Poemas de Jorge Guillén sobre la música

El ruiseñor, pavo real

Felicísimo del pío

(El ruiseñor, en Aire nuestro I, p. 236, de Cántico)

Jorge Guillén (Valladolid, 1893 – Málaga, 1984) es uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. Perteneciente a la Generación del 27, fue profesor en universidades de diferentes países (España, Francia, Canadá, Estados Unidos…). Recibió el Premio Cervantes en 1976 y fue nombrado Académico de Honor de la Real Academia en 1978.

Aire nuestro es el título de su obra poética completa compuesta por varios poemarios que fue publicando a lo largo de los años. Cántico, el primero, que fue ampliando en sucesivas ediciones (1928-1950). Su segundo gran poemario es Clamor, dividido en tres partes (1957-1963), al que le siguen Homenaje (1967), Y otros poemas (1973) y Final (1981). Utilizo la edición preparada por Óscar Barrero publicada por Tusquets en 2008, Aire nuestro, en dos volúmenes.

En esta página ya dediqué una entrada a la visión que el poeta (y músico) Gerardo Diego tenía de la música y que expresó en muchos de sus poemas. Jorge Guillén también la apreciaba mucho, pero su reflexión poética sobre la realidad musical no es tan detallada. Aunque tiene poemas sobre músicos como Debussy o Bach, sus poemas hablan, sobre todo, de la vida y de cómo la música es metáfora adecuada de la plenitud del vivir, tema muy querido por Guillén.

Antonio Martín Moreno redactó un artículo con el título Cartas de Jorge Guillén sobre la música (disponible en la red) en el que detalla el encuentro personal que tuvo con el poeta el 12 de junio de 1978. En este artículo se enumeran los poemas que tratan sobre la música que fueron señalados por el mismo poeta.

Para Guillén, la experiencia que tenemos de la música como oyentes o como realidad presente en la fiesta a través del baile y canto, es una experiencia que expresa la lógica de la vida, la vida plena, en su dinamismo gozoso. Ideas como la de la promesa y su cumplimiento, así como la de la fiesta, están asociadas a la realidad musical. Tras hablar de manera genérica en otra entrada sobre estos temas, paso a analizar algunos poemas.

La música, expresión del ser más

Por los violines

Ascienden promesas.

¿Me raptan? Se entregan.

Todo va a cumplirse.

 

Implacable empeño

De metal y cuerda.

Un mundo se crea

Donde nunca hay muertos.

 

Hermoso destino

Se ajusta al temple.

Todo está cumpliéndose,

Pleno en el sonido.

 

Se desliza un mundo

Triunfante y su gracia

Da forma a mi alma.

¿Llego a un absoluto?

 

Invade el espíritu.

Las glorias se habitan.

Inmortal la vida.

Todo está cumplido.

Guillén compone este poema (Música, solo música, en Aire nuestro I, p. 106, de Cántico) en el que describe la naturaleza de la música con un talante positivo conforme a su visión general del mundo. La música, en este caso, la música “clásica” (violines, instrumentos de metal) tiene carácter de promesa que asciende. Aunque la palabra “promesa” no se repite, sí lo hace, aquello a lo que apunta: su cumplimiento.

En este poema, la promesa no hace referencia al acto de prometer que nosotros realizamos a otros por el que nos obligamos a cumplir nuestra palabra. Aquí se considera la misma realidad, en este caso la música, como promesa que apunta a un cumplimiento, como cuando hablamos de un buen deportista que empieza y que es considerado como una promesa, o cuando vemos los brotes verdes como  signo de una buena cosecha, por ejemplo.

Chagall, the-blue-fiddler-1947

Cuando utilizamos “promesa” en este sentido, oponemos promesa a realidad. Un deportista puede no alcanzar el éxito, la cosecha se puede perder. Lo que ahora es promesa todavía no es realidad. Pero en este poema, Guillén habla de una plenitud, de un cumplimiento no en referencia al llegar a ser, sino en referencia al carácter plenario, a la vez que dinámico, de lo real y de la música. Toda la obra musical es una realidad cumplida.

La realidad de la música es intrínsecamente temporal, sucesiva y, por lo tanto, dinámica. Este dinamismo (compás, ritmo, melodía…) es congruente con lo real en su conjunto y con la vida en particular. Guillén tiene una visión positiva de lo real que se mantiene a lo largo de toda la obra, algo que se mantiene en Clamor y los demás poemarios posteriores. Esa visión positiva y dinámica encuentra en el “brío para ser” que las cosas manifiestan, su expresión acabada. Ser apunta a ser más, ser es la absoluta dicha (ideas comentadas en la reflexión sobre los poemas del despertar, aquí). Más allá I, en Aire nuestro I, p. 32, de Cántico:

Todo me comunica

Vencedor, hecho mundo,

su brío para ser

de veras real, en triunfo

Por lo tanto, el significado de la palabra “promesa” en el poema no es el de un poder llegar a ser en plenitud. La obra entera es algo cumplido y, a la vez, en su dinamismo siempre es anuncio de lo que vendrá, ya que muestra en su desarrollo ese brío, ese ser más que define el ser. No se trata de llegar a un final en el que descansar. Como diría Gadamer de la fiesta, toda la realidad musical, aun siendo promesa, es expresión del cumplimiento en el que consiste la vida, el ser.

