Algunas relaciones entre música y política

La música es una realidad presente en todas las culturas “desde siempre”. Su origen es inmemorial. En todas las culturas se puede rastrear su presencia allí donde haya indicios, vestigios que permitan un conocimiento de su pasado. Puede verse para ello el documentadísimo libro de Ramón Andrés El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (Acantilado 2008).

La música siempre ha estado ahí. Y algunos de sus usos también. Siempre se ha reconocido en la música un poder persuasivo peculiar. Por eso, siempre se ha reflexionado sobre su papel en la educación y el uso que de ella se puede hacer en el ámbito político.  Algunas ideas presentes:

  • La música se adentra en la intimidad humana dilatando nuestra experiencia emocional de la vida. Y esto tiene importancia en nuestra vida activa ya que las emociones, sentimientos, son un motor importante de nuestra vida.
  • La música es un ingrediente necesario en las fiestas con las que se vive y realiza una alegría comunitaria. En las fiestas es una actividad común el cantar y bailar juntos.
  • Con la letra de las canciones y otras piezas musicales se comunican mensajes directamente o de manera simbólica. Sin texto, la influencia de la música meramente instrumental está unida normalmente a otras prácticas: religiosas, lúdicas, políticas…  Esas prácticas utilizan la música como ingrediente fundamental.

Veamos algunas conexiones entre esas dos facetas de la vida, la política y la música.

La música ayuda a forjar una identidad comunitaria con la que sus miembros se identifican

Hay usos expresamente políticos de la música. Uno de ellos tiene como finalidad crear comunidad, fortalecer el sentido de identidad y el sentimiento de ser miembro de una comunidad con la que se comparten ideales. Esto se realiza de diversas maneras.

Están los himnos nacionales. Son cartas de presentación internacional de los estados. Conocemos el uso, por ejemplo, que se hace de ellos cuando se recibe a dignatarios extranjeros. Conocemos también su presencia en la presentación de algunos equipos deportivos en competiciones internacionales. Cuando los himnos tienen una letra conocida, pueden llegar a cantarse por los presentes en estas ocasiones.

Un caso llamativo es el del himno olímpico. No es el himno de un país, pero parece funcionar como si lo fuese ya que se une al izado de una bandera. Todo en la inauguración de los Juegos Olímpicos está rodeado de una ritualidad política y pseudoreligiosa: la antorcha que ha recorrido sin apagarse el trayecto de Atenas al lugar, el himno y la bandera citados, el tratamiento a los campeones… Queda muy aparente, muy llamativo y vistoso. Una de las finalidades de las Olimpiadas era política al querer ser vehículo de entendimiento entre los pueblos y, con él, de paz.

Por otro lado, están las canciones o melodías que, no nacidas como himnos oficiales, se convierten en himnos oficiosos en los cuales una comunidad se reconoce como tal. Sin negar necesariamente el himno oficial, este himno oficioso funciona como un elemento aglutinador de una comunidad que se fortalece al promover un fuerte sentimiento de identidad, al proclamar valores que recuerdan ideales que movilizan.

Esto es susceptible de un mal uso, claro está. Hay una escena en la película Cabaret (Bob Fosse, 1972) que expresa a la perfección un uso manipulador de la música en el ámbito político. El carácter persuasivo de la música viene fundado en este caso por lo que aparenta ser una canción popular, muy ligada a la identidad comunitaria y que sirve en ese momento para mover los ánimos hacia ese nuevo proyecto que los protagonistas que se alejan en el coche, y el viejo lugareño sentado, ven como aviso del negro futuro que se avecina. Música cantable por todos, letra con la que se identifican en ese contexto concreto en el que se da este hecho. Con una emoción que embarga, el proyecto que se presenta aparece como deseable y, por lo tanto, a los participantes, como algo justo, algo por lo que merece la pena luchar. Usar la persuasión de la música para que aparezca como inocente lo abyecto. El poder de la música en un contexto preciso puede ser, ciertamente, muy grande.

Música que ayuda a forjar proyectos, a identificarse con ellos

Hay músicas que se convierten en “himnos” de movimientos sociales y políticos. Se pueden citar dos ejemplos muy conocidos.

Va pensiero para los italianos contemporáneos de Verdi. El famosísimo coro de la ópera de Verdi, Nabucco (1842), es una canción con la que los esclavos judíos en Egipto expresan su anhelo de patria. Se convierte para los italianos contemporáneos de Verdi en símbolo de libertad ante el dominio extranjero y de exigencia de unidad nacional.

Libertad sin ira para la España de la transición a la democracia después de la dictadura de Franco. Se puso muchísimo en la televisión, en la única que existía. Este uso nos introduce a otra modalidad, la de que el poder use la música para sus fines.

Por otro lado,  más allá del ámbito de los proyectos políticos, la canción Jerusalema, con los bailes alegres a los que ha dado lugar, unifica a las gentes para tener buen ánimo ante la enorme dificultad que nos plantea la pandemia por el Covid-19.

