Juan Ramón Jiménez: “Ideolojía” (1897-1957)

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan de Puerto Rico, 1958) es uno de los grandes poetas del siglo XX, maestro de muchos que vinieron después. Dedicó toda su vida a la poesía, y gran parte de su vida activa estuvo acompañado por su amada Zenobia Camprubí con quien se casó en 1916. En 1956 recibió el Premio Nobel de Literatura. 

En 1900, con 18-19 años, se traslada a Madrid, donde publica sus dos primeros poemarios: Ninfeas y Almas de violeta. Su obra más célebre, Platero y yo, fue publicada en 1917 en su edición definitiva y completa.  Tras el comienzo de la Guerra civil, se exilia, como Agregado Cultural Honorario, a Washington. Juan Ramón y Zenobia viven en Cuba, Estados Unidos o Puerto Rico. Se le solicita como profesor en varias universidades, da conferencias y publica en muchas revistas y periódicos. Hombre de enorme sensibilidad, sufrió de depresiones que le obligaron a ser internado en varias ocasiones. Puede consultarse una biografía algo detallada, así como su bibliografía, aquí.

Ya en la década de los años 20, Juan Ramón Jiménez empieza a corregir su propia obra, depurando su lenguaje. Escribir y corregir lo escrito son actividades que nunca cesará de realizar, convirtiendo su obra en una “obra en marcha” como él dice. A la vez, en ese proceso de reescritura se suceden los proyectos de unir su obra en compilaciones y obras completas de formas diversas. Dado ese proceso de creación y depuración, él mismo entiende su producción como un ejercicio de metamorfosis. Y con este nombre, con acento esdrújulo en su peculiar ortografía, Metamórfosis, quiso reunir su obra completa, tal como explica en 1954. 

Lo que me queda de mi trabajo constante, amasado con voluntad más constante cada vez, son estos libros que estoy comenzando a dar con esta “Ideolojía”, con esta “Leyenda”, con esta “Historia”, con esta “Política”, con esta “Carta pública”, con esta “Traducción”, con este “Complemento”… Metamórfosis mía constante; volver a empezar… ¡Y de qué modo ahora! (3935). Mi obra es fatalmente transformable. Su mejor nombre es “Metamórfosis” (4078).

Este proyecto se ha realizado parcialmente de manera póstuma con la publicación de dos valiosos libros. El primero es Leyenda, en el que se reúne su obra poética entera (1896-1956). La edición de este libro fue preparada por Antonio Sánchez Romeralo y se publicó en 1978. Cuenta con una segunda edición, que completa la anterior, y que estuvo a cargo de Estela Arretche (2007). 

El segundo de los dos libros, que nos ocupa en esta entrada, es Ideolojía (1897-1957). Metamórfosis IV, en el que se reúnen los aforismos que escribió durante toda su vida. El libro fue publicado por la editorial Anthropos en 1990 y fue editado también por Antonio Sánchez, que llevó a cabo un trabajo ciclópeo para reunir lo que estaba disperso en revistas, periódicos y papeles varios que se guardan en la Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico (recoge 4116 aforismos numerados hasta 1954; parece haber una errata en el subtítulo). El título, Ideolojía, proviene de una idea muy antigua en él. En uno de sus primeros aforismos:

El pensamiento ha de espresarse en prosa porque es cuento  fatalmente; el sentimiento, en verso, porque es fatalmente canto (…) el poeta auténtico es el del verso lírico y la prosa ideolójica, a menos que sea épica (55).

Juan Ramón escribía con “j” las palabras que se escriben “g” y que suenan como “j”, y las que llevan “x”, con “s”, entre otras singularidades. Cuenta que en su casa de Moguer leía el “Diccionario de Autoridades de la Academia Española”: “de niño me acostumbré a leer con J y S…” (3336). También dijo:

Se me pide que escriba algo en «Universidad» sobre mis ideas ortográficas; o mejor dicho, se me pide que esplique por qué escribo yo con jota las palabras en “ge”, “gi”; por qué suprimo las “b”, las “p”, etc., en palabras como “oscuro”, “setiembre”, etc., por qué uso “s” en vez de “x” en palabras como “excelentísimo”, etc. Primero, por amor a la sencillez, a la simplificación en este caso, por odio a lo inútil. Luego, porque creo que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe. Después, por antipatía a lo pedante (Mis ideas ortográficas, Universidad, Puerto Rico, 1953).

