«El festín de Babette» (1987), el don que transforma

Película muy bien valorada por crítica y público, El festín de Babette es una película danesa dirigida por Gabriel Axel en 1987, año en el que ganó el Oscar a la mejor película extranjera, entre otros premios.

Basada en un cuento de Isak Dinesen (pseudónimo de Karen Blixen, autora también de la conocida novela Memorias de África también llevada al cine por Sydney Pollack en 1985) es una película de apariencia sencilla que cuenta una historia agradable que se recuerda gratamente. En su sencillez, expresa cuestiones antropológicas, morales y religiosas, de gran calado. Puede verse un estudio comparativo de la película y el relato aquí.

A una pequeñísima aldea de la península de Jutlandia, a finales del XIX (alrededor de 1871), llega una mujer francesa, Babette (Stéphane Audran) que huye de París tras haber perdido a su marido e hijo en los altercados de la Comuna de París. Es acogida por dos hermanas solteras, ya mayores, Martine y Philippa (Birgitte Federspiel y Bodil Kjer). Ellas, cuyos nombres fueron puestos en honor a Martin Lutero y Philip Melanchton, continúan la labor de predicación de su padre el pastor. Predican y viven una vida austera, caritativa, ascética. Tras catorce años en su casa, Babette les agradece a ellas y a los vecinos del pueblo esta acogida con un banquete (este es el festín) realizado con ocasión del aniversario del pastor. Ella era la mejor cocinera de París, y gasta el dinero que le toca en una lotería en este agasajo. La preparación de la comida y la misma cena, ocupa un lugar preeminente en la película (algo más de un tercio).

La película narra al principio, en flash back, algo de la vida de las dos señoras mayores cuando eran jóvenes. Aquí aparecen dos personajes que, aunque aparezcan poco, son centrales en la historia.

En primer lugar, un cantante de ópera que se retira a la aldea para descansar. Ve que la hija mayor tiene una bella voz y le enseña a cantar soñando con éxitos en la ópera de París. Ella, al ver este afán que considera tan mundano, deja las clases, y el tenor se va. Ya viejo, es el que recomienda a Babette en una carta dirigida a las señoras y en la que reflexiona sobre su vida.

El otro, un militar que se enamora de la más joven, pero que al conocer el modo de vida de esa comunidad, transforma sus convicciones y se va para llevar una vida recta. Ya mayor, es invitado al banquete. Será el que desvele el sentido profundo de la historia.

Achille Papin, tenor: “elegir el mejor lado de la vida”

Durante 35 años, señorita Philippa, he deplorado el destino que impidió que su voz llenara la Gran Ópera de París. Cuando pienso en usted, honrada, respetada, rodeada de niños juguetones, y cuando pienso en mí mismo, viejo, célibe y canoso olvidado de quienes antes me adulaban siento que fue usted quien eligió el mejor lado de la vida. ¿Qué es la fama? La tumba nos espera a todos. Y, sin embargo, mi bella soprano de las nieves, al escribirle siento que la tumba no es el fin. En el paraíso volveré a oír su voz. Allí será para siempre la gran artista que Dios quería que fuera. Oh, ¡cómo encantará a los ángeles!

Décadas después de su encuentro de juventud, será quien recomiende y pida que se acoja a Babette. En la misiva, recuerda la elección que, echando la vista atrás, considera que fue una elección fundamental en su vida. Papin, el tenor famoso, estuvo en la disyuntiva, sin ser consciente de ello, de elegir uno de los dos caminos que la vida le planteaba. La fama, de la que ya disfrutaba, o la renuncia a esa vida por escoger una vida más verdadera, sin la futilidad del oropel.

El recuerdo de Philippa le muestra que esta vida no es la única, que “la tumba no es el fin”. Ella recuerda que esta vida tiene que guardar consonancia con la otra, con el Cielo. Allí se cumplirá en plenitud la vocación que en esta vida se puede vivir como vaciedad. En la vida hay de escoger el modo de vida verdadero, hay que estar abierto a la elección que se presenta entre dos formas de vida. Es elección entre dos posibilidades, no entre un número indefinido de ellas. O la falsedad o la verdad, o la apariencia o la autenticidad, o el yo como criterio, o el bien por sí mismo. Es una elección binaria.

Babette: la acogida y el agradecimiento

Personaje central y que da nombre a la película. Su historia es un excelente ejemplo de la dinámica de la gratitud.

