En enero de 2015, tuve la suerte de poder ver la representación de uno de los clásicos teatrales del siglo XX en el Teatro María Guerrero. Se trata de la obra de Eugène Ionesco (1909-1994), Rinoceronte, escrita en 1959, y dirigida en esta ocasión por Ernesto Caballero. Hace pocas fechas la he podido volver a ver en la plataforma Teatroteca. El Cuaderno pedagógico y una buena crítica son de interés.
La obra cuenta el proceso de metamorfosis que sufren los habitantes de una localidad de provincias (sin nombre): se convierten en rinocerontes. De un caso aislado al principio, la obra nos narra el proceso de transformación colectiva hasta el punto de que el protagonista es el único que se mantiene como humano ante la barbarie. Las dudas y reflexiones de los personajes atraviesan toda esta difícil situación.
Fábula teatral
Una de las cosas que hacen atractiva esta obra es el hecho de que la metáfora empleada es muy potente: es clara, se comprende con facilidad. Hay, por lo tanto, una actividad de pensamiento que acompaña la contemplación de la obra: se entiende lo que pasa, se piensa en uno mismo, se piensa en situaciones a las que se podría aplicar… Por supuesto, el rememorar la obra, el pensarla después, enriquece la reflexión hecha “en directo”. Otro ejemplo parecido y familiar a la obra de Ionesco es la famosa novela de Orwell, Rebelión en la granja (1945).
Estas obras tienen carácter de fábula. La RAE la define así en su primera acepción:
Breve relato ficticio, en prosa o en verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales, y otros seres animados e inanimados.
Estas obras referidas son fábulas teatrales. Y lo que le da este carácter no es la referencia animal (que en los dos ejemplos se da y en tantas fábulas clásicas), sino que la trama entera sea una metáfora clara orientada a hacer pensar.
Hay una verdad humana expresada en Rinoceronte. La hay en muchas obras de arte donde lo humano sea tema. Las buenas fábulas, en su aparente sencillez, expresan verdades universales humanas relativas a la forma de vivir, de actuar. Podemos sumarnos a movimientos colectivos, masificarnos. Esta tesis de Ionesco en esta obra es una posibilidad humana, un peligro, siempre real. En la época en la que fue escrita la obra el peligro (y realidad) denunciado es el sumarse a movimientos políticos fascistas, totalitarios… Ir con la mayoría, no contestar. Este peligro, en su estructura, es un peligro perenne. De ahí la universalidad del mensaje, su valor perenne.
Que el protagonista, Berenguer, no sea descrito como un héroe, sino como una persona muy normal, con sus dudas… nos permite identificarnos mejor con él. Va haciéndose consciente de la gravedad de la situación: al principio negaba la importancia del hecho (como tantas veces hacemos). Y luego resiste, lucha, pero con dudas. Negarnos a nosotros mismos, masificarnos, vivir como no humanos al aceptar unas ideas a las que nos sumamos por distintas razones (miedo, atractivo, sed de poder…) ¿tan malo es? Por otro lado, ¿qué es lo que está en juego para que estemos dispuestos a perderlo todo si resistimos y nos encontramos solos al final?
Dirigida a la reflexión
Me parece, por lo tanto, que una de las riquezas de esta obra, es que se trata de una pieza dirigida a la reflexión. Y es verdadero teatro, no un libro de filosofía, no es una clase. El placer de comprender, de ser iluminado por una presentación de las cosas humanas que hace ver es una dimensión de este arte de palabras, como es el teatro. La apelación a la razón discursiva, analítica, es propia de este arte, y se da de una manera más fuerte en un determinado género de obras como la que nos ocupa. Este Rinoceronte es un “teatro reflexivo”: la misma obra es una reflexión que invita a contemplar reflexionando y da que pensar.
Esa es la intención última del autor: que no nos olvidemos del carácter crítico de la razón. El hacernos pensar es el método para recordarnos que esa misma es la tarea perenne encomendada si no queremos abdicar de lo humano. Y lo hace sin ser profesoral, sin ponerse por encima como un iluminado que nos haga ver a los ignorantes (que es justo una de las cosas que quiere criticar Ionesco). Te invito a pensar este tema, te propongo esto. Tú verás. No esa actitud paternalista (y despótica) del que nos indica algo así como “yo soy el único que lo ve, piensa como yo, no pienses por ti mismo sino lo que yo pienso, solo así te irá bien”.
La mala fama de la ideología como forma falsa de pensamiento viene de esta manera despótica de presentarse. Un pensamiento ideologizado es un pensamiento pobre, que sigue consignas y no argumentos, es un pensamiento sin convicciones personales. Y las consignas las dictan unos pocos, y se difunden (propagan) con propaganda. La propaganda en este mal sentido de la palabra, sería ese modo de comunicar mensajes simplistas, orientados a la aceptación ciega, muy emocional y nada discursiva.
Daría el siguiente consejo a los hombres: que sean capaces de pensar por ellos mismos y que elijan a las minorías, no a las multitudes (las citas están entresacadas de este interesante artículo de Guadalupe Arbona).
