Rollerball es una película dirigida por Norman Jewison en 1975. Entre otras películas suyas, unas cuantas de éxito, se encuentran En el calor de la noche (1967), El violinista en el tejado (1971), Jesucristo Superstar (1973), Hechizo de luna (1987). La película está basada en un relato de William Harrison (“Roller Ball Murder”) que él mismo adaptará al cine. Está protagonizada por James Caan que encarna a Jonathan, el mejor jugador de este violento deporte que da nombre a la película.
Rollerball es el nombre de un juego donde dos equipos compiten en una especie de velódromo circular. Van sobre patines y motos y se trata de coger una bola de acero y “encestarla” en un agujero lateral a la pista. Para evitar que logren su objetivo, los jugadores emplean mucho la fuerza física y la agresividad que está muy tolerada. Jonathan lleva diez años siendo el mejor jugador, y le invitan a retirarse. Él se niega. Esta negación, y las presiones que sufre como respuesta son el meollo argumental de la película.
La utopía alcanzada
La película describe con rasgos esquemáticos y simples las situaciones y personajes. En este sentido, es una película pobre, floja. Pero el significado global que transmite es poderoso, lo comunica con fuerza y eficacia.
La película (de 1975) sitúa la historia en un futuro no muy lejano (2018). Esta sociedad futura ha alcanzado la utopía soñada. Usando la famosa expresión de Fukuyama (de raíz hegeliana), la sociedad mundial ha alcanzado “el final de la historia”, ha alcanzado sus objetivos. En esta “sociedad perfecta” se han erradicado dos grandes males.
- Ya no hay guerras. Tras las guerras tradicionales y las posteriores “guerras corporativas”, la nueva organización social ha logrado que desaparezca esta lacra (aunque no se dice cómo).
- Ya no hay enfermedades. Esto no significa que la gente no muera. De hecho, en la película, en el juego, mueren varios jugadores de forma violenta. No hay enfermedades pero unos pueden matar a golpes a otros.
Hay otras características propias de esta sociedad utópica además de las nombradas.
- Es una sociedad mundial dividida en seis corporaciones. No hay Estados, naciones o pueblos. Cada corporación se ocupa de un segmento importante de la vida: Energía, Alimentación, Lujo, Vivienda, Comunicación y Transporte. No queda claro qué sistema económico regula la actividad de estas corporaciones pero se entiende que con esta organización se ha alcanzado el bienestar que se pueda soñar.
Este supuesto bienestar, ¿satisface todas las necesidades humanas? El que se enumeren estas seis corporaciones supone una visión concreta, psicológica y social, de la vida humana que se puede analizar. ¿Hay más necesidades? ¿El bienestar es el bien mayor que se pueda alcanzar?
- Las características enumeradas hasta ahora están simplemente mencionadas, y apenas se explican. Pero hay otra característica que sí está desarrollada y que es, de hecho, el nervio argumental de la película. En palabras de un directivo, el Sr. Bartholomew, (interpretado por John Houseman) en una conversación con Jonathan (James Caan):
Es un juego en el que no debe sobresalir nadie. (…) El juego fue creado para demostrar la futilidad del esfuerzo individual (…) Y si el campeón anula el propósito para el cual el juego fue creado, entonces debe perder.
En realidad, esto nos hace ver que para alcanzar esta utopía, los miembros de la sociedad han tenido que renunciar a bienes valiosos. De hecho, existe el juego Rollerball que, se nos dice, sirve de vía de escape de tensiones. Es un juego violento en una sociedad no violenta que posibilita que se encauce la violencia fuera de la convivencia social ordinaria. Y además del juego, está la ingesta de unas pastillas que parecen calmar determinados anhelos, adormecer una conciencia atenta… O sea: entre el juego que libera tensiones y las pastillas que las reprimen, la utopía se puede regular. La utopía se alcanza al precio de renunciar a bienes valiosos. Esta película se convierte, por lo tanto, en una crítica a la utopía, en una distopía.
