“Matar a un ruiseñor” (1962)

Matar a un ruiseñor (“To kill a mockingbird”) es una película de 1962 dirigida por Robert Mulligan. Se basa en la novela del mismo título escrita por Harper Lee que tuvo un éxito inmediato en Estados Unidos, y que fue adaptada para el cine por Horton Foote. Fue el productor Alan J. Pakula quien impulsó el proyecto a pesar de las reticencias de las grandes productoras que consideraban la novela poco “cinematográfica” al tener “poca acción”. Considerada una obra maestra tanto por la crítica como por el gran público, es una obra que, 60 años después de su estreno, se disfruta sin que importe el paso del tiempo. Es lo propio de lo clásico, de lo bien hecho. Aunque se perciban rasgos antiguos, el valor de estas películas es imperecedero y no disminuye el placer de verlas. 

Gregory Peck y Harper Lee, la autora de la novela en la que se basa la película. «No pasa un solo día en que no piense en lo afortunado que fui por participar en aquella película», aseguraba el actor en una entrevista concedida en diciembre de 1997 al diario The Birmingham News, de Alabama.

La película cuenta con una narradora que con su voz en off nos va contando, sin excesos en el uso de este recurso, los recuerdos de su infancia, los acontecimientos “emocionantes” que vivió durante un año, de verano a verano, en los años 30 del siglo XX. Ella, “Scout” Finch, siendo niña, junto a su hermano mayor Jem Finch, vive junto a su padre Atticus Finch (encarnado por Gregory Peck), un abogado viudo. En los veranos juegan con Dill, otro niño vecino. Dos serán los acontecimientos más relevantes

  • El querer saber quién es Boo Radley, una persona que no sale de la casa vecina y que vive con su padre, un hombre arisco y violento. La presencia/ausencia de Boo está rodeada de misterio, lo que provoca miedo y curiosidad en los niños.
  • El juicio a Tom Robinson, hombre de raza negra, acusado de violación de una mujer de raza blanca, Mayella Ewel (Collin Wilcox). Será Atticus Finch quien le defienda.

Racismo visceral

La parte del juicio es la más recordada y comentada. Tras la acusación, el juez le pide a Atticus Finch que sea el abogado de Tom Robinson, acusado de violación. La dimensión racial es central en la historia, ambientada en una pequeña localidad del estado de Alabama en los años 30, años de la “gran depresión” que provoca que los blancos sean tan pobres, o casi, como los negros.  

Son varios los aspectos que llaman la atención. Muchos de los vecinos no quieren ver la inocencia del reo incluso al quedar claro que él no ha podido ser. La creencia en su culpabilidad, de hecho, puede no ser importante. Es preferible creer en ella que aceptar, dada la situación, que el padre haya dado una paliza a su hija y, dada la ausencia de pruebas, que haya tenido lugar la violación. Este delito no probado dará justificación a la acusación. 

Según sus parámetros, sería una paliza “justificada”, y la declaración de culpabilidad, un castigo merecido por “ensuciar” a la chica, solo por ser deseado por ella. Si un hombre negro es deseado por una mujer blanca, la mera cercanía física ya “ensucia” a la mujer a los ojos de los demás. La variable del machismo explica este juicio. Si los roles se invirtieran, si fuese un hombre blanco quien se acerca a una mujer negra, estaríamos en otro escenario. El racismo descrito aquí tiene, como siempre, un fuerte componente visceral, somático. Aparece el asco como termómetro moral para algunos.

Atticus Finch (Gregory Peck) y Tom Robinson (Brock Peters). Una escena del juicio en Matar a un ruiseñor (R. Mulligan, 1962)

A pesar de que el abogado ha prestado anteriormente sus servicios con generosidad a estos acusadores, ahora es denostado. El padre de la chica llegará a escupirle a la cara, otro acto físico, visceral. Es este asco, sentimiento físico de rechazo, el que aparece con fuerza en la descripción de esta sociedad. Para los racistas, el asco es expresión emocional de un rechazo social que, a sus ojos, es justificado aunque, seguramente, no sabrían decir por qué. Un asco que les hace ciegos a percibir el carácter personal de los de otra raza. Martha Nussbaum escribió un excelente libro sobre el asco y la repugnancia como sentimientos que influyen, negativamente, en la vida moral: El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley (2004). El racismo consiste en un  “ocultamiento de lo humano”; es un fenómeno de no percepción del ser personal del otro basado en una diferencia percibida como “sustancial”. 

En esta historia, son varios los que muestran una sensibilidad diferente. El sheriff, el juez y, sobre todo, el abogado. Los tres ven como falsa la acusación. El juez le pedirá a Atticus Finch que defienda al acusado a sabiendas de que tal defensa le pueda acarrear el menosprecio de sus vecinos. El sheriff querrá realizar un último gesto de justicia para con el acusado inocente. Los tres tienen que ver con la “ley y el orden”, sistema muy establecido en estas décadas. Pero no pueden vencer el rechazo social del racismo ya que es la representación de la gente del pueblo la  que forma el jurado, quien verdaderamente juzga el caso. 

