El planeta de los simios (“Planet of the Apes”) es una película de 1968 dirigida por Franklin J. Schaffner. Basada en una novela con el mismo título del francés Pierre Boulle, está protagonizada por Charlton Heston quien interpreta al capitán Taylor, capitán de la nave espacial que aterriza de manera accidental en un planeta. Le acompañan otros dos astronautas que apenas jugarán un papel argumental el resto de la película. La película tuvo un enorme éxito, lo que propició que se realizasen secuelas, tanto en cine como en televisión. Considero vista la película para leer esta reflexión: las sorpresas del argumento juegan un gran papel en el visionado de la película.
Como es habitual en las películas encuadradas en el género de la ciencia ficción, las historias exploran posibilidades vitales novedosas, lo que permite la indagación sobre el sentido de lo humano. Al imaginar situaciones nuevas que extreman tendencias de nuestras formas de vida, estas historias presentan lo humano en circunstancias, muchas veces, que colocan a sus protagonistas en situaciones límite.
Dos ejemplos famosos. En Blade Runner (R. Scott, 1982 , reflexión aquí), los robots recuerdan a los seres humanos la grandeza de su identidad que parecen haber olvidado. Del mismo año que El planeta de los simios es 2001: Odisea en el espacio (S. Kubrick; reflexión aquí) en la que se explora el miedo a la amenaza de la Inteligencia artificial que quiere vivir también como ser humano. En El planeta de los simios son los grandes simios los que han adquirido la inteligencia humana, asumiendo también muchas de sus costumbres. Se da un juego sobre quién es “humano” y quién “animal” en la película.
Seguramente, ni la novela ni la película tuvieron altas pretensiones intelectuales. Pero la ingeniosa propuesta, además de entretenida, plantea temas de interés. Al ser también una distopía, es una exploración imaginativa de las preocupantes tendencias del presente de la película (y del nuestro).
Juego de temporalidades
La película, realizada en 1968, imagina un futuro cercano, 1974, donde son posibles los viajes espaciales a “casi la velocidad de la luz”. Teniendo presente la relatividad espacio/tiempo, lo que para los astronautas es un pequeño lapso de tiempo, para los terrestres son muchos años. Cuando aterrizan de forma forzosa en un planeta desconocido, en la Tierra sería el año 3978.
Se encuentran con un planeta muy poco habitado, aunque habitable, en el que descubren hombres de aire prehistórico que no hablan. Con gran sorpresa, se encuentran con simios que sí hablan el mismo idioma que el de los astronautas, por suerte para todos, los personajes y los espectadores. No solo hablan, sino que tienen poder militar sobre los humanos. Cuando vemos dónde viven, todo tiene un aire antiguo, un tanto medieval, aunque manejan fusiles y realizan operaciones quirúrgicas sobre el cerebro de los humanos apresados. Pero como estamos en otro planeta, los simios hablan, etc., esas incongruencias pueden resistir el espíritu crítico.
Es atractiva esta mezcla de tiempos y ambientaciones de época, este jugar con el tiempo. Como ya he mencionado, es algo propio de este género el explorar alternativas y posibilidades distintas sometiendo el estudio de lo humano a esa variedad de condiciones. Aquí hay mezcla de pasado, tanto remoto como relativamente antiguo, y un futuro lejanísimo. Para los protagonistas y los espectadores, en principio, no son el pasado o futuro de la humanidad. A esto se añade que nosotros vemos hoy una película de hace más de cincuenta años, antigua por su factura y por su estética, en la que destaca una banda sonora de una música (compuesta por Jerry Goldsmith) que se podría calificar de vanguardista para su época y para la nuestra .
Tanto en el plano argumental como en la factura de la película se produce esta amalgama de futuro y pasado muy marcada con lo que se transmite con fuerza la consciencia del paso del tiempo, de la historicidad.
Algo parecido pasa con la saga de Star Wars iniciada por G. Lucas en 1977. La impresión de futuro tan marcada por el desarrollo tecnológico, tan propio de las naves espaciales, se une a formas de vida en los planetas que tienen una apariencia de antigüedad muy marcada. Por otro lado, la estructura narrativa de estas películas no pasa de ser una cierta “actualización” de las historias medievales de caballeros con sus espadas, tal y como la literatura sobre los caballeros de la Tabla Redonda nos ha transmitido desde hace ya mucho tiempo. Es curioso que para contar una historia inventada en un futuro se utilicen recursos que en nuestra memoria e imaginación pertenecen al pasado.
Lo humano
Es relativamente divertido el juego que se establece en El planeta de los simios sobre quién es humano y quién animal. De hecho, argumentalmente, simios y humanos son, todos ellos, un quién, una forma de vida personal. Para los simios, los humanos son animales, mientras que ellos son los humanos. Distinción habitual que siempre hemos hecho sin tener en cuenta del todo que nosotros también somos animales. Racionales, pero animales.
Esta distinción entra en crisis cuando aparecen los astronautas: son animales como los humanos primitivos a los que cazan y con los que experimentan. Pero los astronautas, sobre todo, el capitán Taylor, habla (no al principio al estar herido en la garganta). Manifiesta racionalidad, pensamiento lógico y lenguaje. Por lo tanto, lo humano es el logos, que es tanto razón como lenguaje. Eso hace humanos a los simios y por eso no creen que sean humanos los primitivos, ya que estos no hablan.