La película es una crítica a esta sociedad utópica. Se suele encuadrar en las listas de películas que narran y describen lo contrario, una distopía. En realidad, esta sociedad utópica es una sociedad distópica. Como es sabido, la palabra “utopía” fue creada por Tomás Moro quien publicó en 1516 el libro con el descriptivo título de Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía. El nombre de la isla que imaginó pasó a ser nombre de esta actividad, de este anhelo que ha estado presente en la humanidad a lo largo de la historia. Aunque la palabra sea relativamente nueva, lo que significa es una realidad vieja. Utopías ha habido siempre. Dentro de nuestra tradición se considera “La república” de Platón (370 a.C.) como uno de los primeros ejemplos de una propuesta de una sociedad perfecta, justa, utópica.
La historia de las utopías es variada y larga. Pero a partir de los siglos XIX y XX la idea de utopía entra en crisis. Parece ser que fue John Stuart Mill quien utilizó por primera vez la palabra “distopía” en una intervención parlamentaria (1868) para designar lo contrario: una sociedad ficticia indeseable (que es un tema cada vez más estudiado).
Rasgos de la distopía. La amputación de lo humano
En la película quedan claras varias características del poder político.
- Es un poder anónimo, alejado de la sociedad de la cual no es representante. En la cinta vemos a un mandatario que en realidad es subalterno de otros que forman un Consejo. Este aparece en una escena en la que votan asemejándose a un Consejo de administración de una gran empresa.
- Es un poder despótico. Una de las claves de la película es que un miembro del Consejo Ejecutivo se encaprichó de la mujer del protagonista (a la que este amaba) y se la quitaron. Así, sin más. En compensación, dada la fama de nuestro protagonista, le ofrecen distintas sustitutas.
- La sociedad tiene carácter de masa. Lo individual que pueda sobresalir es eclipsado, negado. Aunque la sociedad está agrupada en ciudades (cada una tiene su equipo de Rollerball), el conjunto de personas forma una masa. Parece cumplirse a rajatabla el viejo eslogan de dar «pan y circo” a la masa para que esté satisfecha y pierda poder crítico.
Rollerball es una distopía porque nos hace presente en la figura del protagonista que la utopía supuestamente alcanzada supone una enorme amputación de lo humano. ¿Cuál es esa amputación?, ¿qué es lo que se niega para alcanzar, según la película, esa sociedad acabada sin guerras y sin enfermedades?
La primera, la negación de la individualidad. El individuo es considerado una mera parte de un todo, el todo social. Su valor es el de ser parte de ese todo. El esfuerzo meramente individual no tiene sentido, descoyunta el orden del todo. Hay un predominio del todo (social) sobre la parte (individual).
Eso choca con la conciencia del protagonista. Parece que tiene todo lo que la sociedad puede dar a un hombre. Riqueza, fama, mujeres (criadas para todo en realidad). Pero él quiere algo más. La película acierta en dibujar un personaje simple que no sabe explicar con palabras lo que quiere, pero que quiere algo más. Es un hondo deseo el que le anima y que la oferta de esta sociedad no logra satisfacer. Ese deseo es lo que le hace ver que lo individual es más que ser una parte de un todo y que las necesidades que cubren las corporaciones no son todas las necesidades humanas.
En una relación amorosa experimentamos con viveza el carácter irremplazable de cada persona. Si fuéramos meras partes de un todo, seríamos intercambiables. Pero el protagonista sabe del carácter único e irremplazable de cada persona porque amaba a una mujer que le arrebataron de manera arbitraria y que ninguna otra puede sustituir. Más allá del craso machismo de esta parte de la historia (de la descripción de la supuesta sociedad utópica), la película muestra esa unicidad personal, la conciencia de esta unicidad que la misma mujer ha perdido como se muestra en una conversación en la que le intenta convencer de que acepte la oferta de retirarse.