Metamorfosis
El uso del recurso de la metamorfosis en la literatura es relativamente frecuente. El ejemplo más famoso, es el de Kafka (1915). En la literatura clásica la referencia es Apuleyo con El asno de oro.
Hay una familiaridad con el mundo animal (somos animales) que permite ver las semejanzas con facilidad. Somos parecidos en muchas cosas. Pero las semejanzas que se usan en las metáforas son de índole simbólica: determinadas características de los animales sirven para expresar características emocionales y morales humanas. La dureza de la piel del paquidermo expresa con nitidez, la dureza personal, de
carácter, el no ser permeables, el estar cerrados…
Y unida a esta familiaridad está la extrañeza, la diferencia, la distancia. ¿Cómo se viviría lo humano en otra forma animal? Ionesco y Kafka realizan este ejercicio de imaginación, pero lo realizan de manera diferente: en Kafka se narra la conciencia humana que vive la extrañeza en el cuerpo del gran insecto, y en Ionesco, se pierde lo propiamente humano no solo siendo rinoceronte sino en el paulatino proceso de transformación, donde el ser humano se acomoda a vivir de otra manera.
En Kafka es una iluminación: una nueva toma de conciencia de lo humano que se juzga como ocultada en realidad. Me doy
cuenta de lo poco humano que soy cuando dejo de serlo (sufro una transformación) y así veo cómo los demás viven de manera no humana sin saberlo (ellos son los insectos en realidad).
En Rinoceronte el ser humano participaría de las propiedades del animal, y lo humano tiende a modificarse hasta llegar a la anulación, la desaparición. Es el símbolo de una dejación, una abducción, una abdicación.
En los dos casos hay un personaje clarividente que ve la ocultación de lo humano. Pero la metamorfosis significa procesos diferentes: es ocultación (Ionesco) o iluminación (Kafka).
La metamorfosis se convierte en la metáfora, en el recurso para hablar de lo humano cuando este carácter se le oculta al hombre. Son pocos, o uno solo, el que lo ve, el que es consciente del proceso, de la transformación. Pero ¿quién se entera del mensaje del clarividente? Nosotros, los lectores, los espectadores. Pero nos puede pasar como a los demás personajes de estas obras: que no lo oigamos.
Política y metafísica
La interpretación habitual de esta obra es política. El mismo Ionesco tenía en mente a los Guardias de Hierro de Rumanía. Los movimientos fascistas, los totalitarismos alemán o soviético, tuvieron hondas repercusiones sociológicas hasta tal punto que las consecuencias tuvieron un calado antropológico. ¿Cómo influye la propaganda masiva en la interpretación de lo humano, de mi ser ciudadano? Si a la propaganda se añade el miedo a no ser como los demás porque entonces te castigan, las presiones de tus familiares… Havel lo sintetizó muy bien en el extraordinario análisis de El poder de los sin poder: lo que se logra con toda esta mezcla de propaganda y miedo es el estar obligados a “vivir en la mentira”.
El peligro de perder espíritu crítico, de la masificación, de manipulación ideológica, es perenne. Dejarnos engañar, ser engañados, manipulados, es un peligro que necesita del desarrollo del pensamiento, de la reflexión. Ya lo hemos mencionado: pensar para ser humanos, libres. O sea, “vivir en la verdad”, vivir nuestra condición humana. Y eso es responsabilidad de la política también, no solo de decisiones o actitudes personales.
Pero más allá de la política, la intención Ionesco es metafísica. Él mismo lo dice en su madurez. Rinoceronte:
expresa el malestar de la condición del hombre separado de la trascendencia y por tanto hacer nacer la esperanza de que Él (Dios) se manifieste un día.
Es un texto metafísico nos dice, no político. Creo que él mismo se desdice: afirma una cosa y la otra.
En realidad sí es un texto político: pero la abdicación de lo humano en este medio político es de significado antropológico. Afecta al ser del hombre, es metafísico. Esa situación falsa en la que podemos caer es la separación, siguiendo sus palabras, del horizonte al que está llamado. Si el hombre supera infinitamente al hombre como nos dice Pascal, la superación, la desproporción habla de una dimensión de infinitud que se colma en lo trascendente.
Son dos niveles de lectura por lo tanto. Los dos, el político y el metafísico-religioso, hablan de una separación del ser humano respecto de sí mismo. Separación por pérdida de su capacidad reflexiva ante el poder político despótico; separación de la vocación propia de realización que es vivir en y hacia esta trascendencia a la que estamos referidos.
Absurdo y búsqueda de sentido
¿Yo absurdo? ¡Qué absurdidad!
Mi teatro siempre quiere decir algo.
hay algo de contradicción aquí. Buscar sentido afirmando que no lo hay por esa escisión de la que hablábamos antes, esa separación de sí mismo, implica que ahora no hay sentido. Que esta situación es un sin sentido. Por lo tanto, hay absurdo. Otra cosa es que lo absurdo que defina nuestra situación no es última palabra para él porque hay una pérdida (hemos perdido el sentido) y porque lo buscamos (aunque la búsqueda prime sobre el hallazgo).