Vergüenza («Skammen») es una película dirigida por Ingmar Bergman en 1968 protagonizada por Liv Ullmann y Max von Sydow.
Una película de personajes
Un matrimonio (Jan y Eva), sin hijos, vive en una casa de campo en una isla. Es un tiempo de guerra aunque no sabemos cuál es ni exactamente de qué tipo (si es civil o internacional). La amenaza de la invasión es constante y esta amenaza es el clima estable de su forma de vida aislada aquí en la isla. En una guerra que ya dura siete años y ese tiempo tan largo va haciendo mella en su psicología y en sus relaciones.
Hasta que llegan los ataques y aparecen los aviones con bombas, los tanques, los soldados… Los apresan junto a otros civiles. Sabemos de las torturas, de las acusaciones de colaboracionismo. En la segunda parte de la película, se ve cómo acceden a conductas humillantes, robos, ejecuciones… Al final consiguen coger una barca junto con otros para alejarse de la guerra pero la embarcación queda a la deriva…
La película es una “película de guerra”, pero su centro de interés no son los ataques bélicos ni las estrategias de combate. Hay escenas de batalla pero no con los medios a los que estamos acostumbrados cuando vemos películas con un gran presupuesto. Es una película de personajes. Su interés es describir cómo afecta la guerra a su carácter, a sus relaciones. Bergman quería describir con esta película cómo el miedo va invadiendo la psique, cómo influye en los comportamientos.
La historia tiene como protagonista al matrimonio, aunque también aparecen otros personajes. El alcalde, con un papel importante (Gunnar Björnstrand); un amigo que regenta una tienda y se enrola en el ejército, un pastor, un joven que está huyendo… Cuando una historia está bien contada y tiene un buen guión, se explica que los personajes secundarios jueguen un papel importante en la historia. Nos muestran otras reacciones a la guerra, otras facetas de la problemática central. Son secundarios, pero muy importantes para mostrar esa panorámica plural en esta realidad de pesadilla que viven.
Un proceso de deterioro moral
Los dos protagonistas eran violinistas en una orquesta. Ahora cuidan gallinas, venden arándanos… Están aislados. Y él ni quiere arreglar la radio para no escuchar las noticias. Jan tiene una personalidad débil, frágil, y sufre ataques de pánico tras años de clima de guerra, de amenaza. Como complemento, ella es fuerte, animosa, aunque también manifiesta su hartazgo hacia él de vez en cuando.
El apresamiento, las torturas, y algo no narrado que hace que la situación posterior cambie. Parece que su liberación es pagada al aceptar tener sexo con su libertador. Todo esto va dejando mella en todos. Él se vuelve duro, cruel, como respuesta a la dura situación. Esa dureza no es fortaleza con la que afrontar las dificultades. Parece que ha llegado un momento en que esta pesadilla de vida hace que salga de su interior un yo duro y cruel. Roba dinero, mata. La crueldad de su carácter acerado muestra un giro con la situación anterior. El endurecimiento de Jan llega hasta la fría crueldad. Se produce la cerrazón, la ruptura de vínculos, la pérdida de sensibilidad por lo humano.
Ella, por otro lado, va debilitándose, va perdiendo el ánimo. Y sobre todo, van perdiendo su amor mutuo: se echan en cara muchas cosas, la convivencia se va convirtiendo en un soportarse…
El sueño que revela la vergüenza
En los dos, de maneras diversas, se produce un proceso de envilecimiento. Y esta será la tesis de Bergman en esta película: la guerra ha producido una deshumanización que provocaría vergüenza a aquel que viese estas conductas. En un momento (mientras están retenidos) dice Eva:
A veces todo me parece un sueño, pero no un sueño mío, sino de otro en el que yo me encuentro como protagonista. ¿Qué pasará cuando ese otro despierte y sienta vergüenza por sus sueños?
La vergüenza es un sentimiento muy potente. Aunque al igual que todos los sentimientos cabe vivirla con diferentes grados de intensidad, parece que esta característica, la intensidad, es una de sus características propias. Si pasamos vergüenza solemos decir muchas veces que sentimos “mucha vergüenza”.
Esta experiencia afectiva tan negativa aparece cuando nos vemos con los ojos del otro en una situación indeseada. En la película este verse desde fuera es ser vistos en un sueño. Al contar esa sensación a la que llama “sueño”, la protagonista nos dice que experimenta el verse a sí misma como viéndose con los ojos de otro al protagonizar el sueño de otro. Eva parece que nos dice que no le parece real lo que está viviendo. Parece que no es ella misma en esta situación “fantasmal”, parece decir que “no somos nosotros los que estamos viviendo así”. Esta situación de guerra provoca que se comporten como no se comportarían en situaciones normales, en situación de paz.
La guerra envilece, hace que salga lo peor de nosotros mismos. Y en esa reflexión, la imagen que tiene de sí misma se ve resquebrajada por el deterioro personal que vive en esta difícil situación.
Todo sueño versa sobre el que sueña. En la frase citada, es el que sueña el que sentiría vergüenza. Pero parece que es ella la que en el fondo afirma que sueña, que ve las cosas como en un sueño. Al ver el deterioro moral, siente vergüenza. Se percibe a sí misma y a su marido como siendo menos valiosos: “nos hemos envilecido, somos peores personas” parece pensar. La misma imagen en la que se ve reflejada es humillante. Es un pensamiento lúcido el que ella expresa con esta breve historia. Aunque se produce deterioro, todavía mantiene una sensibilidad moral al decir estas palabras.
