“El extranjero” (1942) de Albert Camus (1). El predominio de la indiferencia

Albert Camus (1913-1960) fue literato, periodista y ensayista, encuadrado en el existencialismo. Francés, originario de Argel, ha sido un escritor muy popular en vida y cuenta con un prestigio muy alto en la actualidad. Por sus novelas y obras de teatro le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1957, cuando contaba con 44 años de edad. Novelas suyas son El extranjero (1942), que comento a continuación, La peste (1947) y La caída (1956). Entre sus obras de teatro destacan Calígula (1944), El malentendido (1944) o Los justos (1950). Y entre sus ensayos hay que mencionar, El mito de Sísifo (1942) y El hombre rebelde (1951). Murió en un accidente de tráfico a la edad de 47 años.

Albert Camus

El extranjero («L’Étranger») es una de las novelas más leídas y apreciadas en Francia. Visconti realizó una película en 1967 que sigue fielmente el texto de esta breve novela y que tuvo como protagonista a Marcello Mastroiani en el papel de Meursault.

La obra se divide en dos partes y la acción se desarrolla en Argel. Lo primero que sabemos es que ha muerto su madre, la cual ha vivido sus últimos años en un asilo a ochenta kilómetros de la capital. Meursault se traslada para asistir a su entierro que es descrito con detalle. A la vuelta, nos presenta a sus conocidos: compañeros de oficina, una mujer que quiere casarse con él, algunos vecinos, de los cuales, uno de ellos es un proxeneta violento… En una salida a la playa, matará a un “árabe” (como se le nombra en el libro). La segunda parte de la novela narra su estancia en la cárcel y el juicio en el que se le declara culpable.

La novela está escrita en primera persona; en la película se utiliza la voz en off del protagonista que nos narra la historia. Esta narración comienza en tiempo presente: “Hoy ha muerto mamá”, es la primera frase del libro. Luego utiliza habitualmente el pasado. Pero en otros capítulos vuelve al presente: “Hoy trabajé mucho en la oficina” (comienzo del capítulo III de la primera parte). No son, por lo tanto, una especie de memorias escritas desde el final de su vida, en retrospectiva, aunque algo de ese tono queda. Camus crea la ilusión de ser la novela una especie de monólogo dirigido al lector que asiste a las vivencias del protagonista en el momento presente, pero, a la vez, tiene un tono reflexivo propio de las memorias que realizan una lectura del tiempo pasado desde su final. No hay un “narrador omnisciente” que nos diga que el personaje se da cuenta de esto o aquello, o que no lo hace, que nos cuente lo que siente o sus reflexiones. Al estar narrada en primera persona asistimos a la vida interior del protagonista a la luz de los hechos vitales que él mismo nos cuenta, sus reacciones, sus sentimientos y pensamientos.

Lo que más llama la atención de esta novela es la personalidad del protagonista, su desafección ante muchas cosas que normalmente consideramos importantes, su personalidad, que a veces parece anónima, su apatía. Se ha interpretado esta obra como metáfora del hombre contemporáneo, como expresión del absurdo de la vida. Me gustaría analizar estas interpretaciones al hilo de los problemas que nos plantean las reacciones de los personajes. Utilizo la edición de Alianza/Emecé.

La indiferencia. Trabajo

Camus realiza el retrato de una persona en la que domina la indiferencia ante aspectos considerados generalmente importantes en  la vida: trabajo, amor, Dios…

Meursault trabaja en una oficina. No se entra en el detalle de esa faceta, pero el protagonista nos cuenta una anécdota reveladora. Su jefe le ofrece un nuevo puesto de trabajo en París, y Meursault declina la oferta. El jefe se sorprende por su negativa e intenta argumentar lo bueno que sería el cambio que incluye vivir en París, lo cual se supone que le gustaría ( p.51):

Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto.

Para el sentir común, el ofrecimiento de un traslado a París puede considerarse como una promoción laboral deseable. Además, vivir en París puede considerarse como algo mejor que vivir en Argel. Pero no es difícil de imaginar que si está a gusto no tiene por qué querer cambiar. Vive bien en Argel y no parece aspirar a subir en el escalafón profesional. Ya cerca del final, volverá a decirnos que ama la vida que lleva, modo de vida que sí parece importarle. Pero más allá de ello, no parece haber nada verdaderamente relevante en su vida.

    … había encontrado las más pobres y las más firmes de mis alegrías: los olores del verano, el barrio que amaba, un cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de María (p. 122).

En la oscuridad de la cárcel rodante encontré uno por uno, surgidos de lo hondo de mi fatiga, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de cierta hora en la que ocurríame sentirme feliz (p.112).