En primer lugar, ella vive el don de la acogida. Huye de París sola, tras la muerte de su marido y su hijo. No tiene alternativa: o vive con las hermanas, o la muerte, como ella misma dice. Trabaja en casa de las dos hermanas. Se nos cuenta que prepara bien sencillas comidas, que sabe economizar…

Siente una enorme gratitud por ello. Y cuando se da la ocasión, cuando le toca la lotería, se le ocurre agradecer con lo que mejor sabe hacer: cocinar. Preparará una cena excelente, lujosa. No solo la comida; también la vajilla, las copas, el mantel… Traer el mejor restaurante de París que ella regentaba a ese humilde y minúsculo pueblo que la acogió.

Babette, que ya vivía una existencia agradecida, culmina esa acción de gracias con un regalo lujoso donde ella pone lo mejor de sí. Que le permitan hacer ese regalo es también un regalo para ella: es realizar su vocación artística truncada. Y después, como se anuncia, seguirá viviendo en ese pueblo, seguirá haciendo lo que ya hacía. La actitud de gratitud se mantendrá, la deuda de agradecimiento no estará saldada.

Esta expresión, “saldar la deuda” a veces la vivimos como la liberación de una carga; con el pago de esta deuda parece que el agradecimiento desaparece. En esta película, el acto lujoso de gratitud (el festín que prepara), sí parece saldar algo: agradece a los que la acogieron, pero también lo hace por ella. Sin embargo, no desaparecerá, así parece en la película, su actitud agradecida. Hay dones que se agradecen siempre, y no es una carga el hacerlo, sino una alegría. Sí que parece que culmina un proceso de duelo. La afirmación de la vida simbolizada por el banquete no negará la pena por las vidas perdidas, pero sí supondrá la reconciliación con su pérdida.

La comunidad que la acoge, a su vez, estará agradecida por este festín que será liberador para ellos. El intercambio de benevolencias genera sociedad, comunidad, fraternidad. Es una lógica de la vida social que en este pequeño pueblo parece posible vivir. Y también indicaría esa otra forma de vivir que el tenor ve como la mejor parte.

El general Lorens Löwenhielm: la desvelación del sentido

La misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán mutuamente. En nuestra humana debilidad, creemos que debemos elegir en esta vida. Y temblamos ante el riesgo que corremos. Conocemos el temor. Pero, no, nuestra elección no importa nada. Llega un tiempo en el que se abren nuestros ojos. Y llegamos a comprender que la misericordia y la gracia son infinitas y lo único que debemos hacer es esperar con confianza y recibirlas con gratitud. La misericordia y la gracia no ponen condiciones y dirá: todo lo que hemos elegido nos ha sido concedido y todo lo que rechazamos también nos lo es dado. Sí, incluso se nos devuelve aquello que rechazamos porque la misericordia y la verdad se han encontrado. Y la justicia y la dicha se besarán.

El militar pronuncia estas palabras al final del banquete. Él es el único verdaderamente consciente de la excelencia de la cena. En esta cena “apostólica”, son doce a la mesa, vive el don que transforma, el don de ser transformado, y se reafirma en una convicción que ha regido su vida, aunque con dudas y de manera algo oscura.

En su juventud, enamorado de Martine, una las hermanas, conoce la vida recta de su amada y de la comunidad. Y ante esa rectitud, la vida se le aparece como “despiadada”.

Me voy para siempre y nunca, nunca la veré. Aquí he aprendido que la vida es despiadada y que, en este mundo, algunas cosas son imposibles.

Aquí se da una transformación: de una vida, parece que disipada, pasará a llevar una vida marcada por el deber. Y lo hará durante décadas. En la alta madurez reconocerá haber alcanzado todo lo que se propuso en este alto ideal moral. Parece un ejemplo del paso al segundo estadio que Kierkegaard nos narra, el paso del estadio estético al estadio ético. Pero este estadio barrunta, si se vive bien, el tercero, el religioso, allí donde la misericordia y la verdad, la justicia y la dicha, se encuentran. Al final, en este banquete, descubre aquello que anhelaba y que confirma su elección fundamental de juventud: el bien marca el sentido de la vida.

Pero hay dos vivencias del bien: el bien hecho por deber, por un lado, y el bien acogido, por otro. Y es el bien acogido el que verdaderamente transforma, lo que le permite descubrir que su acción más alta y noble es esperar y acoger con gratitud. Esto último es lo que hizo Babette. Por eso dice el general:

Esta noche he aprendido que en este hermoso mundo nuestro todo es posible.