Entre los muchos temas de estos miles de aforismos, me fijo en sus reflexiones sobre la misma poesía.

Poesía, voz de lo inefable

Para Juan Ramón existe una relación muy estrecha entre lo poético y lo inefable. La poesía misma es inefable, como la música:

Poesía pictórica, plástica, para el ojo, es fatalmente poesía decorativa. Y la poesía no es decorativa como la pintura sino inefable como la música (3330).

Lo inefable es aquello sobre lo que, en rigor, no se puede hablar. Nuestro lenguaje está provisto de recursos para hacer ciencia, para nombrar y describir los tipos de seres y sus propiedades. Es el lenguaje racional del conocimiento abstracto. A partir de ahí podemos utilizar la analogía presente en metáforas y símbolos para hablar de lo que nos excede. Es un tema clásico y discutido de la metafísica. Por otro lado, hablar de lo particular nos resulta también difícil: no el mero hecho de indicarlo con elementos deícticos (“esta mesa”), sino decir, nombrar, señalar lo propio, por ejemplo, de esta mesa y solo de esta mesa. Lo inefable puede ser, según lo dicho, tanto lo que nos trasciende como lo particular

Por otro lado, él distingue lo inefable de lo decorativo. Una poesía es pictórica si, utilizando una expresión clásica, “pinta con palabras” (tema al que Lope de Vega dedicó su obra “Mirad a quién alabáis”; reflexión aquí), si se dirige al ojo, a la imaginación. Esto es algo que rechaza Juan Ramón en este aforismo, alejándose del tópico ut pictura poiesis, así como la pintura, así es la poesía. (Simónides de Ceos, poeta griego de entre los siglos VI y V a.C. afirmó que “la pintura es poesía muda y la poesía, pintura hablante”). Juan Ramón Jiménez asocia la poesía a la música en esta ocasión, que no es descriptiva o figurativa como gran parte de la pintura. El sentido o significado de la música, tema muy debatido, se relaciona directamente con su capacidad de expresar y despertar emociones. El sentido que expresa la música no es el comunicado en el lenguaje articulado que hablamos, sino que es algo evocador por sí mismo. Este carácter evocador lo acerca a esa idea de lo inefable.

El poeta es un traductor de lo inefable. ¡Qué lengua ha de ser la suya! (3463).

Traducir lo inefable”, hacer accesible al lector la experiencia viva y personal del misterio de las cosas singulares, de su belleza, de sus vivencias. La potencia del lenguaje poético es mayúscula (“májico”). Este hacer accesible, este “traducir” lo entiende también como un “descifrar”:

Sí, mundo; sí, España; poesía, diga lo que diga el político, es solo impregnación espresiva de belleza, hablar májico. Y el destino feliz o desgraciado del poeta, lo he dicho antes, es descifrar el mundo cantándolo (3960).

La poesía realiza una labor de iluminación que él llamará también “poetizar” (“poesía es poetización”, cf. 3511). La razón poética descifra el mundo, ejerce una labor iluminante, aclaratoria. Esta idea recuerda la tesis de María Zambrano que la poeta y filósofa Chantal Maillard estudió en La creación por la metáfora. Introducción a la razón poética (1992) donde afirma que la razón poética “permite que las cosas hallen su lugar y se hagan visibles” (p. 43). Según esto, la poesía saca a la luz “las cosas” por medio de la palabra. Y para Juan Ramón, esto es canto.  

Por otro lado, la inteligencia poética está unida de manera íntima con la emoción, con el sentimiento (“infinito” en el poeta, como él dice).

La Poesía: un rapto apasionado y deleitoso, donde la intelijencia y la emoción están fundidas en una sola esencia libre y pura (1035). El arte no puede ser otra cosa que la “realidad” vista con sentimiento (1922).

Poesía es, en definitiva, canto y “voz de lo inefable”. Esta voz la tienen muy pocos en su opinión: San Juan de la Cruz y él mismo.

Poesía es voz de lo inefable. A pocos poetas les ha sido dado tener esa voz. En España la tuvo San Juan de la Cruz. Si luego la ha tenido alguien ya dirá quién es el tercero que la tenga (2880).