Podría pensarse que le interesan las cosas sencillas, que no le mueve el dinero o el prestigio derivado de un puesto profesional superior. Bien puede ser así para muchos. Pero debajo de estos “gustos sencillos” late una convicción más llamativa: nunca se cambia de vida, piensa nuestro protagonista, y si se cambia, esa nueva vida valdrá igual ya que todos los tipos de vida son equivalentes.

Si no se cambia de vida cambiando de ciudad y ganando más, es que se considera que la actitud básica que configura la vida se mantiene, que esos cambios son superficiales. Meursault considera que lo que define la vida es la actitud interior que no considera importantes esas cosas. Qué más da dónde se viva, cuánto dinero ganes. Y por otro lado, aunque se cambie, todas valen lo mismo. Ningún tipo de vida es mejor que otro ya que esas cosas “exteriores” como son el trabajo, el dinero, las relaciones personales… no son importantes.

Se trata de ver ahora qué actitudes manifiesta nuestro protagonista en la novela. El protagonista no desea cambiar, está a gusto con la vida que tiene. No parece que en el horizonte aparezca un modo de vida mejor, más deseable. Ante esta historia, los lectores podemos plantearnos la cuestión sobre qué tipo de vida considero deseable. ¿Qué tipos de bienes son importantes para poder decir que vivo bien? ¿Salud, dinero y amor, como nos dice la vieja canción? ¿La amistad, que es un tesoro, “lo más necesario para la vida” como dice Aristóteles? ¿El reconocimiento, el sentirse útil, tener proyectos apasionantes, la verdad, la justicia, el sentido…? Viene a la mente la famosa pirámide de necesidades de Maslow. El protagonista muestra una enorme indiferencia y apatía. Todos estos bienes ahora enumerados, no forman parte de su horizonte.

Además, hay un pesimismo de base: todas las vidas son iguales, todos los modos de vida son equivalentes. ¿Para qué querer cambiar? Esto choca con el sentir común. No estamos en esta novela  en la presencia de formas de vida míseras, no estamos con cuestiones de justicia social que, por lo demás, sabemos que importaban a Camus. Meursault piensa que no hay modos de vida mejores y peores. En todo este relato suena que existe una especie de necesidad que hay que aceptar, que es mejor renunciar a deseos que son vacuos (y que él no tiene), deseos sobre formas de vida que van más allá de lo básico del “estar a gusto».

La indiferencia. Amor

Por otro lado, Meursault mantiene una relación amorosa con una mujer,  María Cardona.

María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería (p. 52).

Es llamativa la respuesta a María. Está a gusto con ella. Pero ya está. ¿Casarse? Aquí no aparece el tan reiterado “miedo al compromiso” o el rechazo a un contrato de convivencia como es el matrimonio. Si ella quiere, él está dispuesto a casarse. ¿Por qué provoca tanta indiferencia el casarse o no hacerlo? Él es sincero. No ama verdaderamente a María, como se lo reconoce. De hecho, parece un hombre incapaz de amar verdaderamente. Se contenta con disfrutar. No quiere usar a las personas. Simplemente, la vida parece una cosa muy sencilla: vivir gozando, contentándose con pocas cosas, al estilo de la doctrina del hedonismo de Epicuro.

En la primera parte de la novela destaca la presencia de lo físico para describir el estado del protagonista. Se habla de cansancio, calor, sueño, esfuerzo, ganas de beber, estar a gusto… Todo es muy físico en las descripciones que Camus nos relata. No parece que haya más que esto en la vida de nuestro protagonista, que muestra una indiferencia tremendamente llamativa ante bienes superiores como los nombrados arriba.

Esta indiferencia se suma a una pasmosa falta de imaginación vital. Calificar como “pasmosa” esta carencia supone un juicio por mi parte. Considero que la imaginación juega un papel importante en la vida humana ya que con ella consideramos posibilidades vitales, proyectos… No es el caso de Meursault en quien domina el presente.

Nunca he tenido verdadera imaginación (p. 131).

Estaba absorbido siempre por lo que iba a suceder, por hoy o por mañana (p. 117).

La indiferencia. La cuestión de Dios

Otro tema importante que aparece es la cuestión de Dios. Estamos en los años 40 del siglo XX, época en la que esta cuestión está presente socialmente y en el debate cultural. Son dos las veces en las que aparece el tema: dos discusiones que  mantiene Meursault,  con el juez y con el capellán, ambos en la segunda parte de la novela. El capellán le pregunta por qué no quiere recibir sus visitas:

Contesté que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien seguro y le dije que yo mismo no tenía para qué preguntármelo; me parecía una cuestión sin importancia. (…) Quizá no estaba seguro de lo que me interesaba realmente, pero, en todo caso, estaba completamente seguro de lo que no me interesaba (p. 135-136).

