La confianza es un sentimiento y una actitud imprescindible en la vida pero que muchas veces nos resulta difícil de vivir. Está atravesada por la fragilidad ya que parece difícil de ganar y fácil de perder. Y, sin embargo, cuando la vivimos (lo cual hacemos muchas veces) es uno de los bienes más preciados. ¿En qué o en quién/es confiamos?
Destinatarios de la confianza: uno mismo, los demás, el futuro
Confiamos, por un lado, en nosotros mismos. Confiamos mucho o poco (o nada) en nuestras capacidades: seré capaz de… Si confiamos mucho, la sensación de seguridad y de fortaleza que podemos llegar a experimentar y transmitir es enorme. Está claro que la confianza en uno mismo según este sentirse capaz-de forma parte importante de la autoestima.
Una forma especial de confianza en nuestras capacidades hace referencia a nuestra vida moral. No me fío de mí mismo: no seré capaz de mantener mi compromiso en un desempeño, en una relación… No es que me vaya a equivocar (que asumo que puede ocurrir), sino que no seré fiel. Me reconozco débil y egoísta y, aunque quiera, no creo que me pueda mantener. Por supuesto, es posible lo opuesto: confío en mi capacidad de compromiso aun sabiéndome falible. Todos adquirimos compromisos duraderos en nuestra vida: en el ámbito de las relaciones personales, laborales… Y forma parte de ese compromiso el querer cumplirlo: te quiero y quiero seguir queriéndote, quiero mantenerme en lo que vivo ahora.
En segundo lugar, confiamos en las personas, en los otros. Esta referencia de la confianza a los demás se ramifica. Confiamos en personas cercanas, y confiamos en grupos, en instituciones, e incluso, en la misma condición humana.
- En primer lugar están las instituciones. Las hay de todo tipo. Creo que lo relevante aquí es pensar en tipos de instituciones, no en algunas en concreto. Confiamos o no en los partidos políticos, en la Iglesia, en el sistema judicial, en los bancos, en la institución del matrimonio, en las asociaciones de vecinos… Las instituciones juegan un papel esencial en la vida social. Si están aquejadas de gran descrédito, si no son dignas de confianza, la vida social y personal se empobrece. Se hace necesario suplir la falta de confianza con mecanismos de tipo contractual bajo la amenaza de castigo si hay incumplimiento, lo que hace más difícil y costosa la convivencia.
- Y al hilo de esto, es normal llegar a hacer una consideración más genérica. Decimos que las personas que pertenecen a tal pueblo o grupo son, en general, dignas de confianza o no. Confiamos o no en los occidentales, en los africanos, los cristianos, los chinos, los musulmanes, los gitanos… Pensemos lo que vivimos en nuestros encuentros casuales con turistas o vecinos pertenecientes a esos colectivos. Aquí cabe el estereotipo que al ser un esquema, es injusto si lo aplicamos a una persona concreta en cuanto que es reductor, aunque pueda ser parcialmente verdadero.
- La confianza se puede extender a la misma condición humana. El ser humano es egoísta por naturaleza, es bondadoso por naturaleza, solemos juzgar. Podemos pensar que cada uno persigue siempre su interés; los demás también lo hacen y si no te proteges, te engañarán. Por otro lado, podemos pensar que en el fondo, todo el mundo es bueno, quiere la paz, todo el mundo es digno de confianza en situaciones adecuadas.
- En el ámbito de la religión la confianza también ocupa un papel muy relevante. Confiar en Dios es una de las claves de la religiosidad vivida. De hecho, por lo menos en los monoteísmos, el creyente vive la fe como confianza en Dios que le cuida, que quiere su bien, que establece una alianza.
Son muchos los matices al respecto que vamos desarrollando a lo largo de la vida. Los aprendemos en nuestra infancia con todo lo que se nos dice, con nuestras experiencias. Y vamos desarrollando esta confianza que se dirige a muchos tipos de situaciones a lo largo de la vida, sobre todo, si vamos trabajando nuestro yo, nuestra subjetividad.
¿Confiamos en realidades no personales? Sí, por supuesto. Confiamos que mañana hará buen tiempo, en que no tendré un accidente… Los buenos artefactos son fiables y las marcas trabajan esta cualidad: “es de una buena marca, este frigorífico saldrá bueno”.
Considero la confianza en una persona cercana y conocida la vivencia culminante de la confianza, allí donde se vive en toda su riqueza y matices. Aquí la confianza adquiere la forma del “confío en ti” de forma plena. “Confío en ti”, es una expresión que dirigimos a otros en contextos distintos.
- Confío en tu competencia en tal ámbito: estoy seguro de que esto lo vas a hacer bien. La confianza hace referencia aquí a un saber hacer: sabes de fontanería, sabes de finanzas, sabes diagnosticar bien las enfermedades… Este saber hacer se extiende a cuestiones morales, vitales. Confío en ti, confío en tu experiencia vital, en tu sabiduría. Confío en que es un buen consejo el que me darás. Pero cuando confiamos en la competencia del otro aceptamos que este saber hacer implica la posibilidad de fallo, error… Confiamos a pesar de esa posibilidad que a veces creemos que es muy pequeña, casi inexistente.
- Además de referirse al saber hacer, confiar es creer que “no me vas a fallar”.
- Confío en que querrás cumplir tu promesa. Confío en tu voluntad de cumplir el compromiso, en tu honestidad.
- Confío en que no me engañarás. Me pongo en tus manos para pedirte consejo: haré lo que me digas. Pero eso, confío en que no querrás usar esa situación de superioridad para beneficio propio.
