El Nuevo Mundo (“The New World”) es una película escrita y dirigida por Terrence Malick en 2005, entre La delgada línea roja (1998; reflexión aquí y aquí) y El árbol de la vida (2011, reflexión aquí). En ella se narra el encuentro entre los ingleses que llegan a las costas norteamericanas en 1607 y los nativos Powhatan. El capitán Smith (Colin Farrell), que llega preso, se enamorará de la hija del jefe de la tribu, Matoaka (Q’Orianka Kilcher), conocida por su sobrenombre, Pocahontas (“traviesa”, “juguetona”). Tiempo después, tras la desaparición del capitán, ella se casará con John Rolfe (Christian Bale). Irá a Inglaterra donde será recibida como princesa en la corte. Morirá joven sin poder volver a su tierra (puede consultarse su historia aquí).
El Nuevo Mundo mantiene rasgos estilísticos propios del autor que tendrán un desarrollo mayor en películas posteriores. La voz en off le da un aire intimista a sus películas al permitirnos conocer a los personajes y adentrarnos en su intimidad. Este recurso no está unido todavía a un montaje que rompe la linealidad de la historia como en Knight of Cups (2015, reflexión aquí) y Song to Song (2017, reflexión aquí). Aquí, la historia se sigue con facilidad.
Siendo uno de los primeros encuentros de los ingleses con poblaciones aborígenes se forjan dos actitudes opuestas. Aunque no quieren ser beligerantes con ellos al principio, la película muestra la visión de los nativos como ejemplo de la bondad natural humana que el Viejo Mundo perdió, encarnada por el capitán John Smith, y, por otro lado, la actitud de dominio que pretende apropiarse de la tierra. Como piensa el capitán:
Mirad más allá de esas puertas. El Edén sigue rodeándonos. Hemos escapado del viejo mundo y su cautiverio. Emprendamos un nuevo comienzo y demos un renovado ejemplo a la humanidad. Somos los pioneros del mundo. La avanzada enviada a tierras vírgenes para abrir una nueva senda…
Estos planteamientos expresan actitudes o anhelos perennes sobre los que merece la pena reflexionar.
El tópico de la Arcadia
El uso de la expresión “fin de la inocencia” está muy ligado a la infancia y adolescencia. Se entiende que la infancia es una etapa de inocencia asociada a un tipo de felicidad que luego ya no será posible. “Déjalo, que disfrute mientras sea inocente (niño/joven), que ya tendrá tiempo para sufrir, para saber lo que es la vida”, decimos. Nacemos y vivimos nuestra primera etapa, normalmente, con una mirada limpia, con una confianza básica (Erikson). Luego aparecen las experiencias negativas de los diversos sufrimientos, de la desconfianza adquirida (sobre la confianza, reflexión aquí).
Este esquema argumental también se ha utilizado en sentido histórico. Para cierta mentalidad moderna, las primeras agrupaciones humanas eran inocentes hasta que fueron conquistadas por otros pueblos que introdujeron sus usos y costumbres y las pervirtieron. La inocencia se entiende aquí como bondad originaria opuesta a una maldad que irrumpe y que la ensucia de tal forma que ya no se puede recuperar. El mal existe y es exterior, siendo su fuerza tan poderosa que la armonía original ya no se podrá recuperar.
Son apacibles, afectuosos, fieles. Carecen de malicia y picardía. No poseen palabras que denoten la mentira, el engaño, la envidia, la calumnia. Ni siquiera el perdón. No tienen celos ni sentido de la propiedad. Lo que creía un sueño era real…
Esta tesis afirma la existencia de una época dorada primigenia que se corrompe. Es un imaginario muy viejo que Virgilio nos presentó en las Églogas, describiendo la Arcadia, tópico literario del Renacimiento y Romanticismo. Esta idea se convierte en clave de lectura de la historia: la humanidad es buena por naturaleza antes de los desarrollos culturales europeos que conquistaron nuevas tierras.
