Durante el siglo XIX se produjeron una serie de fuertes cambios en la concepción y realización del arte de la pintura que culminan en el siglo XX. Son cambios que afectan a la misma concepción del arte de la pintura proponiendo una serie de cuestiones directamente orientadas al debate, como lo es la aparición de la pintura no figurativa que supone un cambio fuerte en la concepción de la pintura y que ya fue vista en una entrada anterior. Señalo otros cambios y giros que configuran la nueva concepción del arte de la pintura.
Tradición y vanguardia
Pertenece al significado de la palabra “vanguardia” el ir por delante de otros, el avanzar y abrir nuevos caminos. Esta palabra pasa del lenguaje militar al artístico. Ser vanguardista, estar a la vanguardia… son expresiones que se han consolidado hace ya mucho tiempo.
El arte huye de la repetición aunque haya patrones, códigos interpretativos vigentes, estilos consolidados. El dar a luz algo nuevo, es una exigencia del mismo arte. Este abrir nuevos caminos se convirtió en una exigencia cada vez mayor derivada de dos características definitorias del quehacer artístico: la creatividad y la libertad. El carácter de originalidad, de invención e innovación es algo propio de toda expresión artística.
Ningún artista comienza la historia del arte. Todos se asientan en trayectorias trazadas. Salvo excepciones muy contadas, todo pintor ha aprendido el oficio en una escuela o taller donde se dan opciones estéticas. Casi todos han valorado positivamente que forma parte del aprendizaje el copiar a los maestros como camino para encontrar el camino personal. No parece posible salir de la tradición de la cual cada uno forma parte. Inevitablemente somos tradicionales en este sentido ya que nos instalamos en una historia de la que recibimos muchas herencias, recursos, formas de responder a las diversas problemáticas, incluidas las artísticas.
En el pensamiento sobre el arte se han presentado a menudo como opuestos excluyentes las dos dimensiones, la tradición y la vanguardia, entendida esta última como innovación radical. Y la razón de la oposición extremada era el papel que se reconocía a la creatividad. Si se es creativo no se puede ser conservador en el sentido de estar cerrado a la innovación. Se ha presentado la tradición como sinónimo de tradicionalismo, conservadurismo, y vanguardia como sinónimo de creatividad e innovación.
Esta asociación de ideas es simplista por lo dicho antes: nadie comienza la historia del arte. Hay que matizar, por lo tanto, esta oposición. Lo que parece cambiante es la concepción de la creatividad artística que ha llevado a actitudes diferentes en la historia de la pintura que van de la continuidad creativa a la ruptura con determinados cánones y la transgresión de los patrones establecidos. El cambio también es social ya que es la sociedad en su conjunto, y en ella, los clientes, quien acepta la idea de que la creatividad artística es libre.
Parece que se ha ido intensificando durante la modernidad (hasta hoy) la búsqueda de nuevos caminos, la concepción de la creatividad como búsqueda de una novedad estilística, hasta el punto de sentir como una exigencia el que cada artista debe crear un un estilo propio que le diferencie de los demás y no lo englobe en una forma común de hacer. Salirse de las etiquetas que la crítica y la historia del arte han ido dando a conjuntos de pintores (realismo, naturalismo, simbolismo, impresionismo, expresionismo…) para hallar un camino del todo personal.
Una de las claves de este debate entre continuidad y novedad es la noción de estilo. El estilo se puede entender tanto a nivel individual (el estilo de Goya) como grupal (el estilo simbolista). Estilo será ese conjunto de formas regulares de hacer que dota a la obra de características identificables y reconocibles. En pintura, la forma de dibujar, de dar las pinceladas, de tratar los temas… Cuando se habla de “naturalismo», de “escuela flamenca” se habla de rasgos que un conjunto de artistas comparten y que la historia del arte sabrá estudiar e identificar.
El dominio individual de todos estos componentes con el que se logra un estilo personal, se une a los rasgos de estilo propio de Escuelas o conjunto de artistas. En cada artista particular se unirán las dos dimensiones: los rasgos estilísticos comunes (“escuela”) se hacen propios. Pero conforme van pasando las décadas y siglos, los estilos de las escuelas se suceden con más rapidez. La aparición de las vanguardias en la historia de la pintura en la segunda mitad del siglo XIX provoca un giro en la historia de la pintura.
Autonomía del artista
Herederas del romanticismo como forma mentis, las vanguardias pictóricas asumen en gran parte algunos de los postulados románticos en los que eclosionan algunas de las trayectorias de la modernidad. La creatividad artística está muy ligada a la idea de originalidad de cada individuo y en el caso del artista, a la idea de genio inspirado, de ser excepcional. Libertad, individualidad, creatividad son cualidades cada vez más valoradas en la práctica artística. Se produce una intensificación de la idea que el artista va teniendo de sí mismo como creador que debe gozar de libertad en el ejercicio de su arte, rasgo ya presente desde el Renacimiento. Aunque todo artista, también hoy, puede recibir presiones de aquellos que encargan (y pagan) el cuadro, el respeto por el hacer del artista, por su capacidad de elección, es muy grande.
