Algunas facetas de la música vistas desde la experiencia cotidiana

Todos tenemos experiencia de la música: la escuchamos, la interpretamos cantando o con algún instrumento, llevamos el ritmo (a veces sin darnos cuenta),  bailamos… Presente en todo el mundo desde tiempo inmemorial, se ve que la musicalidad forma parte de la condición humana.

Dada la experiencia cotidiana que tenemos con la música, no es difícil que todos en algún momento hayamos reflexionado sobre el papel que juega en nuestras vidas. Sabemos que la música nos divierte, nos tranquiliza, nos anima, nos aburre o nos altera. El influjo emocional es indiscutible, algo que siempre ha llamado la atención y que se ha estudiado mucho. Por otro lado, los usos de la música en la vida personal y social son muy variados. La música se usa en el culto religioso, en el ámbito de la política y en muchos rituales sociales de tipo festivo, y con las grabaciones, la audición doméstica o por la calle con unos auriculares, se ha convertido en algo cotidiano. Además de ser conscientes de la influencia emocional y social de la música, de vez en cuando, reflexionamos sobre la misma realidad musical.  Aunque hay muchas músicas, voy a tener en cuenta, principalmente, la conocida como “música clásica».

Posibilidades y patrones

Nos fascinan, por ejemplo, las ilimitadas posibilidades musicales. Los tipos de obras, de estilos  o de melodías posibles son, literalmente, incalculables. Pero las obras, siendo originales y únicas, no son novedades absolutas. Reconocemos estilos musicales al percibir un aire de familia en las canciones de un mismo grupo musical de rock, por ejemplo. Percibimos con una gran facilidad la diferencia entre la música de Mozart y la de Stravinsky, aunque no sepamos ni quiénes son, así como los diferentes tipos de melodías y ritmos populares y regionales. Sin saber explicarlo medianamente bien, sabemos que esa que oímos es una canción de los ‘60, que esa otra pieza es flamenco, que tal fragmento tiene que pertenecer a una ópera… 

Son incalculables las posibilidades musicales que hablan de la novedad y creatividad como características propias de la música. A la vez, muchas piezas musicales tienen rasgos parecidos entre sí dada la presencia de patrones que conforman estilos que somos capaces de reconocer aunque no tengamos nociones de teoría musical. La siempre posible novedad musical se complementa con la presencia de repeticiones estructurales que definen formas y estilos musicales de compositores, así como de épocas y lugares. Estos supuestos de estilo, materia de estudio en la formación musical, son base de la actividad compositiva en la que los músicos ponen su sello individual.  

Creación e interpretación

Otra característica propia de la que tenemos experiencia común como usuarios es la importancia de la interpretación en la música. Nos gusta más cómo canta tal intérprete ese fragmento tan famoso de una ópera, o la versión que se hizo de un clásico de The Beatles… En el primer caso, no cambia nada de la partitura y, sin embargo, comunican algo diferente, la notamos distinta: la calidad de la voz, el tempo… ese cúmulo de detalles que hacen que la interpretación sea mejor o peor (aunque en los estilos interpretativos también hay modas). En el segundo caso, normalmente sí hay cambios mayores. Si se pasase a una partitura todo lo que suena en la nueva versión, veríamos que hay diferencias que, a veces, son muy notables.

La interpretación es una dimensión crucial en la música. Como sabemos, la música solo existe, en sentido estricto, cuando suena. Si el artista es el que realiza una obra de arte, en el terreno de la música, esa autoría se desdobla: el compositor y el intérprete. Dejando ahora de lado el importante papel de la improvisación, el intérprete hace siempre una versión posible de lo ideado por el compositor. Teniendo en cuenta los sencillos ejemplos puestos arriba, el papel artístico y creador hay que atribuirlo a los dos, aunque el papel creativo de la composición es mayor y más importante al crear la materia misma de la música que luego el intérprete hará sonar. Pero no existe una música pura al margen de la interpretación, algo así como un ente ideal perfecto. Una buena interpretación expresa el sentido del texto musical, hace que dé de sí.

