunque al fin y al cabo, de todo aquello no cabe más que esa partícula elemental con la que el hombre puede realmente contar en su vida: la capacidad de amar. Y esa partícula elemental puede ocupar en su alma una posición existencialmente definitiva, puede dar sentido a su existencia.
Al final, todo se resuelve en el amor. El amor es aspiración, nos despierta y hace sensibles, tanto para acoger el bien que se nos ofrece como regalo, como para salir de nosotros mismos, nos anima a acoger a los demás. Es el ángulo de apertura por el que percibimos lo valioso y que, a su vez, se despierta ante la experiencia del bien recibido. Es lo que conecta con nuestro deseo profundo. Como dice Tarkovski, el amor ocupa esa posición, existencialmente definitiva, que puede dar sentido a la existencia humana. En la alegría de vivir, experimentamos esta concordancia que colma. En el dolor de vivir, experimentamos su ausencia, ausencia que nos recuerda que reconocerse niño es una vía en la que la vida nos muestra su propia lógica. Establecer lazos con los demás, es el otro brazo principal del sentido.
Final
El sentido de las acciones, el sentido de la vida. Tema importante y perenne, que las artes, el cine, la literatura, han tratado con profusión. En estas facetas vistas de este poliédrico tema, han aparecido varias ideas que se repiten.
- Hace falta una confianza, una fe, en el orden del mundo y en nuestras capacidades. Eso forja en nosotros convicciones básicas: todo tiene un propósito, siempre se puede comenzar de cero.
- Para adquirir esta confianza, que bien puede provenir de la infancia y estar reforzada en las primeras etapas de la vida, hace falta un tipo de mirada particular. Una mirada “infantil”, abierta al carácter de regalo presente en tantas cosas que son grandes bienes, tantas cosas que no dependen de nosotros y que nos posibilitan el desarrollo vital.
Luchar por lo valioso, aspirar a más, tiene sentido por sí mismo. No solo muestra sentido lo estrictamente funcional. Nuestros anhelos pueden ser muy altos. La lucha por ellos en medio de las dificultades supone despertar a nuestra realidad y a las necesidades del mundo, haciendo del amor el verdadero motor de la vida.