La huella («Sleuth», 1972) fue la última película que dirigió Joseph L. Mankiewicz. Protagonizada por Laurence Olivier (que encarna a Andrew Wyke) y Michael Caine (Milo Tindle), es la versión cinematográfica de una obra teatral de éxito escrita por Anthony Shaffer en 1970.
Es difícil comentar esta película sin desvelar algunos datos importantes de la historia. Supongo que muchos han visto la película. Si alguien está leyendo esto y no la ha visto, es preferible que la vea antes. Siendo una película, siempre es mejor verla que leer sobre ella.
Sorpresas
El origen teatral de la película es bastante claro dada la unicidad de espacio y, con un intervalo que divide los dos actos, la unicidad del tiempo. Es cierto que el teatro puede tener muchos lugares y tiempos donde discurre la historia. Entre el texto y la labor escenográfica y de dirección, puede imaginarse esa variedad de lugares y tiempos apelando al asentimiento del espectador. En esta obra, el lugar es una casa en la que se visitan varias dependencias, y el tiempo de la historia es el tiempo de la representación. Está muy marcada, por lo tanto, esa limitación que está compensada por el dinamismo de la historia llena de giros sorprendentes y diálogos. La película juega con el montaje, muchas veces con planos de corta duración, algo que el teatro no puede hacer. Es sobre todo la historia de sucesivas trampas y engaños la que mantiene el interés.
La sorpresa es uno de los efectos buscados en esta obra. Raphael Baroni estudió la sorpresa (junto a la curiosidad y el suspense) como uno de los mecanismos con los cuales captar y mantener la atención de los lectores y espectadores. Ciertamente, nos agrada que nos sorprendan. No estamos hablando aquí de sorpresas propias de películas de terror, de sustos, sino de que ocurra algo inesperado e ingenioso que haga que la historia no se desarrolle de manera predecible. Si están bien planteadas y resueltas, las sorpresas en el mundo de la ficción son placenteras, nos divierten.
En la vida real a veces decimos u oímos decir, que “no me gustan las sorpresas”. Normalmente se entiende que la sorpresa se vive como inseguridad ya que provoca una inestabilidad que se traduce en tener que tomar una decisión costosa. También es verdad que las sorpresas pueden abrirnos a un modo nuevo de mirar, pueden provocar asombro, o una nueva forma de plantear problemas vitales, un despertar y sentirse vivo.
Por otro lado, hay sorpresas agradables y sorpresas desagradables. Las dos son sorpresas.
Pero en las historias contadas, estas sorpresas que viven “realmente” los personajes (agradables o desagradables) pueden no ser una sorpresa para el espectador, sino un ingrediente de la vida de los personajes. La sorpresa como mecanismo para captar la atención del espectador es, normalmente, agradable para el espectador. Por eso, que nos “revienten” el final de la película no nos hace ninguna gracia, le quita todo el interés a su visionado.
Es verdad que a veces estas sorpresas en las narraciones nos pueden decepcionar a medida que nos vamos haciendo una idea del personaje, una evaluación de la situación que concuerda o no con nuestras convicciones, a medida que va surgiendo un deseo y una expectativa sobre la trayectoria de los personajes… Que al final mueran los protagonistas a los que apreciamos, cuando esperábamos que tuvieran la suerte de salvar el peligro, nos puede entristecer. Me acuerdo de la muerte de Guido (el padre) en La vida es bella (Roberto Begnini, 1997). ¡Tan cerca del final! Es creíble, sabemos que en la vida real sucedieron y suceden esas cosas. Pero en la película, a veces esperamos que no ocurran. Aquí la sorpresa (mi sorpresa) se debió a que estaba viendo una película, y en las películas “ganan los buenos”.