Autonomía del arte
Esta expresión admite varios sentidos. Por un lado, indica que el arte no es algo útil, que el ser útil no es la característica principal y, por lo tanto, el arte no está al servicio de una finalidad ulterior de la que dependa. Un cuadro no es un utensilio, no es algo que se usa para otras cosas. Como siempre, habrá que matizar. Las pinturas han cumplido varias finalidades: decorar palacios, iglesias, teatros, calles; ilustrar historias que se proponen como memorables; manifestar la grandeza de los que mandan… Pero no se reducen a ser puro instrumento ya que siempre se les ha reconocido una validez intrínseca, un valor peculiar y muy alto.
Viene a la memoria una estupenda película, El tren (John Frankenheimer, 1964), en la que se narra cómo la resistencia francesa y otros muchos ciudadanos se esfuerzan para que un tren lleno de pinturas no salga de Francia al final de la segunda guerra mundial, cuando los alemanes ya están en retirada. Ante la duda y la perplejidad del protagonista (Burt Lancaster) que se pregunta si unos cuadros merecen tanto riesgo y pérdida, es el maquinista del tren el que en un momento dado da con la razón: en este tren va la “gloria de Francia”, y eso es lo que hay que salvar.
No es un valor de intercambio el que tiene el arte, sino un valor propio. Autonomía del arte, aquí, como validez intrínseca, como negación de su carácter de utensilio, de ser puro medio al servicio de algo.
Ruptura con el realismo
En realidad, el realismo es el sentido dominante en la historia del arte de la pintura entendido como representación de la apariencia de las cosas. Aunque el término “realismo” sea un término sujeto a discusión, sirve porque en esta época aparecen con fuerza estilos pictóricos que aunque sigan siendo figurativos, no reflejan la apariencia de la manera acostumbrada. Hay rasgos expresivos llamativos que suponen un giro cualitativo en el uso del color y de las formas, elementos básicos de lo visible.
Estos cambios, en realidad, amplían la noción de arte realista ya que expresan otras facetas de la realidad al expresar emocionalmente algunos rasgos “invisibles” al ojo humano. Me gusta al respecto el ejemplo del cuadro de Munch, El grito (1893, aunque hay varias versiones). Expresa la realidad de la conmoción de la angustia de una manera que deforma la realidad (que nunca vemos así). Es la realidad emocional la principalmente expresada, no la del paisaje o los rostros.
Ese uso del color y de las formas sí que supuso un choque, una ruptura grande con la tradición “realista” y una transgresión de lo académico. Las Academias de Bellas Artes eran las instituciones en la que se transmitía el canon. Lugares de enseñanza, de concursos con premios, influían en los Salones que exponían las obras nuevas y que daban visibilidad a las obras y sus artistas. Las tensiones entre artistas y el canon académico parecen inevitables y vienen de lejos. El caso de Goya es conocido, un artista que siempre quiso dar vía libre a la invención (sobre todo cuando pintaba o dibujaba “para sí mismo”) convirtiéndose así en el pionero del arte contemporáneo. Un jalón importante fue la creación del “Salón de los independientes” en 1884 en París, donde “no hay jurado ni recompensa”.
El debate sobre la belleza
Unido a esto, se va produciendo una profunda revisión de la idea y papel de la belleza artística. Hay un fuerte debate sobre si las artes deben seguir siendo “bellas” o no. Se convirtió en un lugar común la afirmación de que la belleza no es un valor propio del arte contemporáneo, un valor que deba buscar. Como dice Danto, lo relevante en el arte actual ya no es la belleza sino el significado. Eso parece que se cumple de manera literal en ciertas propuestas artísticas actuales que son discursos con imágenes, muchas veces con una clara finalidad político-moral, y con las que quiere hacer reflexionar al espectador. El mismo Danto cita en la entrevista el Guernica de Picasso, que merece una larga parada en el Museo Reina Sofía de Madrid. ¿Es bello este cuadro?, se cuestiona Danto. Parece ser que hay que responder que no según el tenor de la pregunta.
Dos son las cuestiones que se plantean.
- Si el Guernica de Picasso no es un cuadro bello, pero sí de indudable valor artístico, ¿en qué modelo de belleza se está pensando cuando se hace esta pregunta?
- Y esa pregunta, ¿no se puede hacer del arte anterior? Los cuadros del moralista El Bosco, tan admirados hoy, ¿son bellos? ¿Y las pinturas negras de Goya que hoy están en El Prado, no en la casa particular del pintor?