Además de la pareja promesa/cumplimiento, Guillén utiliza mucho la categoría de “acorde”. “Acordar”, “llegar a acuerdos”, son categorías sociales que hablan de concertar, unir armónicamente lo diverso. La palabra incluye cor/cordis (corazón) en su entraña, y se usa para mostrar la consonancia (palabra que incluye la idea de sonido) de algo con algo. Guillén utiliza la idea de acorde, propia del mundo musical, como clave para entender lo real en su conjunto, para expresar la idea  del mundo como orden. Un mundo donde la vida y el amor concretan este brío de ser mencionado. Utiliza la música como metáfora de la vida.

Esta visión positiva la matiza en Clamor, donde deja espacio para lo negativo, para el dolor. Como dirá en el primer poema (Aire nuestro I, pp. 551-552, de Clamor)

Acorde primordial. Y sin embargo,

Sucede, nos sucede… Lo sabemos.

El día fosco llega a ser amargo. (…)

Y el dolor por asalto, con abuso,

nos somete a siniestro poderío,

Que desgobierna al fin un orbe obtuso (…)

Y la mañana duele, no se estrena (…)

No todo es positivo. En el ser más de lo real se introduce el dolor “por asalto”, como por sorpresa, y que nos somete con poder. La dicha de ser que define el vivir se encuentra con su contradicción en este dolor amargo. Pero el dolor no será la palabra definitiva para Guillén. Por eso Clamor, aceptando las sombras de la existencia, sigue expresando esperanza. El dolor no es un signo que anule el ser más propio de lo real. Aire nuestro I, pp. 551-552, de Clamor:

Acomete el amor con más arrojo. (…)

La vida, más feroz que toda muerte,

Continúa agarrándose a estos arcos (…)

El acorde a sí mismo no se engaña.

Y cuando más la depresión te oprima,

Y más condenes tu existencia triste,

El gran acorde mantendrá en tu cima

Propia luz esencial. Así te asiste. (…)

La vida es acorde primordial que lo negativo, aunque sea intenso y pertinaz, no anula. Este acorde “ilumina”, como él dice, decir poético más enriquecedor que la evidencia simple de un acorde que “suene”.

Por su propia lógica, a pesar de que nos asalte el dolor, la vida y su ímpetu serán más fuertes. Esa es la confianza esperanzada de Guillén. La vida es promesa de ser más, de plenitud, y por eso es “más feroz que toda muerte”. De esa misma lógica participa el amor con el que afirmamos lo amado que busca su desarrollo. Como dice en el primer poema citado:

Un mundo se crea

Donde nunca hay muertos.

Unido a la vida, la noción de mundo, que Guillén asocia a orbe, orden, cosmos o acorde. Ejemplo de orden es la música de Bach, que describe en uno de los poemas de Clamor, El amor y la música (pp. 826-827 de Aire nuestro I) Las sucesiones de notas de sus obras forman un orden arquitectónico con su “implacable armonía”. Repite la idea de Cántico  ya comentada:

Todo ser llega a ser

Y cumple su promesa

La música de Bach funda un orbe. El poeta pide que escuchemos la música en “este mundo de ruido”. Esta música

Arroja, dice drama,

Los corazones hiende

–Escuchad bien–

y clama.

La música es un mundo que se opone al real, “mundo de ruido”, pero ese mundo musical incluye y expresa el drama. Así lo hace también el cante jondo (Cante Jondo, en Aire nuestro I, p. 1009, de Clamor):

La voz a campo traviesa

De lamentarse no cesa,

Que el mundo ya no es redondo.

La concordancia de la subjetividad y la música

El poeta nos habla de la experiencia del oyente que mientras escucha, sin analizar la estructura musical, se siente raptado, llevado. En la escucha experimentamos la posibilidad de transitar por una especie de espacio habitable al que somos llevados. No porque la música nos lleve a estar en algún lugar imaginario, cosa que bien puede ocurrir. El rapto tiene que ver, como Guillén nos dice, por el sentirse invadido por algo que no aniquila sino, al contrario, por algo que embarga el alma. Se produce, como él dice, un ajuste, una concordancia entre la música y nuestra subjetividad, una concordancia que colma.

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La naturaleza de la música es enigmática. Es una realidad sensible, un conjunto estructurado de sonidos que despierta en nosotros una respuesta emocional, diferente según el tipo de música. La experiencia de plenitud de la que Guillén habla es una experiencia de naturaleza principalmente afectiva como son todas las experiencias de plenitud. Pero aquí, el sentido de aquello que plenifica es algo sensible, no verbalizable, que se resiste al análisis racional. El recibir un perdón anhelado, por ejemplo, es una experiencia que tiene un componente afectivo intenso, pero que está despertado por una relación, una historia que entendemos y podemos contar.