Hay otras propiedades muy humanas que los simios han desarrollado. Realizan vistas judiciales, actos religiosos, mantienen relaciones familiares afectivas… Tienen casas, cárceles, se visten… Cazan animales: cazan a los humanos primitivos como si estuviesen de safari, y posan para la foto con aire victorioso con la presa a sus pies. Por otro lado, hay diversas especies de grandes simios: unos mandan y otros son carceleros, o cazadores…, lo que recuerda esas divisiones sociales que se han realizado basándose en características de sexo o raza. En conclusión: los simios de esta película son muy, muy humanos. Incluso andan en posición totalmente erguida.
El planeta de los simios es una película anticuada por decorados y ciertos planteamientos cuando la comparamos con otra película del mismo año, como la ya citada, 2001: Odisea en el espacio. Y la reflexión sobre lo específicamente humano es mucho más pobre si la comparamos con Blade Runner. A pesar de ello, El planeta de los simios funciona por la originalidad del planteamiento argumental. La sorpresa y extrañeza iniciales, tanto de los protagonistas como la de los espectadores, permite imaginar una problemática curiosa: cómo demostrar que los humanos lo son ante quienes se creen verdaderamente humanos. Obliga a pensar lo humano desde fuera, con ojos “extraños”.
Según la película, hay dos especies humanas, igualmente humanas. Lo corporal es muy parecido, aunque la película no entra en la consideración de la importancia de la identidad corporal en lo humano. El carácter humano descansa, como hemos visto, en la capacidad lógica y lingüística, así como en un comportamiento depredador que se extiende a los recursos políticos de ocultamiento y engaño masivos. Los humanos somos como los simios de la película. Son nuestro espejo.
El miedo a la guerra
El capitán Taylor se prestó voluntario para este viaje espacial al estar desencantado con el nivel moral de la humanidad. Espera encontrar algo mejor que el ser humano en otros planetas. La primera escena, donde él reflexiona dictando un mensaje que quiere enviar a la Tierra, y la famosa escena final (famosa con justicia), hacen referencia al verdadero fracaso de la humanidad: la guerra.
¡Dios mío! ¡He vuelto! Estoy en mi casa otra vez. Durante todo este tiempo no me había dado cuenta de que estaba en ella… ¡Por fin lo conseguí! ¡Maníacos! ¡La habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡Os maldigo!
La película es una distopía que imagina un futuro post-nuclear. Las extrañas tormentas, las mutaciones genéticas que han dado como resultado esas nuevas especies de grandes simios, la escasez de población…
El miedo, que hoy vuelve, al uso bélico de las armas nucleares con su inusitada capacidad destructiva estaba muy presente en la época de realización de la película. Estas armas cambian la naturaleza de la guerra tradicional por su poder mortífero masivo. Ante la posibilidad de que una guerra acabe con la humanidad, o sea, con la derrota total de todos, el miedo a que se dé una situación en la que ya no hay vencedores ni vencidos, simplemente porque no hay supervivientes, aflora y se convierte en una vigencia social. Esto puede llevar a la desconfianza sobre la entereza moral de las clases políticas por un lado, y también sobre la condición humana en general.
El miedo y el rechazo a la guerra es el tema de la película, la tesis, aunque la atención se centre en la cuestión antropológica que hemos descrito. A pesar del miedo que refleja la película, el capitán Taylor y su compañera, Nova, una humana “primitiva” (Linda Harrison) aparecen caracterizados como una nueva pareja original de la humanidad, unos nuevos Adán y Eva, sugiriendo la idea de un nuevo comienzo. Algo que se puede interpretar de otra manera: los animales van siempre desnudos si de ellos depende; vestir es lo humano (dejando de lado el lucimiento de actores famosos).
El poder y la verdad
La película, en mi opinión, está llena de tópicos pero, aunque sean lugares comunes, plantean temas interesantes. Otro de esos temas es el oscurantismo. Los poderosos de entre los simios saben la verdad y la ocultan. Con eso quieren proteger y perpetuarse en el poder. En su sociedad existe el delito de “herejía científica” que resume esta situación. Han inoculado el miedo a salir de su territorio hablando de una “zona prohibida” peligrosa, recurso que aparece en películas como Stalker (A. Tarkovski, 1979; reflexión, aquí), o El bosque (M. Night Shyamalan, 2004). El miedo siempre ha sido un recurso de control para el poder.
En la película se produce un enfrentamiento entre los científicos y los políticos sobre la verdad, sobre el deber de investigar, sobre el control de la información… La doctora Zira (Kim Hunter), psicóloga de animales, junto a su pareja, el arqueólogo Cornelius (Roddy McDowall), discuten con el doctor Zaius (Maurice Evans) a lo largo de esta historia.
Hablar de “dogmas científicos” y de “herejías», el control limitador de la información y de la investigación, el recurso a descripciones infundadas sobre el mundo y las demás especies… Recursos muy humanos, otra vez. Es tentación perenne del poder el querer controlar el saber y, llegando al extremo, considerarse como fuente y criterio de verdad. Estas estrategias caracterizan el poder político dominado por el espíritu del totalitarismo.
Como ya denunciaron algunos pensadores del siglo XX, el totalitarismo, además del uso de la violencia criminal y la anulación de las libertades civiles, niega reconocer el carácter humano y personal a muchos individuos de muchos colectivos. El totalitarismo tiene la pretensión de crear una sociedad uniforme basada en una idea parcial de lo humano que se identifica con algunos caracteres abstraídos de “los nuestros”. Imponer esa idea les llevó a matar social/legal y físicamente, negando cualquier derecho y encerrando en campos o matando, a los que no eran de su grupo. Para el totalitarismo, es el poder el que define lo humano, que no es algo intrínseco en cada uno. El poder es la fuente de la verdad. En esta película se retrata con sencillez, este debate perenne entre el poder y la verdad, entre el poder y la conciencia.