De San Juan de la Cruz se puede decir que expresa lo inefable de Dios. La poesía mística utiliza imágenes para cantar y contar lo que no puede ser dicho con nuestras palabras en su uso ordinario. Los símbolos y metáforas serán el camino para expresar el misterio de Dios. Para Juan Ramón, para quien el misterio del mundo y del quehacer poético tienen caracteres “divinos”, lo inefable es el mundo en su particularidad, en su belleza. 

Poesía y metafísica

Las ideas de infinitud y eternidad aparecen en sus pensamientos ligadas a su quehacer poético, vinculando así el quehacer poético a la capacidad metafísica.

Lo que suele llamarse infinito y eternidad no es sino poesía. Infinito y eternidad son más que dios para el hombre. La única idea que resiste a infinito y a eternidad es poesía. Poesía siempre queda libre e intangible (3040).

Que la medida humana sea lo infinito es una idea presente de manera explícita ya en Platón, quien descubrió lo suprasensible según su propia lectura de la historia del pensamiento. Estas afirmaciones también recuerdan la tesis de Pascal sobre la desproporción humana: “el hombre supera infinitamente al hombre”. Recuerdan la metafísica realizada en la teología que vincula la religiosidad a la apertura al ser en general. Un teólogo católico tan filósofo como Karl Rahner vinculaba la poesía al cristianismo, no solo porque el lenguaje religioso es muchas veces un lenguaje poético (algo que ha explicado muy bien Paul Ricoeur), sino porque la actividad poética y la religiosa guardan una semejanza estructural basada en la capacidad metafísica del ser humano. En todo ello hacen falta voces que “descifren lo inefable” como dice nuestro poeta.

Para poder realizar esto hace falta que el poeta sea capaz de infinito.

Sin duda, doctor Marañón, tengo una glándula que segrega infinito (1077).

Hace falta tener y cultivar una capacidad y una sensibilidad especiales para el quehacer poético. La capacidad poética y la capacidad metafísica van de la mano. Se podría pensar que es una afirmación general, antropológica, válida para todos. De hecho, él reconoce en su juventud un “anhelo de lo mejor” presente en el ser humano. Este anhelo y esta capacidad de infinito de la que habla guardan una familiaridad.

Ese anhelo de lo mejor que el hombre tiene en sí ¿no será la emanación de una semilla que la naturaleza le ha puesto en su carne para que, a fuerza de voluntad, lo haga florecer? (599).

De hecho, hace falta que el lector tenga este anhelo, esta capacidad, para poder captar y gustar del lenguaje poético. Juan Ramón quiere “inquietar” al lector, quiere que algo de su poesía conecte con la interioridad, ponga palabra a la experiencia vital, le descubra nuevas miradas.

Yo no pretendo que nadie más que yo conozca toda mi obra, como nadie más que su creador conoce todo el mundo. Me basta con que el que la frecuente se tropiece siempre con algo que le inquiete (1710).

Poesía y belleza

Dicen algunos: ¿Por qué cantas tanto? Mi vida es toda Poesía. No soy un “literato”, soy un poeta que realiza el sueño de su vida. Para mí no existe más que la belleza (95). Vivo únicamente por y para la Belleza (113).

Poesía es todo lo bello que no se puede esplicar y que no necesita esplicación (3424).

La belleza es para Juan Ramón Jiménez la propiedad central del arte y de la Poesía, así, con mayúscula.  En estos aforismos, el poeta une la belleza a lo inefable; vincula aquello que no se puede explicar con la plenitud de la expresión poética. Lo inefable, lo dotado de sencillez que, por lo que dice nuestro poeta, se muestra con una peculiar evidencia, ya que tampoco necesita de explicación, 

Con la belleza se da la experiencia de algo rematado, acabado, pleno, a la par que atractivo y luminoso. Si la traducción de lo inefable antes mencionada es un hablar iluminante, encuentra en la belleza artística de la poesía el cauce adecuado de expresión. Siempre se ha asociado la belleza con la luz, con ese brillo que atrae y que muestra la plenitud del mostrarse. Por eso se asocia la belleza con la verdad, ya que la expresión bella realiza el desvelamiento en el que consiste la verdad como nos recordó Heidegger. Lo bello muestra ese carácter de manifestación, de luminosidad, con el que la verdad sale a nuestro encuentro (cf. Gadamer, La actualidad de lo bello, p.24, ed. Paidós).

