“Ángeles sin paraíso” (1963). Sobre el saber ayudar

Ángeles sin paraíso («A child is waiting») es una película realizada en 1963 y dirigida por John Cassavetes (1929-1989), director valorado por la crítica y encuadrado en el llamado “cine independiente” (expresión que se refiere a ser “independiente” de los grandes estudios). De hecho, esta película, tercera en su filmografía como director, le causó muchos problemas, entre ellos con el productor Stanley Kramer. A partir de esta experiencia negativa, quiso realizar sus proyectos con una mayor autonomía pudiendo poner así un mayor sello personal en sus películas, tanto en su manera de realizarlas, como en los temas tratados.

A pesar de las intromisiones del productor en esta película que comento, John Cassavetes expone una visión al tratar con delicadeza un tema complicado, difícil. Él no quería que el tono de la película fuese el de un melodrama (las intromisiones vinieron en gran parte por ese lado). Quería ser (y lo es) una mirada crítica al sistema asistencial y sanitario destinado al cuidado de las personas aquejadas de diversos trastornos de desarrollo intelectual, una visión de los métodos que se utilizaban y del débil compromiso público en la financiación de estos centros.

La película narra las actividades en un centro sanitario que trata a sus usuarios de una manera personalista, diferente a lo acostumbrado. El director, el Dr. Matthew Clark – Burt Lancaster-, defiende ideas “modernas” al querer establecer una relación realmente educativa y no tener a los niños y adolescentes simplemente encerrados. Está rodeado de muchas personas que sienten verdadera vocación por su trabajo. La entrega de todos es admirable. La otra protagonista es Jean Hansen (Judy Garland) quien entra a colaborar con muy buena voluntad y sin saber mucho. El tercer protagonista es un niño (Bruce Ritchey) que ingresa en el Hospital y que al sufrir la ausencia de sus padres se encariñará con la citada Jean Hansen. Algunos temas de interés que plantea esta película son el cuidado de la dependencia y el juicio sobre lo que es normal en el ámbito de la salud mental, así como la propuesta educativa en estos ámbitos, sobre la necesidad de aprender a ayudar.

Autonomía y dependencia

La visión que manejamos habitualmente es el ideal de que todas las personas puedan llevar una vida autónoma, el de no tener dependencias indebidas. Cuando se habla de “empoderamiento” o “capacitación” se piensa en la idea de autonomía con el sentido de poder valerse por sí mismo. Cuando se busca desterrar el analfabetismo se piensa no en el mero hecho de saber leer (y escribir), sino en el hecho de comprender textos básicos necesarios para poder tomar decisiones de manera individual basadas en la información contenida en esos textos. Por otro lado, la falta de recursos externos necesarios es un problema crucial en la vida social, ya que la carencia grave de los mismos dificulta esta autonomía. La presencia de personas enfermas cuya afección les dificulta o incluso incapacita para realizar determinadas tareas; la vejez y sus dolencias; los problemas de salud mental que afectan directamente a la conducta de quienes los padecen, son también un claro ejemplo de pérdida de autonomía. Estas pérdidas se sufren en distintos grados, claro está. Del ideal de plena autonomía a la ausencia total de la misma hay muchos pasos.

Burt Lancastaer como Matthew Clark en Ángeles sin paraíso, 1963

El difícil equilibrio entre autonomía y dependencia es una cuestión básica de la vida humana personal y de la vida socio-política. Somos seres frágiles, necesitados de recursos y a los que nos puede fallar la salud y el medio social circundante. Llevar una vida autónoma no es afirmar que el ideal sea tener una vida autosuficiente en la que la referencia a los demás sea superflua. Somos seres orientados a la convivencia, lo que se muestra, entre otras maneras, en el necesitar a los demás y que los demás nos necesiten. La sociedad tiene por lo tanto como una de sus dimensiones estructurales la solidaridad.

Dice en un momento Dr. Matthew Clark – Burt Lancaster- en una discusión:

—Sr. Holland, ¿qué es lo normal? Lo normal es relativo. Si viviéramos en el mundo de Einstein, ¿qué Coeficiente Intelectual tendríamos? ¿Qué mediría antes para decidir su vida? ¿Su C.I. o sus necesidades?

Lo normal puede ser entendido en su significado estadístico. Lo normal sería la media y respecto de esa media se juzgaría lo anormal. Pasa con la pobreza, que muchas veces se mide respecto a la media de la riqueza del país. Como los niveles de riqueza son diferentes en distintos países, la medida cambia. Es verdad que esto, a su vez, es relativo, porque habría que fijarse en otros parámetros de los mismos países: capacidad adquisitiva, cuántas instituciones públicas (educativas y sanitarias sobre todo) hay, y para quiénes son accesibles. Pero la relatividad de la medida de la pobreza se desvanece cuando la pobreza significa pasar hambre, como decía Amartya Sen. En el ámbito económico, la miseria no es relativa, indica un límite. En el ámbito de la salud mental hay trastornos que lesionan de manera grave la autonomía y que exigen ayuda y cuidado para que, en la medida de lo posible, las personas puedan valerse por sí mismos. Si el trastorno es muy profundo, lo normal no es relativo a la media social.