Con el supuesto contacto con el “hombre natural”, constructo racional de algo que nunca existió, los conquistadores creyeron hallar un paraíso. Las descripciones de Cristóbal Colón alimentaron esta idea que se condensó en la del “buen salvaje” que Rousseau hiciera famosa. Todo ello penetra culturalmente en Europa que encontrará en la Polinesia del Pacífico los últimos reductos de un supuesto paraíso a finales del XIX como lo soñó Gauguin (reflexión aquí).
En la película se nos muestra cómo ven a los nativos los ingleses que llegan. Sobre ellos proyectan sus ideas, su experiencia social e histórica. La grandeza y exuberancia de las nuevas tierras, apenas habitadas, les llevó a contraponer ese continente con aquel del que provenían. Respecto del nuevo mundo descubierto, Europa se convirtió en el “Viejo Mundo». El recién descubierto es nuevo para ellos (no para los aborígenes, claro), asociando la nueva tierra al paraíso e interpretando la forma de ser de los nativos como la de una humanidad que todavía apenas ha conocido el mal. Proyectan el imaginario de una humanidad original que vive en armonía, tanto con la naturaleza como entre ellos. Eso es el paraíso.
Las bellas imágenes de una naturaleza sin apenas manipulación humana transmiten esa idea de origen. Y para nosotros, que vemos la película, las vemos acompañadas de una música que ayuda a forjar ese estado de ánimo apacible con el que nos identificamos con el ideal propuesto. La música de Mozart, del Adagio de su Concierto 23 para piano y orquesta acompaña el visionado.
Debemos empezar otra vez. Un nuevo comienzo. Aquí las bendiciones de la tierra están al alcance de todos. Nadie tiene por qué vivir en la pobreza. Hay una buena tierra para todos, sin un precio que no sea el propio esfuerzo. Crearemos una auténtica mancomunidad con el trabajo y la independencia como las máximas virtudes. No habrá terratenientes que nos martiricen con costosos arriendos o arrebatándonos el fruto de nuestro trabajo.
Parece la oportunidad de hacer realidad una utopía. Utopía y Paraíso van a ser dos categorías intrínsecamente relacionadas, al ser la primera la propuesta de la segunda. Tierra, trabajo, riqueza, independencia o comunidad son las cualidades arriba subrayadas. No habrá relaciones de dominio que expropien al ser humano e impidan su desarrollo. Los colonos parecen haber encontrado el mundo de la inocencia perdida y así poder vivir una segunda inocencia. John Smith valora esta inocencia aunque él deje esa tierra para ir a la que considera suya y haga creer a Matoaka que está muerto.
Otros compañeros construyen un fuerte y levantan empalizadas que les encierran y separan, a la vez que les protegen de posibles ataques. Si se instala la actitud de dominio, la inocencia de los aborígenes se corromperá, repitiendo así el esquema del que se quería salir.
El fin de la inocencia
Se asocia bondad originaria, natural, a inocencia. En principio, la inocencia tiene como opuesto propio la culpabilidad. En el ámbito de la acusación, entendemos que es inocente el que no es culpable. Declarar a alguien como inocente es reconocerlo como no culpable de la acusación hecha, por lo que la asociación entre la inocencia y el mal es clave en su significado. Así pues, la bondad originaria es calificada como inocencia cuando se sitúa la bondad en el ámbito del mal que la puede corromper.
“El fin de la inocencia” es una expresión de uso bastante común. Un significado frecuente hace referencia al efecto que produce en el sujeto al toparse con una realidad que no se creía ser tal. Se creía que tal líder político buscaba la justicia y resulta que…; que en la Iglesia todas son buenas personas y resulta que…; que los adultos lo saben todo y siempre actúan bien, y resulta que…. Esta crisis de convicciones y expectativas produce la pérdida de confianza en la bondad de las personas que desempeñan ciertos trabajos. Esto lleva a pensar que se vive en una cierta mentira, con una imagen irreal de las cosas. El mundo y la condición humana son mucho peores de lo que parecía ya que pensamos que todos son mentirosos, que todos buscan su propio interés y que, por lo tanto, no caben ni el altruismo ni la generosidad. El “fin de la inocencia” es, así, la expresión de una decepción que sobreviene tras sufrir “una cura de realismo”. Es el fin de la ingenuidad.
