El árbol de la vida (“The Tree of Life”) es una película de 2011 dirigida por Terrence Malick. Obtuvo la Palma de Oro en Cannes ese mismo año, entre otros muchísimos galardones. Como ocurre siempre con las películas de este director, hay encontradas opiniones desde su estreno: gusta mucho a muchos y es rechazada por otros tantos. Hay que destacar el papel cocreador de la obra del director de fotografía, Emmanuel Lubezki.
La peculiar estructura narrativa, que se acentuará en obras posteriores como To the wonder (2012), Knight of Cups (2015, comentada aquí), o Song to song (2017, comentada aquí), sigue la estética y planteamientos ya presentes en La delgada línea roja (1998, comentada aquí). Se sale de lo convencional, por los saltos en el tiempo o por la inclusión de imágenes externas a la trama, aunque el argumento se puede seguir con facilidad. Por otro lado, la perspectiva claramente religiosa y reflexiva exige del espectador una forma de apertura, una actitud ante la película, que puede romper con muchas expectativas que tengamos en el visionado.
Sabemos que las expectativas condicionan la forma de ver una película. “Me han dicho que es una peli muy buena”: si las expectativas son muy altas, es fácil que se vean defraudadas. Si no espero una obra reflexiva, y lo que se quiere es descansar y distraerse, ver esta película no satisface ese deseo. Este, y otros muchos ejemplos que se pudieran poner, nombra algo que todos hemos vivido en el cine y en otras tantas cosas en la vida.
El árbol de la vida es una obra que puede atrapar por la belleza de muchas imágenes, por el tono pausado que comunican las diferentes voces en off, etc. Está protagonizada por Brad Pitt (Sr. O’Brien) y Jessica Chastain (Sra. O’Brien) y sus tres hijos en la pantalla. Estamos en Waco (Texas) en los comienzos de los años 50, en uno de esos barrios residenciales de las afueras. Es una familia religiosa: van a misa, los hijos reciben el bautismo y la confirmación. El mayor de los hijos se llama Jack, y es uno de los personajes centrales de la historia (Hunter McCraken de adolescente, Sean Penn, de adulto). El padre es muy severo, autoritario muchas veces; la madre es dulce, callada. Un hecho traumático marcará las vidas de todos, la muerte del hijo mediano, algo que sabremos casi al comienzo de la película.
Las voces en off nos transmiten reflexiones, pensamientos dirigidos a los hijos, oraciones dirigidas a Dios y, a veces, al hermano muerto. Las quejas y preguntas dirigidas a Dios en las que el dolor está muy presente o las reflexiones de la Sra. O’Brien que expresan altos ideales transidos de fe, hacen de esta película una obra religiosa. El mismo título, El árbol de la vida, es una cita del libro del Génesis: es el árbol cuyo fruto alimentaba con la vida eterna y que, junto al árbol del conocimiento del bien y el mal, ocupan el centro del Jardín del Edén. El título también puede hacer referencia a la representación de la misma vida, de sus múltiples caminos a partir de un tronco común. O, pensando en Darwin y la evolución (tema presente en la película), representar en forma de árbol el proceso de la evolución, del proceso filogenético de los seres vivos a lo largo del tiempo.
La gloria de la creación
El Señor respondió a Job desde la tempestad, diciendo: ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia… cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios? (Job 38, 1, 4, 7)
Esta cita escrita abre la película. Los espectadores que sean algo conocedores de la Biblia, al ver la referencia al libro de Job, se acordarán de sus penalidades, del sufrimiento de un hombre justo que ha cumplido la ley y que, sin embargo, sufre infortunios y desgracias de manera creciente. Pasada ya la mitad de la película, hay un momento en que el Sr. O’Brien se lamenta:
No soy nada. Mirad la gloria que nos rodea: árboles y pájaros. Vivía en el pecado. Todo lo mancillé y no me fijé en la gloria. Soy un hombre estúpido.
Es de las pocas veces que aparece en la película, de manera explícita, la noción religiosa de pecado. Él habla de “mancillar”, de ensuciar, forma antigua y epidérmica de comprender la falta religiosa. La suciedad se opone aquí a la gloria, que asociamos al resplandor y a la belleza, a la luz.
“La gloria que nos rodea” es la gloria de la creación, la que manifiestan árboles y pájaros. Son los seres naturales los que hacen ver esta sobreabundancia en la que consiste lo glorioso, la magnificencia de la naturaleza en cuanto que ha sido creada. “Las estrellas del alba”, como decía la cita de Job, alaban. Y lo hacen, siendo lo que son. Las estrellas y los seres vivos muestran con su ser esa lógica de la gloria que manifiesta su ser criaturas. Si nos olvidamos de mirar la gloria y seguir su lógica, somos “estúpidos”. Es la oposición entre la lógica de la gloria y la lógica del pecado.