Este debate sobre la belleza artística requiere una reflexión detallada. Aquí solo quiero recordar que siempre que tratamos con el arte decimos cosas como “me gusta”, “no me gusta” y cosas parecidas. Lo decimos también de los paisajes, de las personas, de los muebles. La belleza que se puede percibir y que nos atrapa no es algo exclusivo de las artes, pero sí parece propio de ellas.
Algo tiene la belleza que impacta en el espectador. Desde la famosísima catarsis de la que hablaba Aristóteles, al placer estético kantiano, afirmadas desde la poética o la estética (otro debate de interés), lo común al hablar de la belleza es hablar del impacto en el espectador. Con el arte se busca provocar un cierto efecto, objeto propio también de la retórica. La tantas veces citada definición de la belleza de Tomás de Aquino, bello es aquello cuya contemplación agrada, subraya el agrado que siente el que contempla.
Cuando estamos ante lo bello hablamos el lenguaje del exceso. Lo bello “atrapa”, “nos embriaga”, “nos deleita”, “nos extasía”, provoca nuestra “admiración”. Lo bello nos saca de nosotros mismos, dilata nuestra experiencia del mundo, nos hace sentir que lo real es más que nuestro deseo y que, a la vez, es nuestra medida anhelada. También hay una belleza serena, que nos aquieta, nos centra. Pero la medida de lo bello no es nuestro deseo o nuestro gusto educado en una cierta tradición estética.
La crítica a la belleza artística es razonable si se afirma que negar la importancia de la belleza es negar el canon del gusto de un grupo social medio de una época histórica dada. Se ha criticado muchas veces que la belleza no es algo a perseguir porque habla de un tipo concreto de gusto, el gusto burgués, que fortalece los intereses de unos pocos. Los cartones para tapices de Goya son muy bonitos y delicados. Pero con este canon de belleza no se libera al arte para ser un mensaje expresivo y crítico, se dice.
Si un cierto canon de belleza se entiende como algo al servicio de intereses externos, el artista será un mero servidor del poder. Liberar la autonomía del artista sería liberarlo de ese canon de belleza para explorar nuevas vías. Pero la negación de un canon particular no tiene por qué suponer una renuncia a la belleza. Puede ser una ampliación de la misma, un abrir nuevas posibilidades expresivas.
La catarsis de la que hablaba Aristóteles también se puede aplicar al gusto. Lo bello a lo que no estábamos acostumbrados puede dilatar nuestra apertura a nuevas formas, puede purificar nuestro ánimo y sacarnos de nosotros mismos. Pero no todo es válido. Existe lo que no es arte o el arte malo. Siempre lo ha habido. No porque se tengan buenas ideas o porque se propongan significados valiosos se es un buen artista.
El debate sobre si la belleza es o no una cualidad propia del arte es, en mi opinión, el debate sobre si el arte debe buscar el agrado que nos saca de nosotros mismos, que nos descentra, u otro tipo de efecto como el pensar y sentir para actuar de una determinada manera. Esto último es lo que buscan la retórica y la educación moral. El arte tiene una dimensión retórica, pero no consiste solo en ser un discurso persuasivo o un discurso conceptual.
¿Ha renunciado el arte contemporáneo a causar un impacto en el espectador? Creo que no, pero en algunas corrientes, busca un impacto mayormente conceptual, no busca el agrado.
La pintura buscará “tocar” la razón y las emociones. Pero su lenguaje no es el de un discurso abstracto, meramente racional. El significado, que lo hay, se transmite a través de la imagen pictórica. Pero, ¿alguna vez no ha sido así? Siempre ha tenido mucha importancia el mensaje (con su significado) que se quería transmitir a través de las imágenes creadas. Las imágenes figurativas “dicen” algo, expresan una identidad, una situación, una historia. Los hacen de manera “realista” o simbólica, o las dos a la vez (que será lo más normal).
La apelación a la razón y a la conciencia que busca Goya con los Disparates, por ejemplo, nos hace ver que el buscar un placer vacuo que adormezca el juicio crítico es algo criticable. Por ejemplo, tuvo su gracia que hace algunos años hubiese una protesta en Estados Unidos contra los museos que exponían obras de Renoir ya que, según ellos, sus pinturas están llenas de una sensiblería que no estaba a la altura de un buen museo. Creo que buscar un mero placer vacío de significado, un puro esteticismo, es algo criticable. Como criticable es el buscar la mera apelación al juicio racional y moral.
Todos estos rasgos mencionados son características nuevas de un arte viejo como es el de la pintura. Las vanguardias han abierto nuevas sendas a la pintura, han ampliado la noción del arte planteando desafíos expresivos y conceptuales. No rompen del todo con la tradición. Lo cual nos recuerda que la tradición no es mera conservación sino transmisión en la que se instalan novedades, algunas de ellas tan rupturistas como las mencionadas.