“El milagro de Ana Sullivan” (1962): la adquisición del lenguaje

El milagro de Ana Sullivan («The miracle worker») es una película dirigida por Arthur Penn en 1962, basada en una historia real. Tiene como fuente principal las memorias de Helen Keller (1880-1968) publicadas en 1903, quien quedó ciega y sorda con diecinueve meses tras sufrir una grave infección de escarlatina. Estas memorias están en la base de un guion escrito para la televisión en 1957 por William Gibson, del cual hizo una versión teatral de éxito, y tras él, el guion de la película. La película está protagonizada por las mismas actrices que en la obra de teatro: Anne Bancroft en el papel de Ana Sullivan, y Patty Duke como Helen Keller, Oscar a la Mejor Actriz y a la Mejor Actriz de reparto, respectivamente, por esta película. La película cuenta con un prestigio crítico y popular altísimo, y está considerada como un ejemplo de película inspiradora de superación personal.

La película narra la historia de Anne Sullivan (1866-1936), una maestra que enseña a Hellen Keller a comunicarse cuando contaba con siete años de edad (aunque la actriz contaba con 15 al hacer la película) y se centra en las primeras semanas de trabajo hasta que Hellen Keller alcanza a comprender la naturaleza de las palabras, de los nombres.

Las memorias cuentan esto de manera muy sucinta en los primeros capítulos. Luego nos relatan cómo aprendió a leer en braille, a leer los labios con las manos, sus estudios… hasta llegar a convertirse en una conferenciante de éxito.  Siendo todo esto muy interesante, creo que es un acierto que la película se centre en la primera etapa, en el alumbramiento del lenguaje en la mente de Hellen Keller. La película tiene una gran fuerza dramática por la dificultad de la relación de la niña con su familia y su maestra, por la difícil situación vivida por todos. Este dramatismo de la película está acentuado al estar rodada en un limpio blanco y negro (fotografía de Ernest Caparros) y  por la presencia de la banda sonora compuesta por Laurence Rosenthal.

Encuentros que cambian

Dicen Hellen Keller en La historia de mi vida:

El día más notable de mi vida fue aquel en que mi maestra, Anne Mansfield Sullivan, vino a instalarse junto a mí. No me canso de admirarme, comparando la triste época anterior con la nueva era que inauguró para mí la llegada de mi maestra. Fue el tres de marzo de 1887, tres meses antes de cumplir yo los siete años.

Hellen Keller y Anne Sullivan, 1888

Hay encuentros que marcan una vida, encuentros con los que comienza una relación personal decisiva en la vida de algunas personas. Es frecuente recordar la fecha de ese encuentro. Cuando se narra esto en retrospectiva, el datar el encuentro expresa la concreción real del inicio de una nueva etapa vital que tiene como clave la relación con esa persona. Es el “día más notable” nos dice Hellen Keller porque fue el encuentro inicial. Un acontecimiento ocasional que puede marcar una vida (un gran premio de la lotería, un accidente de tráfico, una experiencia que provoque una conversión moral o religiosa…) es, en este caso, el comienzo de una relación. La importancia de esta relación se verá con claridad, una vez desarrollados los acontecimientos decisivos. Son estos los verdaderamente importantes. Pero el primer encuentro fue el inicio de algo importantísimo. Por eso su recuerdo está atravesado por una valoración muy elevada.

Sea un hecho ocasional o una relación estable, lo vivido tiene carácter de verdadero acontecimiento para la persona en estas ocasiones. Solemos reservar la palabra “acontecimiento” para nombrar un hecho de gran relevancia, tanto social como personal. Hay acontecimientos históricos con una gran influencia social, y los hay individuales que provocan un giro biográfico en la vida de quien los vive. En este último tipo de acontecimientos algo exterior al sujeto tiene un efecto extraordinario en la vida de la persona. En este caso, la presencia tenaz de la maestra que le ayuda a comprender, va a ser algo decisivo en la vida de Heller Keller, como ella misma reconoce.

La literatura, el cine, la historia, nos dan abundantes ejemplos de maestras y maestros que ejercen una influencia positiva enorme. Es verdad que puede haber una influencia negativa grande. Ahora nos fijamos en esos casos en los que el arte pedagógico es capaz de hacer ver en medio de la dificultad, verdadera clave de un cambio vital. En el caso de esta historia, es un hacer ver intelectual, un comprender el sentido del lenguaje. Otras muchas veces es un hacer ver de carácter moral o religioso, al posibilitar descubrir una verdad o un bien que muestra con fuerza su atractivo y que orienta una vida. Ayudar a ver, ayudar a descubrir la vocación en la que consistimos, como decían Ortega y los personalistas, ayudar a ver la propia valía y las capacidades… son labores nobilísimas que pueden mejorar la vida de las personas de manera incalculable. Sin el encuentro con estos maestros y maestras, tal vez, ese desarrollo no habría tenido lugar. Lo normal, cuando ocurre, como lo reconoce Hellen Keller, es guardar una deuda de gratitud impagable, cuando además, como es el caso, la labor pedagógica aun siendo el cumplimiento de un deber, requiere de un gran esfuerzo de sostenimiento en la dificultad.