Juegos de humillación
La película La huella juega continuamente con las sorpresas que lo son tanto para el espectador como para los personajes. Dos son los principales protagonistas. Un escritor de éxito de novelas policíacas (Laurence Olivier), un aristócrata obsesionado por los juegos y muñecos movidos por clavijas y botones invita a su casa al amante de su mujer (Michael Caine) y le propone un acuerdo: que parezca que robe sus joyas para así poder costear los caros gustos de la mujer/amante; él se embolsará el dinero del seguro y libre de ataduras estará con su amante. Con este planteamiento inicial, el argumento va dando giros sorprendentes que se suceden hasta el final de la película. Aparece un policía, hay conversaciones telefónicas con otros personajes…
Lo que define la relación que se establece entre los personajes es la ejecución de sucesivos “juegos de humillación”, expresión utilizada por uno de ellos. La humillación es uno de los modos básicos de realizar el dominio indebido sobre las personas. El ser humano será social por naturaleza como acostumbramos a afirmar, pero ¡qué difícil parece ser ejercer bien esta sociabilidad!
La humillación es tanto un acto como un sentimiento. El que humilla realiza un ultraje (acto) al sacar a la luz algo negativo de la persona a la que se quiere humillar con la intención de reírse y de que otros se rían, de que lo sepan para aminorar su imagen ante los miembros del grupo y ante sí mismo. Puede ser un acto del pasado, por ejemplo, que si se hace público, genera una intensa vergüenza. O un defecto, una carencia, una torpeza… Va a depender del contexto social en el que se produzca ya que en él hay una serie de vigencias de prestigios, de lo que se considera una buena imagen social. Poner en evidencia que el otro tiene poco dinero en un ámbito donde todos tienen mucho puede ser humillante, aunque en otro contexto socioeconómico no. El tener poca ropa o no ir a la moda puede producir vergüenza si el grupo valora mucho el vestir…
Poner en evidencia algo negativo que produce vergüenza es un ingrediente esencial de la humillación. La mera vergüenza surge del haber sido visto sin quererlo haciendo algo feo o indecoroso, al mostrarse un defecto que se quiere ocultar, una debilidad que se manifiesta ante lo difícil, algo íntimo que se hace público en un ámbito no querido. Si hay intencionalidad ultrajante en el haber sido visto, surge la humillación.
Es común afirmar (Platón, Kant, Ricoeur) que hay tres deseos que son fundamentales en la vida humana: el deseo de tener posesiones, el deseo de poder sobre el entorno y sobre los otros, y el deseo de valer ante otros y ante sí mismo. Este deseo de valer es deseo y necesidad de reconocimiento por parte de los demás, es querer tener un buen nombre, una buena fama, el querer dar una buena imagen ante otros. La calumnia, por ejemplo, siempre se ha considerado algo muy grave. Es una forma fundamental de negar la existencia social al anular el prestigio y/o el reconocimiento necesario de la dignidad, no solo la ligada a los cargos o prestigios, sino en el sentido básico de dignidad humana. La humillación busca herir, ensuciar, falsear la imagen ante los demás y ante uno mismo.
Es el camino más corto para llegar al corazón de un hombre (…) descubrimos enseguida su auténtico valor.
Esto dice Andrew Wyke, el escritor en la película. En realidad esta frase retrata a quien la pronuncia. Lo que busca es “medir” la dignidad midiendo la valentía sometiendo a su víctima a una situación insostenible, como si solo la valentía fuese la fuente de dignidad y no el mero hecho de ser persona.
La humillación es una emoción tremendamente dolorosa, lo que revela la importancia y el peso del deseo de valer. Podremos tener poco, pero queremos que al menos nos respeten. Tendremos poco poder o posesiones, pero si mantenemos el prestigio moral que nos permite “ir con la cabeza bien alta” nuestro ser-ante-los-demás no sufre menoscabo.
Normalmente la humillación se ejerce ante espectadores, en un ámbito social. El que otros vean el acto humillante intensifica el sentimiento de vergüenza si se ríen o incluso si callan, lo que les convierte en cómplices del acto. Si despierta indignación, en cambio, la humillación sentida se dulcifica al sentir cierto amparo. Esto no ocurre en la película en realidad, ya que los personajes están solos y eso nos hace ver que el que haya espectadores es una variable digna de tener en cuenta, pero no esencial. La humillación sentida afecta a la imagen propia ante uno mismo.