En este sentido el razonamiento, creo yo, incluye algo erróneo. Pero hay una pregunta interesante: para decidir su vida, ¿qué hay que medir? ¿Su coeficiente o sus necesidades? Esta pregunta está hecha a los representantes de la Administración que deciden qué recursos públicos se destinan a financiar estas instituciones educativas. Hacerlo bien es más caro, y los funcionarios ven bien subvencionar, pero manifiestan muchas dudas ante la cantidad exigida. Es una variante de una pregunta crucial que divide a las políticas económicas. Dicho en general: ¿qué hay que tener en cuenta? ¿Los méritos derivados del trabajo o las necesidades? En realidad, dejando simplificaciones de mítines políticos, normalmente aceptamos los dos criterios, aunque el peso de cada uno de ellos puede variar según ideologías. Hay necesidades que más allá de la historia de la vida laboral hay que atender. Europa, en general, ha aceptado este criterio en algunos aspectos, salud y educación principalmente. Por supuesto, esto dependerá de los recursos disponibles. Pero la pregunta es pertinente: ¿cuál es el criterio para la redistribución justa de los recursos públicos? El protagonista afirma en forma de pregunta que el criterio es el de las necesidades.

¿Cómo cuida una sociedad a los suyos más débiles? Es una pregunta cuya respuesta retrata a una sociedad, sociedad que es un sistema de solidaridad donde unos llevan las cargas derivadas de la impotencia de otros. La finalidad de la política sería la redistribución de recursos para satisfacer estas necesidades.

Saber ayudar

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Steven Hill en el papel de padre del niño con problemas. Su mirada expresa bien su pesar y desconcierto. El niño, interpretado por Bruce Ritchey.

Los problemas de salud mental tienen asociado un estigma negativo ya que son dolencias que afectan a la conducta, al comportamiento, a la manera de socializar. En ese sentido, esta película es un acierto pleno al tener como uno de sus núcleos argumentales el problema que tienen los padres de un niño con un trastorno y, en círculo ampliado, el problema que tiene (tenemos) la sociedad en su conjunto. A la dificultad derivada del problema de salud del hijo, se une el desaliento de unos padres que ni comprenden ni aceptan el trastorno, así como el rechazo social derivado del estigma que se añade a su persona. Son muchos los problemas, por lo tanto, que hay que vencer. El cuidado necesario para crear un proceso de aprendizaje está englobado en una convivencia en la que se acepte y valore a su persona, en la que experimenten que son valiosos, en la que se valoren sus logros…

En la película se narran actitudes opuestas a la anterior: las de los educadores ya citados y la forma en la que los miembros de otra familia (madre y hermanos) tratan a su familiar, con naturalidad y alegría.

La labor educativa es una labor muy vocacional. Es frecuente ver a educadores que trabajan mucho y con mucho interés por resolver situaciones personales de sus alumnos. En la ayuda a personas encuentra el ser humano un sentido que le lleva a una dedicación muy generosa. A los educandos se les quiere, y ese amor mueve y sostiene el esfuerzo. Nos recuerda que la actividad tiene sentido aunque haya fracasos, aunque no siempre se consigan buenos resultados.

Jean Hansen (Judy Garland) con sus alumnos, en Ángeles sin paraíso (1963)

En una buena reflexión sobre esta película el autor afirma algo que nos cuesta aceptar: el amor no es suficiente. No es suficiente para los padres a los que esta situación les desborda: no saben cómo manejar emocionalmente esta situación. También es insuficiente para la cuidadora (Judy Garland) que se encariña con el chaval y recibe afecto recíproco. Pero con el cariño se puede ayudar mal. Se trata de alcanzar el desarrollo posible, el empoderamiento, objetivo genérico de todo proceso educativo. Aquejados los educandos de diversos trastornos, esta capacitación requiere de recursos añadidos. Y el saber hacer educativo, siempre necesario, es aquí, con más urgencia, un recurso aún más necesario.

Para ayudar hay que saber ayudar. No basta con la buena voluntad, con la disposición a favor del otro, con el uso de nuestro tiempo en actividades para con otros. Hay que formarse en determinadas destrezas para que nuestra labor sea verdaderamente eficaz con el educando, con el vulnerable. Las dolencias de las que se habla en esta película, los trastornos de salud mental en general, nos resultan muy difíciles a la mayoría. La conducta se aleja de lo que esperamos y eso provoca miedo, inseguridad. Ayudar mal, aun con buena voluntad, es contraproducente además de ineficaz.

Como se mencionaba al comienzo, el director de la película, John Cassavetes tenía una intención diferente del resultado final de la película. Estas palabras que siguen, base para un debate, expresan su visión personal.

La diferencia entre las dos versiones es que la película de Stanley decía que los niños con problemas deben estar en instituciones y lo que mi versión decía es que ​​son mejores, a su manera, que los adultos supuestamente sanos. La filosofía de su película fue: ​​están separados y solos y, por lo tanto, deberían estar en instituciones con otros de su clase. Mi película decía que ​​podrían estar en cualquier lugar, en cualquier momento, y que el problema es que somos un montón de tontos; ese es nuestro problema más que el de los niños. El objetivo de la original que hicimos fue que no había ningún defecto, que no había nada malo en estos niños.

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