En este caso, la labor de Ana Sullivan se encuentra con las ganas de aprender de la niña. Dice Ana Sullivan en la película:

Esa cabecita se está muriendo por saber. Y tengo que aprovechar ese afán de saber.

Sabemos que a los siete años había inventado unos sesenta signos con los que se comunicaba con su familia de manera rudimentaria. Por lo visto imitaba de algún modo lo que tocaba. Pero le faltaba dar un salto importante hacia la abstracción. Antes de ese paso, debía de ser altamente frustrante para todos la comunicación. Ello hizo que fuese teniendo un comportamiento muy arisco, muy “salvaje”, lleno de rabia, con el que se encontrará Ana Sullivan. Helen Keller, La historia de mi vida:

Quedé encantada al sentir los fragmentos de la muñeca rota a mis pies. Mi estallido de cólera no fue seguido por pena ni arrepentimiento. Yo no amaba esa muñeca. En el mundo silencioso y oscuro donde yo vivía no había sentimientos fuertes ni ternura.

Compasión, ternura, disciplina

Palabras de Ana Sullivan en la película:

Señora Keller, la ceguera o la sordera no es el peor mal para Helen, es el cariño de ustedes y su compasión. Entre todos la han criado como a un perrillo faldero, pero incluso a los perros se les educa.

En otra gran película de esta década, Ángeles sin paraíso (John Casavettes, 1962; comentada aquí), ya se trata con lucidez un tema importante: una ayuda bienintencionada puede ser un lastre si no se realiza con eficacia, si no va acompañada de un saber hacer. A veces, el amor no es suficiente. Los padres de Hellen Keller fueron, en general, buenos padres. Querían a su hija, querían ayudar. Pero no sabían hacerlo. La ternura que le mostraban, a pesar del carácter arisco de Hellen, lograba lo contrario a lo que se pretendía, lo que hacía que la frustración de la niña fuera en aumento.

En la película, y muchas veces en nuestro entorno cultural, se hace una crítica fuerte a la compasión. Es un tema controvertido desde hace décadas, al verse el lado sombrío de lo que hasta hace no mucho era considerado un tipo excelente de comportamiento. Se oponen hoy con frecuencia compasión y justicia; en la película, compasión y disciplina. Ciertamente, se puede ejercer mal la compasión, puede transformarse en algo injusto: a veces se ayuda desde actitudes paternalistas, faltando al respeto debido cuando se le provee de un bien necesario a la persona ayudada pero desde una prepotencia o ceguera que comunica que la persona necesitada no es capaz de obrar por sí misma. Es una denuncia justa: la verdadera ayuda consistirá en empoderar, en capacitar; y esta denuncia nos hace ver que los recursos necesarios para actuar de manera autónoma no están a nuestra disposición cuando sí deberían estarlo. Es una denuncia de injusticia ante la desigual distribución de recursos necesarios.

Victor Jory, Inga Swenson, encarnando a los padres de la niña, junto a Paty Duke, en El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962)

Pero aunque esta distribución fuese mejor de lo que es, la ayuda seguirá siendo necesaria dada la finitud y fragilidad humana. Aparecen las enfermedades, el declive propio de la vejez, los accidentes… La ayuda es necesaria dadas las dificultades con las que nos encontramos. Una sociedad se organiza, entre otras dimensiones, para capacitar a sus miembros o prestar la ayuda necesaria cuando aparece la dependencia por declive, por pérdida. No es pensable, ni deseable, una sociedad de átomos autosuficientes. No creo que la ayuda sea cuestionable.

Lo que sí es cuestionable es el ayudar mal, faltando al respeto o haciéndolo de manera ineficaz o negligente. En primera instancia, es esto último lo que hacían los padres de Hellen Keller. No sabían qué hacer: consentían, aguantaban… En esta película el foco está puesto en la dialéctica entre compasión y disciplina. Hellen Keller se volvió muy arisca, violenta, rabiosa.

También corren malos tiempos para la disciplina dado los abusos autoritarios que se han dado, y se dan, en el ámbito educativo. Pero negar el autoritarismo no debería significar negar la exigencia, elemento propio de los procesos de crecimiento. Exigir es mostrar lo valioso que cuesta esfuerzo alcanzar, es mostrar la obligatoriedad de determinadas conductas que son convenientes por sí mismas en cuanto que somos personas, y en cuanto que somos individuos particulares (para ti, X es conveniente aquí y ahora). Esto choca muchas veces con ciertos deseos. El arte de exigir sin llegar a forzar de manera indebida al sujeto, es un arte difícil, pero necesario. Sin exigencia, los procesos de crecimiento se detienen, algo que ya muchos jóvenes echan en cara a sus padres y profesores. Para profundizar en esto puede verse este excelente artículo de José Antonio Marina.