Parece, por lo tanto, que la alternativa binaria que planteaba el tenor, es, en el lado bueno, internamente compleja. Es el bien por sí mismo lo que orienta la vida, lo que la hace fecunda. Pero más allá del bien hecho, elegido, está, como más importante, el acoger el don. Esa sería la elección que no es elección, como nos dice en su discurso. Ha abierto los ojos, ha visto que la vida plena no exige el supremo esfuerzo, sino el aceptar un don. Y eso es lo verdaderamente transformador. La noción cristiana, central, de la gracia es la manifestada aquí.

Las dos hermanas, Martine y Philippa

Hijas de un pastor calvinista, riguroso en su predicación moral, continúan con la labor de su padre una vez muerto. Son personas caritativas: dan de comer a los pobres del lugar, reúnen a la menguante comunidad en oficios religiosos sencillos, acogen a Babette…

Al ver la preparación del festín se asustan por el lujo. Siempre han vivido y predicado un ascetismo sincero: hay que “negar” el cuerpo, hay que negar los placeres sensuales, corporales, para dejar el alma “abierta” a Dios y a los hermanos.

Pero el festín va a suponer una crisis sobre esta manera de entender el ascetismo y nuestra misma humanidad. La corrección de esta religiosidad se realizará cuando las dos hermanas, y el resto de la comunidad, sean educadas en aceptar el don sobreabundante.

Esta corrección de la religiosidad es posible porque se asienta sobre ese ascetismo previo. La “negación de los placeres del cuerpo” es afirmación de la fe, es negación del yo como criterio último de vida. Las sabidurías morales y religiosas tradicionales siempre afirman esto con acentos diferentes. Sabré aceptar un regalo si no convierto el yo en el centro: si el yo es el centro y el criterio último de elección tenderé a creer que todo me es debido y no percibiré el carácter de regalo del don.

Pero este ascetismo, tal como es vivido, aun facilitando su misma corrección, se acerca a un falso dualismo que puede provocar la cerrazón del corazón. En esta visión rigorista se asocia el placer a lo corporal, y se interpreta como peligroso o directamente pecaminoso porque nos embarga hasta el punto de negar la verdadera apertura del alma, porque nos distrae del cultivar los bienes que vienen de arriba. Esta concepción es excesivamente polarizada.

  • Primero. Dada la unidad del ser humano, todo placer es corporal y espiritual, no solo corporal. La misma comida del banquete va a ser un placer del espíritu, les va a transformar personalmente. Y quiero creer que el recuerdo de esta cena permitirá no olvidar lo que han descubierto. Y viceversa: todo placer de naturaleza más espiritual, el vivido en una amistad, por ejemplo, el vivido en el comprender algo difícil, es también un placer sensible, que se siente.
  • Segundo. El lujo tiene un papel importante en la vida humana. Lo bonito, lo bello en el arte, en el vestir; una buena comida que alimenta igual que otras más sencillas. Ocasionalmente, vivir lo lujoso es vivir en lo material y en lo espiritual lo sobreabundante, el carácter de regalo de lo real, de aquello que vale más que su funcionalidad, su utilidad. Lo lujoso puede poner a la luz el carácter extraordinario de lo común.

Lo lujoso tiene que ver con la excelencia. Decimos que hay “artículos de lujo”, que “es un lujo tenerte como consejero en estas circunstancias”, etc. La comida de Babette es lujosa: son recetas muy bien trabajadas y que cuentan con una materia de base de la más alta calidad. Los comensales se sienten privilegiados, aunque no alcancen a ver lo excepcional del banquete (salvo el militar). Lo lujoso, que muchas veces es muy caro y otras veces es gratis, sirve para vivir la alegría de un acontecimiento significativo, para celebrar una fiesta.

Esa excelencia en la comida es altamente placentera. Pero es algo excepcional. No va a llevar a una vida disipada en esta ocasión. El miedo al placer desaparece por la alegría de la transformación del corazón que experimenta la alegría de vivir.

Los otros comensales que en otras escenas habían mostrado sus mezquindades, sus pequeños rencores, se van transformando. La pérdida de inhibición debida a la comida y el vino provoca que salga lo que hay en el corazón. Y no es odio ni envidias lo que sale, sino fraternidad. El placer, en ese contexto de fiesta, de regalo, lleva a la alegría, no al olvido de Dios ni del hermano. El don vivido en forma de banquete hace ver, ilumina, alegra el corazón.

¿Demasiado bonito para ser verdad? Creo que no. ¿Por qué iba a ser así? La fraternidad también existe, no solo la dominación. La iluminación, el contacto con lo excelente, con lo válido, forman parte también de la vida humana. El don y su acogida, acogida que se vive también como regalo, también se dan en nuestras vidas. Y todo esto configura una experiencia de vida crucial que nos hace ver lo que a veces está escondido pero que es objeto de anhelo y de sentido.

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