En segundo lugar, y unido a lo anterior, la amputación de lo humano se muestra en la negación de gran parte de la libertad con la que cada uno puede perseguir un ideal de vida. Si el ideal de vida está definido por el poder se le hurta a cada individuo el derecho (y el deber) de imaginar y perseguir una vida realizada más allá de los ideales sociales propuestos.
Ciertamente, toda sociedad se define en parte por sus vigencias entre las que se encuentran los ideales de lo que es una vida realizada, una vida exitosa. Y esas vigencias influyen. Pero una cosa distinta es que sea el poder el que defina qué es lo que debemos desear, qué es lo deseable para cada uno. Eso sería una invasión desmedida, un querer definir lo humano desde el poder, lo cual, sencillamente, es una de las definiciones de tiranía.
Todos estos rasgos son los de un régimen totalitario. El totalitarismo, esa novedad indeseable del siglo XX, se define no solo por el despotismo, sino por querer invadir con la política (o sea, por el poder político) todas las esferas de la vida humana. Como nos enseñó Arendt (1906-1975), para el totalitarismo, todo es política (Los orígenes del totalitarismo, 1951). Esa invasión por parte de la política conlleva el negar el carácter personal del ser humano, esa amputación de lo humano que he descrito de manera breve.
Aunque es verdad que cada uno es parte de un todo social (Estado, grupo de amigos, empresas económicas de todo tipo…), el ser personal trasciende también ese todo siendo cada uno una cierta totalidad. Lo individual “rompe” lo social al proponer un camino personal. Debemos contribuir al bien del grupo (como parte que somos) pero no se puede, moralmente, por el bien del todo, del grupo, lesionar la dignidad de un miembro del grupo. Un ejemplo fácil: por la diversión del grupo (y la diversión forma parte del bien del grupo) no podemos -moralmente- humillar a uno de sus miembros y reírnos de esa persona. Uno se puede “sacrificar” por el bien del grupo, pero esa acción debe ser voluntaria y conforme a su propia dignidad. Siguiendo con el ejemplo, no debe uno humillarse para que se rían y se diviertan.
La imaginación utópica y distópica
Es un debate ya viejo el de si se proponen todavía utopías, si debería haberlas o no. Las utopías han propuesto sociedades mejores a partir de la conciencia de las limitaciones de las sociedades existentes. Plantean de manera imaginativa posibilidades vitales deseables y es ese sentido, son estímulos para los proyectos y las acciones. La famosa frase de Eduardo Galeano es muy atractiva:
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Por otro lado, las utopías pueden ser sueños de evasión que rompen con la realidad al hacer propuestas irrealizables, no operativas.
Una de las críticas que se hacen a las utopías es que la sociedad que imaginan es una proyección de la actual que se quiere mejorar. Parece que la imaginación es escasa, según esto. En Rollerball: machismo, economicismo, lugar social del deporte. Hablan de los sueños de ahora, aunque podría haber sueños humanos mejores. A veces las mejoras tienen formas inesperadas. De manera más clara en las distopías que en las utopías, hablan de los miedos de ahora. Como sigamos así, parecen decir, llegaremos a esta situación indeseable.
La distopía parece seguir la lógica de la continuidad (potenciar lo existente) y la utopía la lógica de la ruptura para mejorar. En cualquier caso, las dos formas de imaginar el futuro parecen estar de acuerdo en que el presente tiene rasgos negativos que hay que corregir.
Con sus limitaciones, creo que estos dos productos de la imaginación, la utopía y la distopía, sirven para explorar mejor nuestro presente. El ejercicio de análisis de la situación actual con vistas a mejorar es siempre algo necesario. Pero para evitar la fuga en el futuro, creo que el ejercicio imaginativo del análisis del presente es una herramienta que puede ser más lúcida todavía. La película Network (Sidney Lumet, 1976), puede ser un buen ejemplo de ello.