El juicio adolece de falta de pruebas y de argumentos, lo cual parece invalidar el juicio. Algo sorprendente para la mentalidad actual. El “pueblo juzga” a través de la institución del jurado, pero la formación del jurado, en esa época, es una representación reducida del pueblo, ya que lo componen solo varones blancos. Así las cosas, la acción de la justicia estará viciada de origen, ya que la representación popular no es tal. Para resolver esta anomalía, la misma estructura del aparato judicial debería posibilitar la percepción del ser personal de cualquier acusado para así dificultar el sesgo negativo del juicio de las personas particulares.

La nobleza moral que define el comportamiento de Atticus Finch se hace evidente para nosotros, los espectadores de la película, y para muchos de los personajes de la película. Algunos vecinos y, sobre todo, la población de raza negra, se lo reconocen con un profundo gesto de respeto al final del juicio.

Esta película guarda ciertos paralelismos con una película ya comentada aquí, El largo camino a casa (Richard Peirce, 1990), aunque también hay diferencias notables. Las dos cuentan con una narradora que, ya de mayor, recuerda hechos que marcaron su infancia. En los dos, más en esta segunda, el problema central es el racismo. En El largo camino a casa es la mujer que tiene a la protagonista trabajando en su casa quien despierta a la dura realidad del racismo, apoyando la protesta de los negros con valentía, cuyo punto de vista forma parte de la narración. En Matar a un ruiseñor, el protagonismo lo tienen los blancos: el punto de vista de las víctimas está más silenciada que en la otra película citada, aunque esto no reduce la excelencia del mensaje moral transmitido.

El límite moral: matar a un ruiseñor

Dice Atticus Finch a sus hijos:

Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor.

Es una película vista con ojos de niña. Aunque sea inolvidable el personaje de Atticus Finch, la protagonista de la película es la niña, llamada cariñosamente, Scout, quien de mayor narra la película. No solo se narran hechos que ella vivió, sino que su punto de vista es el de la película, y, con ella, el de nuestra visión de los hechos. La autora de la novela, texto del que la película apenas se separa, se alimenta de su propia biografía y recuerdos, y sabe trasladar su visión a la historia, algo que la película respeta. 

Para Scout fueron grandes acontecimientos los que vivió ese año. Lo emocionante se mezcla con el dolor al ver las injusticias, al ver cómo sufren personas inocentes o cómo insultan a su querido padre. Esa emoción y dolor se mezcla con la admiración por el heroísmo de su padre, por su rectitud. Lo emocionante también es una mezcla de miedo y curiosidad por su vecino, Boo, que no sale de la casa vecina, un enigma “irresistible” para los niños.

La ternura pura de esta niña es conmovedora. La experimentaron los que fueron a linchar al acusado una noche. Más que la defensa heroica del padre en esta situación, será la inocencia de las palabras de Scout la que desarmará a los belicosos vecinos de sus intenciones. Esa inocencia conectará con la del vecino Boo, aquejado de una enfermedad mental, y que tiene también un corazón puro. Un ruiseñor.

Robert Duvall como Boo Radley, y  Mary Badham como Scout Finch, quien fue candidata al Oscar que finalmente ganó otra chica, Pathy Duke, protagonista de El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962).

Es una película de contrastes entre personalidades morales opuestas. La ternura pura de Scout y Boo se opone a la dureza vil de los acusadores racistas, así como se oponen la vileza de estos a la nobleza moral de Atticus, a la inocencia y señorío del acusado Tom Robinson cuya entereza quebrará ante la fatalidad de la situación. Son varios los ruiseñores de esta película.

 

La educación moral

Atticus Finch, “el mejor padre de la historia del cine”. Este elogio se puede leer de manera repetida en diversos comentarios a esta película. Ciertamente, Atticus  combina de manera excelente una serie de grandes cualidades, comenzando por la armonía entre lo que hace y lo que dice, coherencia que hace atractiva a sus hijos la nobleza moral. Uniendo el cariño con la disciplina amable y firme, sabe explicar las razones, aconseja con sabiduría, transige cuando es oportuno, con ideas que moldearán los corazones y mentes de sus hijos y que, a buen seguro, habrán influido en muchos espectadores.. 

Nos dice Scout, la narradora de la película:

Atticus había dicho una vez, que nunca se conoce realmente a un hombre hasta que uno se ha calzado sus zapatos y caminado con ellos.  

Uno de los impedimentos más fuertes en el desarrollo moral de las personas es la incapacidad de salir del egocentrismo. Que el yo sea el centro es lo propio de las primeras etapas de la vida. Poco a poco vamos sabiendo comprender el punto de vista ajeno. Pero este paso de maduración no tiene por qué darse necesariamente ya que, a veces, el cumplir años no lleva aparejada esta apertura al punto de vista ajeno, apertura necesaria no solo para comprender al otro, sino para percibir su carácter humano y personal como comentaba más arriba.