La anterior polaridad descrita entre las posibilidades creativas y la existencia de patrones y regularidades, es común a las artes y al mismo lenguaje que hablamos y escribimos. Esta segunda polaridad, la que se da entre creación e interpretación, es propia de la música, la danza, y el teatro. Las actuales perfomances, “arte en vivo”, son una variante contemporánea en la que el intérprete es el creador principal, y en la que el público puede jugar también un papel activo en la realización de la obra.

Registro de la música: partitura y disco

Otra faceta destacable es la del registro de la música. Aunque se sabe que desde antiguo se quiso anotar la música de diversas formas, no fue hasta el medievo, en el siglo XI, con el tetragrama (luego pentagrama) cuando, por fin, fue posible escribir música. Durante siglos, por lo tanto, la música fue no solo algo que existía en la misma ejecución, como lo es siempre, sino que guardar memoria de ella era difícil. La transmisión oral de las canciones era una forma universal de hacerlo, aunque en ella, los cambios serían inevitables. 

Apresar los elementos naturales del fuego y el agua, registrar el habla y la música por la escritura, parecen movimientos paralelos de una enorme importancia en el proceso de civilización. Las partituras permiten no solo guardar registro de la invención musical sino que también permite profundizar en el estudio de los elementos fundamentales de la música. Que la música se pudiese, además de escuchar, leer, tuvo que ser una experiencia extraordinaria para los amantes de la música.  En este proceso, va adquiriendo una importancia y reconocimiento crecientes la labor del compositor, considerado como verdadero artista creador. Sus obras, y más con la aparición de la imprenta, se difunden geográficamente y a lo largo del tiempo. 

La posibilidad de interpretar obras de autores del pasado que no han sido conservados por la memoria, cosa ya imposible según la complejidad de las obras, permite que haya, verdaderamente, historia de la música. Al conservar las obras se pueden estudiar, pueden servir de modelos, se pueden ir haciendo cambios estilísticos estructurales, armónicos… Al emerger la figura del compositor, la historia de la música es, principalmente, la historia de las composiciones que se conservan.

Y desde la segunda mitad del siglo XIX, se graban sonidos (pueden verse más datos sobre las diversas formas, aquí). Con las grabaciones se registran también las interpretaciones. Hay, por lo tanto, registro para las dos dimensiones citadas anteriormente, la creación y la interpretación, con la partitura y el disco.

El registro sonoro de la música supondrá un cambio fundamental en nuestra relación con ella. Escuchamos música en directo y grabada, sobre todo esta última, aunque la música en directo suena diferente, mejor. El sonido debe ser una realidad muy compleja si la tecnología actual no es capaz de reproducirla con total fidelidad. 

En paralelo a las grabaciones sonoras, el uso de la radio permitió seguir un concierto “en vivo” sin estar en la sala de conciertos. La música transmitida por la radio, y televisión, y la grabada en sus diferentes soportes, han supuesto la multiplicación del acceso a la música para todos. 

 

Symphony concert, a man playing the cello, hand close up

Una faceta de esta dimensión son los conciertos. Además de los retransmitidos que ya hemos mencionado, el número de conciertos a los que podemos asistir también se ha multiplicado, también pensando en la música clásica. En nuestro entorno hay muchas orquestas, salas de concierto, grupos de cámara… Hay ciclos de música de pequeño formato en pequeñas salas, iglesias… 

Con la aparición del registro de la música, con la partitura y el disco, cambia la relación de la memoria con la música. La memoria deja de ser la única manera de conservar la música. Pero aparte de esa necesidad, la memoria sonora permite algo que ha sucedido siempre: conocer muchas melodías que disfrutamos al volver a escucharlas, que tarareamos o silbamos, que cantamos a la vez que la oímos…

Las partituras son condición de posibilidad de que exista la historia de la música entendida como historia de los compositores, de los diversos estilos musicales (barroco, clasicismo, romanticismo…). Con las grabaciones y difusión de los conciertos, tenemos acceso directo a la música, tanto a la actual como a la del pasado y podemos, con relativa facilidad, comparar versiones de una misma obra. La historia de la música puede incluir también la historia de la interpretación de la música.