Música dirigida desde el poder político

Todo lo anterior, y más, puede ser un ejercicio expreso de poder por parte de los gobiernos y gobernantes. Entramos directamente en lo que se puede llamar “música dirigida” (por el poder político). Aquí vuelvo a seguir  el libro de J. L. Conde, que sirve de base para estas reflexiones. El tercer apartado es el que Conde denomina “arte dirigido”, “ideología impuesta” en el que estudia cómo se dirige el arte desde el poder político que se sirve de ella para sus fines. Aquí el poder político asume las dos funciones vistas antes, que ya no serán fruto de la creatividad social sino un intento de dirección de la creatividad artística.

  • La música ayuda a forjar una identidad comunitaria con la que sus miembros se identifican.
  • Hay música que ayuda a forjar proyectos, a identificarse con ellos.

Los intentos de dirigir el arte desde el poder político se han dado y es un hecho que ha condicionado a muchos autores, les ha favorecido y les ha perjudicado. Sin irnos a situaciones extremas el peligro de intromisión es permanente ya que siempre es posible hacer un uso interesado de subvenciones y premios nacionales, por ejemplo.

Lo triste es que en la historia política reciente esto se haya impuesto de manera directa desde el poder. Ahí están el llamado “realismo socialista”, el nacionalismo exacerbado de las dictaduras, el juicio sobre el “arte degenerado” que expulsa a los artistas… Y en todos, las censuras. El poder ve peligroso el arte porque es un vehículo de comunicación muy potente a través del cual se pueden comunicar ideas “perniciosas”.

Y, por la misma razón, es un instrumento de propaganda poderoso que el mismo poder usará. El poder favorecerá la creación de obras que reflejen su visión de las cosas. Por ejemplo:

  • Pasados idealizados que se proponen como metas a conseguir. El pasado glorioso como modelo del futuro (el uso antiguo de nuestro Cid Campeador).
  • La lucha de los trabajadores, de las personas humildes del “pueblo” con el que se testimonian las injusticias que los nuevos gobiernos quieren erradicar y por el que se hicieron con el poder con un golpe de mano. El arte se quiere convertir en un escaparate de la nueva sociedad que se muestre al mundo y así presentar una cara amable de esta “nueva sociedad”.

Con la música, este asunto revela aspectos propios. La actividad propagandística, se trata de eso en definitiva, está acompañada en estos casos por una estética, por una propuesta de estilo que normalmente se considera “realista”. Lo figurativo en pintura, las formas musicales que el “pueblo” puede escuchar con facilidad (y que muchas veces recordarán a estéticas tradicionales) y que en música serán formas renovadas de lo antiguo (canciones y otras formas). Son estéticas siempre conservadoras. Y para el conservador a ultranza, la creatividad, la ruptura, la propuesta novedosa serán siempre un ataque al poder.

Por eso el poder despótico gustará de programar cierto tipo de música del pasado que “debe gustar”, que “alimenta el alma de las gentes de nuestro pueblo”, y se permitirá cierta vanguardia en el arte, también el musical, aunque sin romper con lo figurativo, con la armonía “fácil”.

La apropiación de la música nacionalista de la que hablábamos en una entrada anterior es una opción estética dictada para así fortalecer la identidad nacional hoy. Aunque, por otro lado, surgirá la “canción protesta”, nuevos trovadores con letras (camufladas o no) de alto contenido político contestatario y que recuerdan a las canciones tradicionales del pueblo.

Ejemplos desde el lado opuesto. La ópera es una obra de teatro cantada (permítase la expresión). Es muy conocida la opinión negativa de Stalin sobre la ópera de Shostakovich Lady Macbeth de Mtsensk (1932) y que tantos problemas trajo al compositor. Aunque, sin ir tan lejos por supuesto, ahí está la “ofensa” expresada por la entonces recién coronada Isabel II sobre la ópera Gloriana de Britten (1953).

Otros ejemplos

Un caso llamativo es el uso político que se ha hecho de la Novena Sinfonía de Beethoven (1824), principalmente de su cuarto movimiento final, el coral. Con una melodía muy fácil de seguir, y una letra (reformada por el mismo Beethoven) que canta la fraternidad, es una obra excelente para que políticos de todos los signos hayan querido hacerla suya ya que es una obra que expresa los ideales que todos dicen defender y perseguir. Se convierte en un himno, “a la alegría” tal como se conoce, y al proyecto político de turno que realizará esa fraternidad soñada.

Por otro lado, están esos conciertos solidarios que han sido altavoz de problemáticas sociomorales para la ciudadanía. Aquí la música con cantantes famosos ayuda a dar a conocer una situación convirtiéndose así en actores políticos (como unos cuantos actores y actrices). Podemos recordar el concierto organizado por los Bee Gees con UNICEF en beneficio de los niños en 1979, cuya recaudación fue elevadísima por las muy exitosas canciones cuyos derechos de autor se donaron.

O la famosa canción We are the world de  1985.

Otro ejemplo conocido es el de la orquesta West-Eastern Divan que une músicos israelíes y palestinos desde 1999 dirigida por Barenboim (que ha pasado por muchas dificultades de financiación).

image_pdfCrear PDF de este artículoimage_printImprime el artículo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio