Las Meninas es una obra de teatro de Antonio Buero Vallejo estrenada en Madrid en 1960. El título hace referencia, claro está, al cuadro de Velázquez (1599-1660), que está a punto de pintar en 1656. El retrato que Buero hace del pintor es ficticio en muchos detalles. De hecho, esta obra lleva por subtítulo Fantasía velazqueña en dos partes. Puede verse una buena versión de 1974 (Noche de teatro) protagonizada por José Mª Rodero.
Buero Vallejo (1916-2000) quiso ser pintor, y de esa vocación primera queda su amor por la pintura, y por Velázquez en concreto. Sobre su manera de pintar y su modernidad, escribió varios artículos a lo largo de su dilatada carrera (Acerca de Las Meninas – Ínsula 1992-; El espejo de “Las Meninas” – Revista de occidente 1970- entre otros). La figura de Velázquez y el cuadro Las Meninas acompañarán a Buero durante toda su vida. Esta obra de teatro expresa su visión personal de una manera acabada, completa.
Buero imagina un Velázquez crítico con el poder y las injusticias que le sirve para hacer un retrato ideal de una de las referencias básicas de la cultura española del siglo XX. Junto a Cervantes y Goya encarnan en el imaginario clásico español la excelencia del arte y de lo humano, por un lado, y el “problema de España” por otro. Buero hará una obra cuyo interés principal es el realizar una reflexión sobre el presente y no tanto un retrato histórico. Sobre Goya, Buero Vallejo escribió otra obra, El sueño de la razón (1970), y sobre Cervantes puede leerse su discurso en la recepción del Premio Cervantes que recibió en 1986 por el conjunto de su obra.
Los hechos narrados de la obra se desarrollan en Madrid y su corte en el año 1656. Velázquez está en su madurez, con 57 años, y es uno de los pintores de cámara de Felipe IV (1605-1665) que reinó desde 1621 hasta su muerte. En la primera parte se describen rasgos de su carácter, reflexiones sobre la pintura, y aparecen los personajes principales entre los que destacan, además de nuestro pintor, el rey Felipe IV, la infanta María Teresa y, sobre todo, Pedro Briones, un mendigo, alter ego de Velázquez, que le sirvió de modelo (en la historia de Buero) años atrás para su cuadro Esopo de 1638. También se describen las intrigas palaciegas y las envidias con las que se le somete a juicio ante el rey, poniendo a examen su honestidad con ocasión de la aprobación del proyecto del cuadro que se conocerá como “Las Meninas”.
En el drama se nos explica la visión de la pintura y de lo humano y de la sociedad de Velázquez en el contexto de la crisis económica y social de su tiempo. En esta coyuntura, el Velázquez de Buero dará ejemplo de honestidad e integridad moral ya que está dispuesto a perderlo todo por defender la verdad y la justicia. En un texto de 1957 expresa una convicción que está en la base de su retrato velazqueño. El teatro de Buero Vallejo visto por Buero Vallejo, 1957 (texto aquí):
Pese a toda duda, creo y espero en el hombre, como espero y creo en otras cosas: en la verdad, en la belleza, en la rectitud, en la libertad.
Ver en un país de ciegos
Velázquez encarna en esta obra esta convicción arriba señalada. Es un hombre recto, amante de la verdad, la libertad y la belleza. Esta forma de ser destaca en un medio ambiente humano dominado por la mezquindad. Por eso afirma en esta obra:
Tormento de ver claro en este país de ciegos y locos.
El tema del ver será clave en su concepción de la pintura. Ahora tiene un uso metafórico, de fuerte naturaleza moral. Ver las injusticias, no tener una mirada dominada por el interés egoísta, por el ansia de poder que domina en casi todos los que le rodean. Esas miradas interesadas, mezquinas, envidiosas, alimentan una pérdida de sensibilidad moral que les hace ciegos ante la verdad de lo humano, ante la justicia. Esta visión moral depende de la rectitud y honestidad que permitirán desarrollar la lucidez moral. Percibir la injusticia y el sufrimiento provoca tormento. Tormento y dolor por ver el dolor presente, y tormento y sufrimiento por destacarse entre los demás y ser “raro”, objeto de envidias y celos.
Velázquez asociará también la lucidez moral a la percepción de la belleza.
Solo quien ve la belleza del mundo puede comprender lo insufrible de su dolor.
El buen pintor es aquel que está abierto a captar la belleza del mundo, es aquel que ve incluso en tiempos de barbarie, es aquel para quien la luz es elemento central de lo real, luz, como dice Velázquez
que me salva de todas las insanias.
Tal vez esta frase condensa toda la visión que de Velázquez tiene Buero Vallejo. Una visión que quiere proponer a las personas de hoy. Como dijo en el Discurso de recepción del premio Cervantes en 1987:
Siempre podemos y debemos, es claro, tratar de expresar poética y experimentalmente cuanto encierran de prodigioso y enigmático las cosas externas y nuestro propio interior; pero, si tornamos la vista hacia nuestros mayores maestros, en ellos volveremos a advertir cómo supieron sumergirse en las vivas aguas de la imaginación creadora sin dar la espalda a los conflictos que nos atenazan y de los que también debemos ser resonadores.
Debajo de las mezquindades humanas, el mundo es bello. No solo la naturaleza, los paisajes, sino todo lo que es, ya que es el dolor del mundo bello el que se percibe, como afirma. Lo bello, lo pleno, la verdad de lo que es estará muchas veces escondido a los ojos de miradas turbias. Para Velázquez no solo es digno de ser pintado lo noble, lo que tiene brillo social, las personas de poder. Velázquez también pinta mendigos y bufones. Ellos “también tienen alma” como dice en una discusión. Son humanos, y eso es digno de ser pintado para él. La belleza de lo humano nos rodea, solo hay que estar abierto a verla. Y pintando a personas “normales” hace plenamente visible lo que a ojos del mundo dominado por el ansia del poder pasa desapercibido. Igual de retrato es el de un bufón que el de un rey. Los dos tienen la nobleza necesaria para ser un tema digno de ser retratado por un gran pintor.
Buero afirma que hay una estrecha conexión entre la lucidez artística y la lucidez moral. En las dos maneras de ver, la artística y la moral, hay una mirada abierta, hay un dejarse decir por lo real, no hay proyección de lo propio que enturbie el ver. Personalmente creo que hay algo de verdad en esta afirmación ya que en las dos maneras de ver hay una apertura a lo real, aunque el tema parece ser más complejo.
En un libro de la filósofa polaca Alicja Gescinka, La música como hogar, la autora defiende, siguiendo a Jankélévitch, que la música tiene un poder transformador de nuestra interioridad ya que ayuda a estimular la empatía. Ahí reside su fuerza humanizadora (subtítulo del libro). Pero esta tesis tiene que vencer argumentos contrarios que ella misma señala, como es la afirmación de Penderecki que admite que, como mucho, la música puede aliviar heridas, pero no ayuda a crecer moralmente. Penderecki pone el ejemplo de algunos nazis dotados de una sensibilidad musical extraordinaria, lo cual no les ayudaba a ver el carácter humano de sus víctimas. El arte ayudará a forjar la sensibilidad moral, pero hace falta, además, ser buena persona. Es un razonamiento algo circular, es cierto: para ser buena persona hay que ver el bien, y para verlo hay que ser buena persona. Ciertamente, el desarrollo del sentido de la justicia es fruto de un proceso por el cual vamos despertando a la realidad, idea platónica que Buero aplica también como finalidad del teatro.
En una entrada anterior de este blog comentaba ideas de Buero expresadas en un artículo en el que debate con Brecht. La responsabilidad social del teatro, tema central del escrito sería la de ayudar a despertar a la realidad al espectador actual. En Las Meninas, pone como ejemplo a Velázquez, y lo sitúa dramáticamente en posición de elegir entre la verdad y el poder. Si elige la verdad al expresar su juicio sobre la mala situación de España, puede perder el poco poder que tenga. Si elige el poder, elige medrar en la Corte, aunque seguirá sometido al poder superior, y perderá su dignidad moral. El debate entre la verdad de la conciencia y el poder (político o de otra clase) es uno de los grandes problemas de la existencia humana. Es una tensión que a veces obliga a una toma de postura personal con las que ponemos en riesgo nuestra posición social.
Libertad y esclavitud
Ningún hombre debe ser esclavo de otro hombre.(…)
Mala cosa es ser hombre. Casi todos los hombres son esclavos de algo.
En un medio en el que las distinciones sociales son tan netas, sobresale en sus palabras la convicción de que lo humano es lo válido, no la situación social. Y el ser humano es un ser libre que nunca debería ser posesión de otro, esclavo de otro. Son varias las ocasiones en las que esta idea se concreta.