A veces, las voces en off son pensamientos dirigidos a otras personas. Podemos aceptar que son ideas que han sido dichas a otros en algún momento pero Malick prefiere expresarlo de esta forma intimista. En un momento en el que la Sra. O’Brien dirige sus pensamientos a su hijo, le dice entre otras cosas:
¡Asómbrate!
En el asombro, respuesta afectiva a lo grande y que conserva en sí misma una sensación de sorpresa maravillada, vivimos nuestro estar ante lo real que se manifiesta en su esplendor. El asombro, como nos enseñaron los griegos, pone en movimiento la indagación, y también, como nos enseñó la cultura hebrea, empuja a la alabanza, al himno, acento presente en esta película. En el asombro percibimos que esta grandeza es lo que revela nuestra medida, una medida siempre abierta.
Las bellísimas imágenes del universo y la naturaleza, la recreación en la película del proceso evolutivo y biológico, acompañado todo por una música magnífica, nos permiten disfrutar de una experiencia estética que invita a la contemplación de la maravilla. Estas escenas, algunas de ellas de larga duración, se intercalan en la historia de la familia. Pero, ¿qué tienen que ver con esta historia?
Creo que estas imágenes expresan ese carácter meditativo, reflexivo y tranquilo que está presente en toda la película. En ese sentido, estas imágenes, no solo no rompen el clima emocional, sino que colaboran a crearlo. Pero no se trata solo del clima emocional. Argumentalmente, ¿estas imágenes tienen algún valor?
Intercaladas a lo largo de la película, con una presencia al principio y al final, hay un fragmento largo que está unido a la narración del nacimiento de los tres hijos y su primera etapa de crecimiento. Se unen, por lo tanto, dos “nacimientos”, dos orígenes. El del cosmos, la naturaleza, y el de los hermanos. La asociación es nítida. Se vincula así naturaleza con origen, naturaleza con gloria.
Los dos caminos
Pero en la película la naturaleza tiene un significado opuesto al dicho aquí arriba. Nos dice al principio la Sra. O’Brien:
Las monjas nos enseñaron que hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de lo divino. Debes elegir cuál vas a seguir. Lo divino no busca agradarse a sí mismo. Acepta ser desairado, olvidado. No agrada. Acepta los insultos y las heridas. La naturaleza solo busca agradarse a sí misma y conseguir que otros le agraden. Le gusta dárselas de gran señora. Salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando todo el mundo que le rodea resplandece y el amor sonríe a través de todas las cosas. Nos enseñaron que nadie que amara el camino de lo divino acabaría mal. Yo le seré fiel. No importa lo que suceda.
El “camino de lo divino” es una empobrecedora traducción del “camino de la gracia” en su versión original. Una naturaleza que se apropia de la gloria recibida deja de ser signo de lo divino. Esta oposición tan marcada entre la naturaleza y la gracia guarda resonancias con la oposición que establece San Pablo en la Carta a los Romanos entre la lógica del pecado y la lógica de la gracia. También recuerda la famosa tesis de San Agustín sobre los dos amores: el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, el amor a Dios hasta la negación de sí. Malick expresa la oposición de manera sugerente: entre la soberbia de la que nace la envidia del que no soporta que a los demás les vaya bien, y el amor que resplandece y que acepta el rechazo de aquellos que se irritan cuando ven querer el bien de otros.
La lógica de la retribución
La vida del que sigue el camino de la gracia que se acoge está plagado de dificultades. Eso lo sabe la Sra. O’Brien: habrá momentos en que se exija fidelidad a esta manera de vivir y de ver las cosas. Y esta fidelidad será costosa, plagada de preguntas (puede verse aquí).
¿Crees que no te fui fiel? Señor. ¿Por qué? ¿Dónde estabas? Lo sabías. ¿Quiénes somos para ti? ¡Contéstame! (Sra. O’Brien)
Siempre he estado en sus manos. ¿No es cierto? Esperanza. Mi Dios (…) ¿Qué has ganado con que mi hijo muera? (Sr. O’Brien)
Estas peticiones dolorosas que cuestionan en ese momento la fe mantenida, se intensifican con otro planteamiento añadido muy presente en la película. Es la doctrina de la retribución: si nos mantenemos fieles al mandato, si somos fieles y justos, Dios nos recompensará y nos irá bien en la vida.