Vergüenza moral
La vergüenza de la que habla es una vergüenza moral. No es la vergüenza que podemos sentir al hacerse público algo íntimo, al mostrarse de manera indebida nuestra intimidad, nuestra interioridad. Tampoco es la vergüenza sentida al mostrarse nuestros defectos ante alguien que no es de nuestra confianza. Lo que en esta película se hace manifiesto es un comportamiento negativo. En la vergüenza que uno siente hacia sí mismo, y es lo que parece decir la protagonista, juzga su comportamiento como inapropiado. Es vergonzoso comportarse así.
Todo sentimiento despierta deseos de obrar. La vergüenza provoca de manera inmediata el deseo de ocultarse, el deseo de no haber sido visto, el deseo de obrar de otra manera. Pero en la película no ocurre exactamente esto. Esta vergüenza no hace que los protagonistas obren de otra manera, que cambien, ya que la vergüenza moral incluye un juicio negativo sobre su conducta. Al contrario. La pendiente sigue bajando, el deterioro continúa. Los dos van perdiendo sensibilidad moral, van perdiendo lucidez.
Al final, ella conserva más sensibilidad que él. Siempre tuvo más fortaleza psicológica, más sensibilidad por el dolor ajeno. Todavía queda algo de esto, y por eso todavía queda algo de lucidez. Pero está anegada de pesimismo. “¿Qué será de nosotros si no volvemos a hablarnos nunca?” le dice a él. Nuestros destinos estaban unidos. No somos plenamente el uno sin el otro. Si no hay relación, ¿qué será de nosotros? Los protagonistas se encuentran perdidos, sin brújula moral, sin amor hacia el otro. Todos los daños humanos atentan contra el amor.
Marcel y las “técnicas de envilecimiento”
El filósofo Gabriel Marcel (1889-1973) publicó en 1951 un libro con el título Los hombres contra lo humano (Caparrós, 2001). En este libro se recoge un escrito con el título ¿Qué es un hombre libre? A finales de los años 40, Marcel piensa que la agonía que caracteriza al ser humano de su tiempo se debe a una fuerte pérdida de libertad.
La agonía de lo humano se muestra en el hecho de que la situación en la que vive fuerza al ser humano a realizar acciones que su conciencia desaprueba. Si hay conciencia que desaprueba es que todavía existe, dirá Marcel, una soberanía interior, un fuero interno. Pero este fuero interno se debilita al obrar con desaprobación.
El paso siguiente será la pérdida de ese espacio interior que todavía existe si hay una conciencia moral que juzga. Esa pérdida será un perder “contacto consigo mismo” sin saberlo. La causa de ello será el uso que se ha dado de las “técnicas de envilecimiento” que en otro capítulo del libro (pp. 41-64) describe de la siguiente manera:
Conjunto de procedimientos llevados a cabo deliberadamente para atacar o destruir, en individuos que pertenecen a una categoría determinada, el respeto que de sí mismos pueden tener y, ello, a fin de transformarlos poco a poco en un desecho que se aprehende a sí mismo como tal y al que, a fin de cuentas, no le queda si no desesperar de sí mismo, no sólo intelectualmente, sino vitalmente.
De este tipo son las técnicas que utilizaba el nazismo que explotaba, por ejemplo, las mismas cobardías de los cautivos para destruir la conciencia que tenían de su propio valor y sentirse desechables.
Otro de los efectos del envilecimiento es que se anula la sensibilidad para ver el carácter de don, de regalo, que pueda apreciarse en muchas ocasiones en el mundo. Y como efecto triste, esta pérdida del sentido del don hace arraigar la idea de que no hay nada que pueda colmarnos.
La maestría de este análisis puede servir para ver mejor lo que analiza Bergman. Pero aquí los personajes se envilecen a sí mismos, no son víctimas directas de otros. Es verdad que son víctimas de una situación desastrosa. Y también es verdad que es muy fácil hablar desde fuera. ¿Cómo responderíamos a una situación extrema como la que narra la película?
Algunos rasgos estilísticos
Señalar con brevedad algunos rasgos estilísticos que destacan en esta película. La película es en blanco y negro, y con un trabajo actoral sobresaliente como es habitual en las películas de Bergman que tiene en esta “compañía estable” (también en el teatro) una base esencial de su filmografía.
Son llamativos los primeros planos. Esta invención del cine, el primer plano, nos acerca el rostro de las personas de una manera nueva. En el rostro se concentra la presentación de la persona ante uno mismo y, sobre todo, ante los demás. Mirar a alguien es mirar a la cara (que nos mira). En esta película destacan primeros planos de los actores principales que nos muestran aquí su saber hacer. Los matices emocionales que un rostro enseña es un trabajo clave que Liv Ullman y Max von Sydow realizan de manera sobresaliente.
Y los planos largos, entre los que destaca la conversación entre los dos protagonistas y el alcalde en el comienzo de la segunda parte. Que no se haga estático y pesado ese único punto de vista depende de lo que pase: la importancia de lo dicho, los movimientos de los actores. Es un recurso cinematográfico que se acerca a la perspectiva que de la escena tiene el espectador en una obra de teatro.
Excelente película, menos conocida que otras del mismo director, donde analiza el carácter de los personajes en una situación extrema como es la guerra. Análisis del deterioro personal, del envilecimiento, que deja a los protagonistas y a los que le acompañan, a la deriva.