- Con una estratagema del propio pintor, el Rey liberó a Juan Pareja, esclavo de Velázquez.
- Velázquez quiere huir de la consideración de ser criado por ser pintor. Por eso pide el reconocimiento de una hidalguía.
- En el drama de Buero sobresale su relación con la Infanta María Teresa en la que se rompen las etiquetas en el trato para poder hablar como iguales, como amigos.
- Pinta vagabundos y bufones como hemos dicho. Y Pedro Briones, vagabundo en la obra, es aquel en quien Velázquez reconoce la medida de lo humano. “Ahora sé que pintaba para vos” le dice en un momento.
- No sentirse nunca inferior a nadie, como el niño Nicolasillo que grita que no es criado sino niño.
Pero hay un segundo sentido de esclavitud. La esclavitud interior, aquello que nos esclaviza a veces sin saberlo. La libertad dependerá de la honestidad, de la verdad y la justicia vivida, parece decirnos el Velázquez de Buero. No solo las etiquetas sociales ocultan lo humano. También la envidia con la que vemos al otro mal, como enemigo. La mezquindad domina la corte, y la pobreza la sociedad entera. En un contexto social de crisis en la que aparece el hambre, la exigencia de reconocimiento de lo humano, de que el valor a defender es la dignidad y la libertad, queda manifiesto por su urgencia.
El pintar y el ver
Durante el drama, Velázquez y Pedro Briones hacen afirmaciones sobre el arte de la pintura y sobre la manera particular de Velázquez de interpretar la pintura. Velázquez quiere pintar “al aire natural”, lo que recuerda a Lope de Vega (1562-1635) que afirmaba lo mismo del teatro. Por esta manera de pintar se sabe moderno ya que se compara con los antiguos y quiere alejarse de ellos. Si acertáramos a mirarlos de otro modo que los antiguos podríamos pintar hasta la sensación del hueco.
La novedad que él busca a lo largo de su vida se puede resumir en dos ideas presentes en este drama.
- Alcanzar el dominio del arte le ha llevado toda la vida a Velázquez y será el proyecto de Las meninas en el que el pintor quiere mostrar y resumir todo lo que sabe como él mismo dice. En este momento ya tiene claras las leyes del color.
- Quiere pintar tal como se ve. Quiere ser profundamente realista y pintar tal como vemos. Contornos imprecisos, colores que “dialogan entre sí”… son algunos de los detalles que concreta. No pinta las cosas tal como pensamos que son o deberían ser, perfectamente delimitadas, precisas… “Yo pinto el ver” dice Velázquez en esta obra. Es una frase rimbombante con la que quiere expresar este ver corpóreo de las cosas que sus cuadros quieren mostrar, y no hacer una lectura idealizada de lo visto.
Pero Velázquez es también ilusionista. Su ilusionismo está al servicio de la verdad de lo representado, no de su idealización. El mismo Buero Vallejo, en el artículo sobre El espejo de Las Meninas (1970), afirma que el reflejo de los reyes en el espejo no es de los reyes “en persona”. El espejo refleja, según Buero, el cuadro que nosotros vemos desde atrás. Son reyes pintados los que vemos. Es un cuadro que al jugar con la perspectiva de distintas maneras exige reflexión a una mirada atenta. Si Buero tiene razón, ¿a quiénes miran Velázquez y otros personajes? ¿El juego de las perspectivas está también al servicio de pintar lo real tal como lo vemos? ¿Vemos con los ojos o con la razón? En el fondo esta pregunta y otras parecidas son las que nos propone Gombrich en su excelente libro Arte e ilusión (1960) que merece una reflexión aparte.
Un apunte final
Desde el comienzo de la obra se menciona un cuadro que no se ve y que imaginamos: La Venus del espejo, pintada seguramente entre 1649 y 1651. Se nos dice que este tipo de cuadros no debían pintarse, que no debían exponerse. En la obra hay una breve reflexión sobre si la “maldad” del cuadro está en el tema o en la mirada de quien lo ve. Aunque desde el punto de vista argumental ocupe un lugar destacado la referencia a este cuadro, no creo que este tema sea importante en el drama ni en el retrato que de Velázquez quiere hacer Buero Vallejo. Es ocasión para el desarrollo de la intriga. Creo que el tema es la lucidez moral, y el respeto por la igual dignidad de todos. Que, además, sea sometido a juicio eligiendo la verdad antes que el poder, da al retrato que de Velázquez hace Buero Vallejo un aire socrático muy acentuado.