Pero en el dolor hay una protesta contra Dios dado el arraigo de la idea de la retribución mencionada que supone que el ir bien o mal tiene carácter de premio o castigo. Vemos predicar a un sacerdote en una misa que dice que no es así, que todos podemos sufrir desgracias. Ya el mismo libro de Job supera esta visión de la retribución. Dado que la idea de retribución tiene mucha fuerza, las palabras del sacerdote son una llamada a aceptar algo que no se acaba de comprender. ¿Dónde está la recompensa por hacer la voluntad de Dios, por comportarse bien? La pregunta se mantiene, sobre todo para los más jóvenes.
Dice el hijo mayor de adolescente tras ver cómo un compañero de juegos se ahogaba:
¿Dónde estabas? Dejaste morir al niño. Dejarás que ocurra cualquier cosa. ¿Por qué yo debo ser bueno si tú no lo eres?
Esta pregunta enrabietada añade un problema al ya planteado. ¿Por qué ser buena persona?, ¿por qué hacer el bien moral con el que muchas veces no conseguimos un beneficio inmediato? Es una pregunta perenne. A esta pregunta se une el pragmatismo del padre que les intenta enseñar que en esta vida hay que hacer contactos, que no se puede ser del todo honesto si se quiere triunfar o, por lo menos, no ser engañado. La vida es así, les dice. Eso contradice lo que oyen en la iglesia los domingos.
Otra clase de retribución parece funcionar en la vida social. Si tú tratas bien de manera calculadora a tus vecinos, ellos lo harán también. Es un juego mutuo de intereses personales. La vida es una competición y conviene llevarse bien.
Frente a esto, la petición y los consejos de la madre:
Te suplicamos. Por mi alma. Por mi hijo. Escúchanos.
Ayudaos el uno al otro. Amad a todo el mundo. Cada hoja. Cada rayo de luz. Perdonad.
Vuelven a salir los dos caminos antes mencionados: ser “listos” si no queremos ser perdedores en este mundo, o el camino del amor, del perdón, de la ayuda. Podría pensarse que los dos caminos son complementarios: ayudarse entre los hermanos y luchar de manera astuta fuera del ámbito familiar. Pero no parece ser ese el sentido ya que les pide que amen a todo el mundo, y el padre reconoce haber sido un estúpido como veíamos arriba.
El camino de Jack
El camino de lo divino, el camino de la gracia, del que hablaba la Sra. O’Brien al principio es difícil de seguir y comprender. La película nos muestra un Jack adolescente muy enrabietado. Su autoritario padre, además de sus incoherencias morales, le perturban. La pobreza y la delincuencia, así como la muerte, le hacen cuestionarse muchas cosas: ¿le puede ocurrir a cualquiera?, le pregunta a su madre. O también:
¿Por qué nuestro padre nos hace daño?
Se dice a sí mismo, en referencia explícita a la Carta a los Romanos 7, 15 de San Pablo:
Lo que quiero hacer, algo me lo impide. Hago solo lo que odio.
A Dios:
Quiero saber lo que eres, quiero ver lo que tú ves.
¿Qué es lo que me enseñaste? Entonces no sabía cómo llamarlo. Ahora veo que eras tú. Siempre estabas llamándome.
En este aniversario de la muerte de su hermano, Jack revisa su vida y ve en ella un proceso de acercamiento a Dios.
Siento que voy dando golpes contra el muro (…) El mundo está al borde del abismo. La gente es codiciosa. Y cada vez peor. Intentan tenerte en sus manos.
Hermano. Padre. Fueron ellos quienes me guiaron hasta tu puerta.
Por qué realizar el bien nos preguntábamos con Jack adolescente. La Sra. O’Brien ve con lucidez la belleza del amor, del bien que merece ser hecho por sí mismo. Solo una vida en la que se ejerce el perdón es coherente con la gloria de la creación, con el deseo último que a todos nos mueve.
No creo que esta película hable del “silencio de Dios” como a veces se dice. Los personajes no expresan que Dios calle, que no escuche. Puede parecer que eso ocurre cuando se olvidan de mirar su gloria y, sobre todo, en el dolor lacerante de la pérdida de un hijo. El camino de la fidelidad a lo divino pasa por la prueba del dolor. Pero la vida tiene en sí misma su propia luz.
El único modo de ser feliz es amando. Si no sabemos amar, la vida pasará como un destello. Sé bueno con los demás. Asómbrate. Ten esperanza.(Sra. O’Brien)
Las imágenes finales pueden decepcionar, pero expresan esa esperanza teologal en una vida sin límites, una vida reconciliada (aunque no aparece la idea del encuentro con Dios).
El árbol de la vida, una gran película, profundamente espiritual, de gran belleza plástica, y que invita a reflexionar sobre temas perennes. Una película con una estructura narrativa arriesgada y diferente, pero que abre nuevas formas de narración en un arte que, como todos, siempre está abierto a la creatividad y novedad.