Además de la pérdida de confianza en las personas, esta “caída” se produce en otros ámbitos como, por ejemplo, el mismo hecho de llegar a la edad adulta, el darse cuenta que la sexualidad no siempre está unida al amor, o que los ideales atractivos de tal o cual ideología política no se corresponden con sus prácticas de dominación, por poner un par de ejemplos. Creíamos en los ideales de tal forma que no veíamos o no queríamos ver las malas prácticas realizadas por aquellos que encarnaban esos ideales. Esto pasa mucho en la vida política: “hay que ser pragmáticos”, se dice frente a posturas idealistas. Aunque se puede perder la inocencia pero no la aceptación de la bondad de los ideales, también podemos dejar de aceptar esos ideales ya que no resultan creíbles al ver que tan pocos han configurado su vida según ellos. En estas situaciones, a la decepción del realismo que choca con la visión que se revela como ingenua puede añadirse la conciencia de ser engañado. La pérdida de la inocencia revela una ingenuidad de la que no se era consciente, lo que puede despertar desconfianza.
Aquí se produce una ambivalencia. Caer en la cuenta y ver es mejor que no hacerlo. Es mejor ser realistas que ingenuos. Pero es una ganancia triste ya que se produce una caída, una ruptura, una separación entre nuestras ideas previas y la realidad, una pérdida de confianza en las personas.
Naturaleza y amor
Los pensamientos y actitudes de Matoaka (Pocahontas) transmiten comunión. Comunión con la naturaleza y con los hombres a los que ama. La naturaleza:
Ven Espíritu. Ayúdanos a cantar la historia de nuestra tierra. Tú eres nuestra madre, nosotros tu maizal.
Es la primera frase de la película. La naturaleza de la que forma parte se entiende y vive de manera religiosa. La familia algónquina, como otros tantos otros pueblos del mundo, vivían una religiosidad que unía lo sagrado y la naturaleza. La creencia en el Gran Espíritu/Conexión, Manitou, nos habla de una experiencia numinosa (por utilizar un término frecuente en la ciencia de las religiones), una experiencia religiosa que percibe en la naturaleza la presencia de un poder que toca la existencia de una manera propia, diferente a la meramente utilitaria de la caza o la agricultura, diferente a la artística que puede ver en la naturaleza la fuente de una conexión de la subjetividad con el todo de la realidad.
Ser parte de un todo que sobrepasa, de una naturaleza conectada con lo divino. Una experiencia de unión que chocará con la idea de separación que se experimenta en el “fin de la inocencia” antes señalado. Algo parecido ya se señala al comienzo de La delgada línea roja cuando algunos soldados viven en el “paraíso” de una isla del Pacífico. También aquí se contrapone la naturaleza a la guerra.
La unión de comunión también la vivirá, sobre todo, en ese primer amor con el capitán. Ser uno con él será algo novedoso en su vida y, por lo que parece, también en la del capitán Smith. Su alejamiento provocará un gran dolor en la protagonista.
Vivirá, por lo tanto, dos rupturas. En primer lugar, la separación de su tierra al tener que luchar contra el espíritu de conquista de los nuevos colonos, viendo cómo su tribu es desposeída paulatinamente de la tierra de la que formaban parte. También separación de su tierra al viajar a Inglaterra. Es chocante la extrañeza de alguno de sus acompañantes al ver los jardines reales como experiencia de una naturaleza tan trabajada y tan distinta a la propia.
En segundo lugar, separación de su primer amor que se fue y que ella creería muerto. Un yo amputado por la ausencia.
En fin. El Nuevo Mundo es una bella película que traslada una visión ilustrada sobre el contacto con ese otro tan diferente con el que se encontraron los nuevos colonos. Traslada unos ideales de la época que narra y que conectan con algunos actuales, como es ese reconocimiento de la naturaleza como faro que orienta la sensibilidad humana, tan del gusto de Malick.