Desde el punto de vista del debate cultural, la cuestión de Dios era una cuestión palpitante. La cuestión del ateísmo a veces cobraba forma de debate vehemente. Importaba mucho la respuesta a la pregunta de si hay Dios o no: era considerada una cuestión crucial desde el punto de vista vital. Camus, como intelectual, participaba del debate. Ochenta años después de la publicación de la novela, los juicios sociológicos sobre la presencia de la cuestión de Dios en Europa han cambiado. Ya no es una cuestión palpitante. Hoy se habla mucho de la indiferencia como forma de calificar la nueva vigencia social, teniendo en cuenta que la religión en Occidente tiene una presencia muy débil aunque real. La indiferencia religiosa actual se ha convertido en una vigencia cultural. El protagonista de la novela también manifiesta una indiferencia, pero esta actitud vital atraviesa las dimensiones fundamentales de su vida. En este sentido, es una actitud vital diferente a la actual.

La cuestión de Dios se relacionaba con el modo de vida. Una cosmovisión religiosa incluye una idea de la persona, de sus modos de vida. Muchas veces la presentación de lo cristiano ha sido muy moralista, dejando de lado lo específicamente religioso. Pero en esta novela no se subrayan estos aspectos. Los debates sobre la cuestión de Dios afectan al sentido de la vida. El capellán le dice que sin Dios, y ante la proximidad de la muerte, debería sentir desesperación, cosa que Meursault niega. No siente ningún vacío.

El aburrimiento

Se van viendo diferentes actitudes que definen la personalidad del protagonista: su gran indiferencia sobre muchas cuestiones vitales a las que tradicionalmente se les ha dado importancia; el marcado sensualismo unido a una aparente incapacidad de amor personal (a su madre, a María); un presentismo tal que empobrece la capacidad imaginativa para la vida… Todo esto es visto como carencia desde la manera común de considerar las cosas. Si lo consideramos una carencia, todo esto se podría interpretar como una apatía generalizada fruto de una atrofia del deseo, por una pérdida de sensibilidad para percibir el atractivo de bienes superiores.

Pero no lo ve así el protagonista. Él es sincero, como decía más arriba, no pretende engañar a nadie. Manifiesta de manera repetida un temple de ánimo subyacente: el aburrimiento (un análisis de este sentimiento en este blog, aquí). Por un lado, está a gusto con la vida que tiene. Por otro, todas las dimensiones básicas de la vida planteadas no le interesan, le aburren.

Y todo esto está unido con el núcleo argumental de la novela: mata a una persona y se le somete a juicio, juicio en el que se quiere ahondar en las motivaciones del asesinato. En una primera entrevista con el juez, nos cuenta el protagonista:

Se limitó a preguntarme con el mismo aspecto de cansancio, si lamentaba el acto que había cometido. Reflexioné y dije que más que pena verdadera sentía cierto aburrimiento (p. 81).

Me resulta difícil aceptar esta respuesta. No hay nada de arrepentimiento, no alude a que disparar podría haber sido un acto de defensa. No le entristece haberse convertido en un asesino, ni que otra persona haya muerto. No justifica su acto con ninguna razón fuerte. ¿Cómo puede sentir aburrimiento? El aburrimiento será causado por la propia entrevista con el juez en la que este pretende comprender por qué hizo lo que hizo. No le interesa analizar las motivaciones de sus actos. Nos podríamos preguntar: ¿nuestras acciones tienen consistencia, tienen un significado?

Parece que para Meursault no. Ya lo hemos visto: el trabajo, la relación amorosa con María, el problema de Dios, el valor de la vida de la persona a la que ha matado. Todo le provoca indiferencia, no es posible cambiar de vida, toda forma de vida es equivalente… ¿Es posible una persona real como el protagonista de la novela?

Nada, nada tenía importancia, y yo sabía bien por qué. También él sabía por qué. Desde lo hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no había llegado, y este soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaba la muerte de los otros, el amor de una madre!¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! (pp. 140-141).

Estas palabras están dichas después de que el capellán que le visita en la cárcel (hacia el final de la novela) le diga que tiene el corazón ciego, que rogará por él.  Estas palabras sí le afectan.

Entonces, no sé por qué, algo se rompió dentro de mí (p.140).

Al ser sometido a juicio, el análisis de sus motivaciones y de su conducta se hacen expresas. Las argumentaciones del fiscal a veces son torticeras, el abogado tampoco acierta mucho en su defensa. Ve las reacciones del público, del juez… El estar en la cárcel lejos de la luz, del mar…Todo ello al final causa que, tras las palabras del capellán, rompa la apatía, la indiferencia. Nos comunica a nosotros los lectores sus pensamientos, y en ese grito, aparece la palabra “absurda”.

En una próxima entrada seguiremos reflexionando sobre los temas planteados en esta novela.

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