Consonancia y disonancia

Enormes posibilidades creativas y existencia de patrones. Creación e interpretación. Registro de la música compuesta (partitura) e interpretada (disco, mp3…). Estas facetas de la música pueden ser materia de reflexión para los aficionados a la música y, sobre todo, forman parte de su experiencia musical.

Otro tema que suscita reflexión y una toma de postura, es la existencia de una música que los no muy iniciados en el tema consideran “rara”, “moderna”. La historia de la música también incluye una historia del gusto desde el punto de vista sociológico y reflexiones sobre la dimensión psicológica-neurológica de la escucha. Es un tema controvertido que lleva debatiéndose más de un siglo y que se resiste a desaparecer. Aunque en la actualidad hay un fuerte poliestilismo, la música contemporánea no atrae tanto como en los períodos anteriores en los que atraía la música hecha por los autores vivos. El debate se sintetiza muchas veces en el dispar grado de aceptación de la disonancia, en la tensión que se establece entre consonancia y disonancia.

La antropología cultural que ha estudiado el tema, concluye a menudo que la aceptación de la disonancia es muy pacífica en algunos pueblos, concluyendo que el gusto mayoritario está relacionado con los patrones culturales vigentes en los que hemos sido socializados. Por otro lado, una opinión compartida por los historiadores de la música es que, con el paso del tiempo, se ha producido, en Occidente, una progresiva aceptación mayoritaria de los acordes que tienden a la disonancia, estableciendo así con claridad que existe una historia social del gusto musical. Otros estudian la cuestión desde la neurología sobre el grado de aceptación y/o tolerancia de diversos tipos de ondas…  

Esto no es exclusivo de la música clásica. Hay formas y estilos del jazz que tienen en la disonancia una clave importante. Propuestas radicales del free jazz como las de Ornette Coleman hasta llegar a algunas propuestas de John Zorn, no son del gusto mayoritario, pero algunas piezas de intérpretes tan consagrados como Chick Corea o Keith Jarrett no se diferencian mucho de algunas propuestas contemporáneas de las salas de conciertos de música clásica. La literatura de vanguardia de gran parte del siglo XX, la pintura y la escultura… hicieron propuestas que fueron contestadas agriamente por críticos y público aunque muchas de ellas tienen mayor aceptación. El Ulises de Joyce (1922) está reconocido por la crítica como una obra fundamental del siglo XX, pero ¿quién la lee?

Todo este conjunto de obras en las diferentes artes plantean el espinoso tema de la aceptación popular de unas artes que, en su creatividad, exploran nuevos lenguajes y estilos rompiendo con propuestas tradicionales (como siempre ha pasado, por otro lado). Más allá de los escándalos iniciales, muchas de esas propuestas han causado un divorcio con el gran público.

Todo esto lleva a pensar que el prestigio de la música del pasado es creciente en nuestro entorno cultural. El repertorio de las salas de conciertos se nutre de obras escritas tiempo atrás, que, en general, gustan más que las compuestas en la actualidad. Además, la amplitud histórica de la música que se interpreta es, prácticamente, total. De la música antigua, cuyo albores son imprecisos, a la música del barroco, en la que se desarrolla con fuerza la música instrumental, hasta llegar a la música actual. Lo mismo pasa en muchas pinacotecas, aunque muchas de ellas albergan obras no contemporáneas, que pasan a otros museos (caso del Reina Sofía respecto del Prado en Madrid, o del Centre Pompidou respecto del Louvre en París).  Escuchamos obras musicales del pasado, así como vemos cuadros o esculturas pretéritas. 

Nuestra experiencia del arte percibe validez imperecedera a las verdaderas obras de arte, lo que se distingue del universo de artefactos técnicos en los que el progreso es, habitualmente, un valor incuestionado a pesar de que artefactos antiguos puedan seguir valiendo hoy.

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