- Confío en que no me engañarás. Tenemos una relación afectiva estable como pareja (matrimonio o no). Confío en que no mantendrás una relación afectiva en paralelo a la que mantenemos.
Otro ámbito propio de la confianza es el futuro. Del futuro, como de la acción de los demás, no puedo disponer del todo, no lo puedo controlar. Confiar en mi futuro personal: que seguiré conservando un empleo, la salud…
Muy presente en las relaciones personales, también lo está, y de manera creciente, en los últimos siglos en la economía. Algunas formas básicas en las que vivimos esta confianza:
- La confianza del consumidor en que en un futuro seguirá teniendo capacidad adquisitiva (ingresos, ahorro y crédito).
- Confianza en el valor de la moneda, en que siga teniendo respaldo. Y con ello la estabilidad de los precios, que la inflación no se dispare.
- Presencia enorme de la confianza en la economía financiera: valores bursátiles, mercado de futuros, divisas… Aquí todo tiene que ver con el futuro.
Actitudes básicas que se viven en la confianza
En la confianza vivimos un fiarse de. De la palabra del otro, de que su acción sea honesta, un fiarse en que las instituciones cumplan su cometido (de justicia, económicas, educativas, religiosas, artísticas…). Y esta confianza otorga firmeza y seguridad a la espera cuando la confianza tiene por objeto algo futuro. Este fiarse tiene dos dimensiones básicas: la credibilidad y el abandono.
Desde el punto de vista de lo que es digno de confianza. Nuestra palabra “confianza” (y “fianza”) proviene de fiducia, y ella de fides, fe (como también las palabras “fidelidad”, “perfidia”o “fidedigno”). Hay una fe en la confianza, una credibilidad en la persona en la que confiamos. En el confiar se vive un “creer que”, un otorgar crédito a la persona. Confiar en alguien es creer que cumplirá lo que dice, que lo que me dice es verdad…
Esa credibilidad de la persona en quien confío es fuente del fiarme. Y es un fiarse, como decíamos arriba, debido a razones.
- Por su competencia en una actividad.
- Por ser una persona habitualmente honesta, sincera.
- Por tener convicciones, criterios de juicio, de acción. Una persona sin convicciones no es de fiar: su criterio de juicio y de acción serán muy cambiantes.
Cuando confiamos consideramos que hay algo firme en lo que uno se puede apoyar. Esa estabilidad, esa consistencia, ese punto de apoyo, es ingrediente de la confianza, su raíz.
Desde el punto de vista del sujeto que se fía. En la confianza vivimos una seguridad que se da en el ámbito de la fragilidad, del miedo. En la vida activa existen los fallos, los errores, los males causados con intencionalidad. Y aquí destaca la traición, la gran amenaza de la confianza. Pero en esa contingencia vivimos el punto fijo donde nos podemos apoyar. Esa seguridad se desarrolla en la actitud última de la confianza: nos “abandonamos en”. Confiar es hacerse deliberadamente dependiente de algo/alguien cuya realidad, cuya acción, no controlamos. Es un dejar hacer.
La estructura de esta vivencia se podría designar como el ponerse en manos del otro en algún aspecto de la vida. Confío en que hará bien un trabajo para mí; confío en sus prescripciones para mejorar mi vida, mi salud, mi estabilidad emocional; confío en tu fidelidad… Cuando esa confianza se da, la seguridad es mayor que la inseguridad. La confianza vence el miedo provocado por la posibilidad del error y, sobre todo, del engaño.
El proceso de la confianza
Se suele debatir sobre qué es primero, si la confianza o la desconfianza. ¿Vamos adquiriendo la confianza o la perdemos tras alguna experiencia negativa? ¿Somos naturalmente confiados y es la experiencia vital la que nos obliga a ser más precavidos?
Como Erikson nos enseña, en condiciones normales adquirimos la “confianza básica” cuando experimentamos, en nuestra primera etapa de la vida el sentirnos acogidos, aceptados, cuidados. Uno mismo y la realidad circundante se experimentan como amables. Y esta confianza básica (en uno mismo y en la realidad) es base de un desarrollo psicológico y moral estable.
Pero aun cuando vivamos esta confianza adquirida, todos experimentamos las traiciones, los fallos, los accidentes… Aprendemos la desconfianza, perdemos la confianza que habíamos depositado en tales personas, en las instituciones, en uno mismo… En nuestro proceso vital esta desconfianza puede hacerse crónica, puede ser un hábito.
Esto, lo sabemos, hace que sea difícil recuperar la confianza. Volver a confiar aceptando que la fragilidad, sobre todo moral, es algo real.
Todo esto nos hace pensar en un rasgo que no deja de ser algo enigmático. Hay personas más o menos confiadas de forma habitual, «natural» diríamos. Aquí la confianza es un rasgo de carácter. Ante ello mostramos una cierta ambivalencia según cómo vivamos la confianza de manera general. Esa otra persona nos puede parecer “demasiado” confiada y, por lo tanto, pensaremos que no tardarán en engañarle. Pero otra nos puede parecer “demasiado” suspicaz al no fiarse de nada y de nadie. Y eso nos parece triste.
Creo que hay un factor de decisión en este rasgo de carácter, sobre todo, en el ser confiado. Un no querer ser suspicaz, un querer ser confiado. Debajo late una idea general sobre la condición humana y, sobre todo, sobre cómo queremos vivir. Bajo la decisión habrá un cúmulo de experiencias, positivas y negativas. Pero en todo creer hay un querer creer también. Y, en ese sentido, de nosotros depende, aunque la decisión sea difícil.