Lo bello siempre muestra un carácter de inaprensible y gratuito. Dirige la mirada (ad-mirabile) y nos saca de nosotros mismos. Una vida como la suya, entregada a la belleza, a la creación de una obra siempre revisada, experimenta como don y regalo, como gracia, la misma naturaleza de la poesía. La poesía es trabajo incansable y, a la vez, gracia que sobreviene.

Poesía, estado de gracia (1751). La poesía no es un problema sino una gracia (2488).

(…) San Juan de la Cruz, quien creyó (y tuvo, y tiene y tendrá siempre razón) que lo primero en poesía y en todo es el espíritu, la inmanencia inefable que se espresa en palabra verdadera, el estado de gracia (2135).

Poesía y verdad

La poesía no puede nunca, aunque lo quiera, “estar a la moda”, porque la poesía es la verdad y la moda la mentira. Así que la poesía puede, por este lado, definirse: una espresión hermosa cuya palabra tenga la actualidad de lo verdadero (3430).

Creo que Juan Ramón Jiménez vincula la verdad con la belleza porque entiende que la poesía es un decir pleno, capaz de expresar lo real en su profundidad, lo inefable. Para ello, la expresión poética debe ser síntesis de inteligencia y emoción, un decir exacto.

Si el pensamiento o el sentimiento son exactos, la forma será necesariamente perfecta; es decir, completa (811). Poesía: la exactitud concisa, el ritmo natural, el acento preciso…, la libertad absoluta (934). Exactitud de ritmo y de acento da la plenitud (1524).

Se establece una paradoja entre lo inefable que quiere descifrar y la inteligencia exacta de las cosas a la que él aspiraba. Aspira a decir lo inefable con exactitud, propiedad de un decir verdadero. Los famosos versos que siguen explican, mejor que sus aforismos, una idea clave en su poética  (sigo la edición de Leyenda citada al principio):

¡Intelijencia, dame tú, segunda, el nombre exacto de las cosas!… Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. (Arenal de eternidades)

El decir exacto portará la realidad misma de la cosa nombrada, siendo así la verdadera voz de la realidad misma en su esencia. Es la pretensión del decir poético, decir esencial, que quiere nombrar la realidad misma de la cosa singular. La expresión poética lograda sería la verdad, la actualidad de lo verdadero.

Esta inteligencia exacta es un deseo que él persigue. Conocida es su labor inacabable de depuración de su propia Obra (con mayúscula, como él la escribe).

La naturaleza me ha dado dos virtudes incansables: fecundidad suma y afán de suma perfección. Ya comprenderéis de dónde viene toda la melancolía de este mártir de la belleza (1658).

Escribir y reescribir, “desnudar” su poesía para hacer de ella poesía “pura”, “esencial”.

Cada 5 años, visto más hermosa a mi Poesía desnuda, para volver a desnudarla mejor durante otros 5 años. Este es el proceso natural completo (3213).

La poesía es esencia, y la esencia no es ponderable (1760). La prosa se escribe con sustancia, la poesía con esencia (3408). El filósofo elabora con sustancia, el poeta con esencia (3443). Poesía pura no es poesía casta, sino poesía esencial (1241).

Dos citas finales

Cuando yo acepté de Antonio Marichalar el lema “a la inmensa minoría” para mis libros, fue después de haberlo comprendido largamente así, y así lo sigo y lo seguiré comprendiendo y escribiendo. Y siempre pensaré en una minoría inmensa, que un día pudiera llegar a ser total (3158).

Mi idea de inmensa minoría deseaba dos cosas: un vehículo, el periódico diario para publicar lo mejor, y el público total en ascensión; es decir, la idea de inmensa minoría es una idea demócrata hacia la aristocracia jeneral universal (3354).

Juan Ramón Jiménez dedicó su vida, acompañado siempre por Zenobia Camprubí, a la Poesía, a su obra. Una obra en marcha que quería recoger, de manera depurada, en una unidad. Una vida definida por la búsqueda de una sencillez tan trabajosamente ganada. Una poesía esencial.

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