En la experiencia musical nos sentimos a nosotros mismos sintiendo, con sentimientos o emociones a los que somos llevados sin que se den juicios de valor, argumentos, etc. En la experiencia musical el sentimiento es la forma fundamental de acoger el sentido de la música, realidad sensible no proposicional. Podemos imaginar una historia que el mismo compositor pretende narrar y de la que nos ha podido dar indicaciones. Pero el sentido de la música no es literario propiamente. Lo decisivo es que la música es una medida de nuestra subjetividad que queda colmada más allá de nuestras intenciones y proyectos. Somos raptados (Guillén se lo pregunta en el poema inicialmente citado) en una “entrega” que se nos da.

Da forma a mi alma.(…)

Invade el espíritu.

Las experiencias de plenitud, de satisfacción de nuestros deseos fontales, se dan de varias maneras. El arte en general, y la música en particular, nos lleva a experimentar lo sensible y sentimental como algo dotado de una profundidad insospechada. (Todo esto se asemeja a los análisis de Jankélévitch sobre música vistos en esta entrada).

Podemos seguir a Guillén en sus citas de compositores. Además de Bach, destaca Debussy a quien dedica y menciona en varios poemas. Tras nombrar los arabescos, Guillén habla de lo que comunica su música (El amor y la música, en Aire nuestro I, pp. 826-827, de Clamor):

Dirigiéndose a mí (…)

Quiere que yo reciba

La ternura de una largo, lento sí

Cuando ya tanta soledad se inquieta

Esta música también le lleva a paisajes naturales, a follajes frondosos y ríos. Se cruzan dos referencias, por lo tanto: la intangible ternura de un sí que recibe, la imagen descriptiva de una naturaleza a la que se siente transportado. Un doble movimiento de la subjetividad, síntesis de interioridad y exterioridad que va configurando su ser.

En sus análisis poéticos, Guillén nombra una experiencia común de la música no ligada ahora a la imaginación, sino a la memoria. Al volver a oír una música conocida, “ya vieja”, (Una música, en Aire nuestro I, p. 1014, de Clamor):

Que mi antaño más benigno

Surge a trozos de sus ruinas

– ¡Tantas son!– y resucito

Con aquel mundo que fue.

En un breve poema, Guillén también apela al intelecto en referencia a la música. Entre orden y razón hay una afinidad. (Epigramas IV, en Aire nuestro II, de Y otros poemas).

Acorde musical: ser comprendido.

Más que amor se consuma.

Intelecto armoniza con oído.

Felicidad de Suma.

Esta armonía entre música y subjetividad habla de ajuste entre la realidad musical y nuestra interioridad: afectividad, memoria, imaginación, intelecto.

Música y fiesta

Tanto el compás se infunde

Que las formas realza:

No hay quien mejor dibuje.

Ese ritmo es ya línea (…)

(Aire bailado I, en Aire nuestro I, p. 447, de Cántico)

A las parejas responde

Gracia despacio bebida.

Giro a giro van adonde

La vida no es más que vida. (…)

Nada es ahora más sabio,

Nada es más eterno. ¡Fiesta!

(La partida de baile, en Aire nuestro I, p. 732, de Clamor)

Guillén asocia en varios poemas la música a la fiesta y al baile. La fiesta es un tipo de realidad y vivencia en la que la dicha de ser que atraviesa su visión de la vida se encarna de manera plena. En la fiesta se vive un tiempo “eterno”, donde la vida presente jubilosa se diferencia de lo cotidiano, del tiempo como sucesión propia del ámbito del trabajo.

Juan Gris-Bodegón-con-guitarra-1913

Y el baile es una manera excelente de expresar y experimentar la alegría de vivir que encuentra en la fiesta su realización plena. “Giro a giro”, realza las formas siguiendo un ritmo, esencial elemento del baile y de la música. El ritmo se “dibuja” en el baile, traduce a lenguaje especial la realidad temporal del compás, del ritmo y del pulso en la música.

En Clamor se describen diversas formas de baile festivo: un coro de niños que canta (p. 655), unas nadadoras que parecen realizan un baile armónico en el agua (p. 705), la danza de lotos de su visita a Pekín (p. 998). Son poemas escritos tras observar breves escenas. Traduce al lenguaje poemático una sencilla experiencia vital. En La sibila 2, en Aire nuestro II, de Y otros poemas:

En torno a este planeta el hombre teje

Armónica cintura,

Gran triunfo sobre el caos,

Dominio salvador.

La fiesta, como la música, al ser vivencia plena, se convierte en metáfora de la vida y de lo real:

La realidad se transmutaba en fiesta.

Ante el árbol y el hombre aquella hora

Dispuso allí de tales engranajes

Que una música fue (…)

(Naturaleza con altavoz, en Aire nuestro I, p. 289, de Cántico)

 

Música, una de las realidades que colma la subjetividad, con la que se experimenta una plenitud. Música, realidad plenaria, verdadera metáfora de la vida.

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