Volviendo a la película: se critica la compasión porque la labor educativa de los padres no ha puesto los límites debidos. Es una compasión que se identifica con la ternura y blandura, lo cual es fácil que pase cuando se piensa en una niña, una hija, que obra de manera violenta sin mayor culpa, como ocurre en esta historia. Pero la compasión no tiene por qué identificarse con la ternura. De hecho, lo mejor sería no hacerlo nunca para evitar problemas. El dolor que me causa el infortunio me puede llevar a sentir ternura por la persona frágil. Pero esa tristeza en la que consiste la compasión no debe estar reñida con la exigencia cuando esta es necesaria; la compasión no debería oponerse a la actitud de retirada que no quiere crear dependencias en la relación de ayuda, etc.

“Se me reveló el misterio del lenguaje”

Son dos las grandes aportaciones pedagógicas que Ana Sullivan. La ya mencionada, referida al saber ayudar, a la necesidad de disciplina. Ella se ve en la necesidad de educar a los padres ya que con su blandura redoblan la ceguera de la hija.

La segunda, la convicción de que la liberación del cautiverio interior en el que vive Hellen Keller se dará cuando comprenda la naturaleza de las palabras, de los nombres.

Patty Duke y Anne Bancroft en El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962). La maestra hace con su mano derecha un signo que designa una letra. Hellen, capta ese signo con su mano izquierda.

El núcleo argumental de la película es la adquisición del lenguaje por parte de Hellen Keller. La convicción fundamental de Ana Sullivan es la necesidad de Hellen de adquirir el lenguaje ya que solo eso le permitirá salir de su cárcel interior. La metáfora de la llave que abre puertas está presente a lo largo de toda la película. Se expresa con claridad la idea de que hay algo que abre, y eso algo es el lenguaje.  Dice Ana Sullivan en la película:

Todo lo que el hombre piensa, siente y sabe lo expresa con palabras, y ellas disipan las tinieblas… Y yo sé, estoy segura, de que con una palabra conseguiría poner el mundo en tus manos. Y bien sabe Dios que no me conformaré con menos.

Helen Keller leyendo un libro en Braille a los diecinueve años. © CORDON PRESS

Gracias al lenguaje tenemos el mundo, somos capaces de pensar en sentido estricto. Con el lenguaje expresamos nuestro conocimiento del mundo: propiamente no hay lenguaje sin pensamiento ya que al hablar expresamos ideas, conceptos. Tener conceptos es la base de nuestra manera propia de conocer.

Hellen Keller ya tenía la noción de signo en su mente. De hecho los inventó para comunicarse. Pero es gracias a la comprensión de lo que es una palabra por la que alcanza a desarrollar el pensamiento abstracto, capacidad que tenía obturada. Dice Hellen Keller en La historia de mi vida:

Un par de días más tarde, ensartaba yo cuentas en grupos simétricos: dos grandes primero, y luego tres chicas, y así sucesivamente. Me equivocaba a cada paso, y miss Sullivan, con paciencia inagotable, me corregía mis yerros. En esto me di cuenta de una equivocación evidente, y, concentrando toda mi atención, me quedé un momento pensativa, buscando la manera en que tenía que haber alternado las cuentas. Miss Sullivan me tocó la frente y deletreó lentamente en mi mano: Piensa. De manera instantánea comprendí que la palabra designaba el proceso que se realizaba en mi cabeza en aquel momento. Por primera vez percibí conscientemente una idea abstracta.

Expresa muy bien que percibió conscientemente una idea abstracta. Ya las tenía. Pero solo con el lenguaje su razón pudo desarrollarse plenamente, adquirir el uso propiamente abstracto del conocimiento racional. No hay lenguaje sin pensamiento decía arriba. También se puede afirmar la idea inversa: no hay pensamiento, razonamiento propiamente dicho, que pueda ser desarrollado con plenitud, sin lenguaje.

El momento culminante de la película, ya hacia el final, narra muy bien lo que la protagonista cuenta en sus memorias.

Caminamos por el sendero hasta la fuente, atraídas por la fragancia de la madreselva que la cubría. Alguien extraía agua y mi maestra puso mi mano bajo el grifo. Mientras el chorro fresco me empapaba una mano, ella deletreó en la otra la palabra “agua”, primero despacio, después deprisa. Me quedé en silencio, fijando mi atención en el movimiento de sus dedos. De pronto tuve una borrosa conciencia, como de algo olvidado, el estremecimiento de un pensamiento que regresaba; y de algún modo se me reveló el misterio del lenguaje. Supe entonces que “a-g-u-a” significaba esa maravillosa frescura que rozaba la mano. Esa palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, la liberó. Aún había barreras, es verdad, pero barreras que podrían eliminarse con el tiempo.

Hellen Keller, c. 1920

La determinación para mantener el esfuerzo por aprender, por enseñar, es un rasgo propio de las dos protagonistas de esta estupenda película. Alcanzar lo valioso a veces pasa por acoger, difícil muchas veces, el don que se nos ofrece. Otras, se alcanza por el trabajo, por la acción mantenida en la dificultad. Cuando se alcanza, ese logro también se vive como regalo, el carácter de don que vemos, en último término, en aquello que ha requerido tanto esfuerzo. Así lo vivieron Hellen Keller y Anne Sullivan.

 

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