Una falsedad propia de la vivencia de la humillación es que todos, la persona humillada y los espectadores, consideren que el rasgo negativo hecho público defina a la persona humillada. La humillación recordada por otros puede despertar hilaridad, lástima, rabia… Es un mal que se perpetúa al reducir a la persona a un rasgo que, además, puede estar muy mal juzgado, puede ser una deformación de la realidad debida a una intención cruel.
Esto desvela que otro ingrediente de la humillación (además del ultraje/vergüenza) es el juicio de injusticia del acto: el ultraje por sí mismo es injusto, la reducción de nuestro ser a una característica, también lo es.
Es habitual que la humillación genere una gran ira y unas fuertes ansias de venganza. Al ser una vivencia tan intensa y que toca nuestro yo de una manera tan íntima, puede provocar el deseo de esconderse, de que los demás no me vean. Pero el deseo de venganza contra el autor de la humillación, y los espectadores que se suman si los hay, podrá ser muy fuerte. De hecho, pueden convivir los dos sentimientos, los dos deseos: el de esconderse, y el resentimiento que va alimentando el deseo de venganza.
En La huella, los diversos juegos de humillación se presentan como venganzas por humillaciones previas. Se puede citar lo que aparece desde el comienzo: la humillación ligada a la clase o estrato social. El rico se siente humillado porque el amante de su mujer sea de clase “popular”, un peluquero de origen italiano. Si el amante fuese rico, nuestro protagonista viviría esa situación de manera diferente. Y el peluquero, el joven, alimenta un resentimiento que viene de lejos: su padre “siempre jugó a perder” trabajando mucho sin salir de pobre para que los ricos pudiesen vivir esa vida. Y ya es hora de “jugar a ganar”.
Esa dimensión social de la humillación es un tema al que últimamente se está prestando mucha atención, que en los últimos años se está estudiando (por ejemplo, aquí). Se reconoce la importancia de la humillación a nivel social y político cuando los sujetos humillados son pueblos, países, grupos sociales. A ese nivel, el deseo de venganza también asoma con fuerza y explica muchas dinámicas. El referente moral más claro en esta situaciones es la dignidad humana.
Actitudes vitales básicas
Otra realidad muy presente en la película son los juegos. Juegos de mesa, puzzles, disfraces, muñecos que responden y asustan, crucigramas, dianas… Toda la casa del hombre rico está llena de cachivaches…
Son juegos de ingenio, difíciles, solitarios. Es una pasión para Andrew Wyke, el escritor, que le lleva a que su forma de vivir y tratar a los demás tome la forma de un juego de ingenio donde muestra su superioridad. Tiene, como se dice también en la película, un enorme “talento de hacer de la vida una charada”, frase que describe bien su visión de la vida: una charada, un pasatiempo ingenioso tratando de manera frívola las relaciones sociales, la vida misma.
El resentimiento que alimenta el peluquero, Milo Tindle, se desborda en la venganza última donde es más importante ganar que vivir cuando se interpreta que vivir es vivir perdiendo.
Final
“Humillación” proviene de humus, tierra. Lo que está a nuestro pies, abajo. Humillar es abajar a otro. Cabe una forma reflexiva: humillarse ante otro. Cuando se ha instalado socialmente la idea de la común dignidad de todos los miembros de la especie homo sapiens, humillarse se juzga de manera acertada como algo indebido. Puede traerse aquí a colación la diferencia entre ser servicial y ser servil. Ser servil es humillarse, tratarse mal, de manera indigna. Se puede ser servicial sin ser servil, sin comprometer la dignidad propia. Es una distinción análoga a la diferencia entre humillarse de manera indebida ante otro y ser humilde al reconocer que los logros que cada uno alcanza son mezcla de trabajo y de don (aptitudes naturales, recursos sociales…). Reconocer que otros tienen capacidades más altas que las mías para hacer determinadas cosas no debería ser una humillación indebida (aunque algunos lo puedan sentir así), como no lo es que te compadezcan, siempre y cuando no vulneren con su maltrato la dignidad propia.
En fin, creo que es una película muy entretenida, de factura excelente, y que nos invita a reflexionar sobre temas y actitudes básicas de la vida humana. Sobre esas actitudes que están en el fondo de nuestros actos, sobre esas ideas de reconocimiento social que influyen en nuestras decisiones.