Pero esta apertura no es una mera cuestión intelectual en el ámbito moral. En lo relativo a las acciones y a las relaciones con los demás, la dimensión afectiva y emocional es tan importante como la meramente racional. Esta dimensión sentimental entronca con la experiencia vital. Es certera la imagen empleada, “calzar sus zapatos», lo que apunta al hecho de experimentar y vivir de manera familiar lo vivido por otra persona. A veces comprendemos “de cabeza” pero no participamos de lo emocional porque no hemos vivido experiencias parejas. Es una limitación, ciertamente, pero eso no impide la comprensión del otro aunque sea más pobre por esa falta de experiencia vital compartida. Aquí, la literatura, el cine y el teatro, pueden ser una buena y necesaria ayuda ya que amplían nuestra experiencia de la vida al asistir a vidas posibles, como decía Marías, lo que dilata nuestra experiencia. Es una ampliación imaginativa, dimensión humana básica que pone a nuestro alcance lo posible.

Hijo mío, hay muchas cosas feas en el mundo; me gustaría que no las vieras, pero no es posible.

Bill Walker, en el papel del pastor de la comunidad, en el centro, observando el juicio (Matar a un ruiseñor, R. Mulligan, 1962)

El mal existe. Y el mal es destructivo. Algunos efectos son la falta de confianza en la condición humana, el cinismo ante lo moral, el que los ideales morales pierdan su luz. Los niños de esta película experimentan con crudeza las consecuencias de dos clases de estigmas: el relativo al racismo ya comentado, y el que pesa sobre las personas con enfermedades mentales. Cuando estigmatizamos, aislamos a las personas, sacándolas de nuestro entorno. Pensamos que no deberían mostrarse públicamente, que no deberían actuar como nosotros, divertirse como nosotros, u otros modos de rechazo. Muchas personas en esta película sufren ese aislamiento forzoso. Y a partir de ahí, aislar a los que no estigmatizan. El estigmatizar compartido parece un mecanismo de defensa que si no se respeta, quiebra los sistemas de protección. Es lo que padece Atticus Finch y contra eso lucha. Por supuesto, habrá mal en todas partes, pero no por tener ciertos rasgos (ser negro, tener una enfermedad mental, en esta película).

Queremos proteger a los nuestros del carácter destructivo del mal. Hay “cosas feas”. Y formará parte del proceso de maduración el saber que existen, el ir intentando comprender, el ver su carácter de mal, el afrontar con fortaleza la dificultad que conlleva.

Para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno mismo

Las convicciones son un ingrediente fundamental de la vida moral. Ideas como la dignidad de toda persona tenga las singularidades que tenga, la justicia como aquello que debe regular nuestras relaciones y marcar ideales sociales, la contribución de todos para que nuestro mundo sea mejor en algún aspecto, el valor de la verdad, la libertad… y tantas otras. Esas tesis son principios de nuestros argumentos y decisiones en la vida moral y son contenido principal de la conciencia.  Traicionar esos principios es traicionarse a sí mismo de una manera honda. El dolor que esa traición provocase será indicio de la importancia que reconocemos a nuestro faro moral.

Estas convicciones son principios internos que cada uno tiene o debe ir adquiriendo a lo largo de la vida. Aunque aprendemos a vivir junto a los demás, y la labor educativa es buena muestra de ello, estamos llamados a dirigir nuestra vida, a seguir los dictados de nuestra conciencia, a ser coherentes con esos valores y principios adquiridos a través de nuestra experiencia vital, la reflexión sobre las situaciones y las ideas que se nos transmiten. Esas convicciones hacen referencia a valores que han mostrado su validez intrínseca, no siendo expresiones de meros intereses individuales, sino de aquello que vale por sí mismo.

Somos sociales y adquirimos estos principios en la vida social. Pero lo social tiene su lado negativo. Podemos abdicar de nuestra conciencia y dejarnos llevar por la fuerza de la mayoría forzados por la necesidad de pertenencia, por la defensa de algo que parece estar amenazado ante la presencia de diferencias que son legítimas de suyo pero que las juzgamos como amenazas y, por lo tanto, como malas. 

Si renunciamos a nuestra conciencia, nos traicionamos. No podremos “llevar la cabeza alta”, no podremos vivir bien con los demás ya que nosotros mismos habremos perdido consistencia. Y una persona sin consistencia, no es fiable, no construye sociedad, no sirve de apoyo para otros a no ser que se apele al miedo que todo lo debilita.

Matar a un ruiseñor es una película inolvidable. Su actualidad es perenne así como el dibujo de los personajes. Una gran contribución para la educación moral.

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